Opinión Nacional

El MVR Revolucionario

Son tiempos nuevos. Diferentes a los de hace seis meses atrás. Momentos que se caracterizan por la definición de posturas ante la vida y ante el mundo. Coyuntura para probar la esencia rebelde de la búsqueda revolucionaria. Punto de no retorno que proyecta hacia la inmortalidad la lucha imperecedera por la emancipación del pueblo. Circunstancias que nos colocan frente a dos senderos: el acto constituyente o el regreso de lo viejo constituido.

Todos estamos inmersos en este ambiente intolerante de la ambigüedad. Mas bien, por su característica de nudo crítico, el contorno existencial naciente -social, político, productivo y cultural- exige asumir una indubitable actitud ideológica. La creación del nuevo modelo político obliga a la precisión del sistema de creencias y valores. Por lo tanto, o se profundiza el «proceso» o se regresa a la reforma representativa -socialdemócrata, socialcristiana o pragmática. Pero, más reaccionaria que en tiempos pasados.

La referencia necesaria de «todos» abarca tanto a individuos comprometidos de por vida en su disputa revolucionaria, como estructuras que constituyen el sustento del «proceso». El MVR es una de esas estructuras fundamentales. Como punta de lanza, ha cumplido su rol. No obstante, ha protagonizado también inconsecuencias y desvíos. En la transición incipiente, vivió dos etapas: (i) la electoral y (ii) la de gobierno. La primera, se comportó como plataforma electoral. Maquinaria aluvional que permitió albergar a cuanto elemento se sumara para incidir en los números. En la segunda, el pragmatismo dominó su concepción. Por lo tanto, más que plataforma de gobierno, cumplió un papel pragmático y burocrático. Fue la etapa del miquilenismo. Como aparato político se inclinó mas hacia el usufructo del poder que a la lucha por el bien común del colectivo.

Ahora, ya no está Miquilena ni sus destacados lugartenientes. El exterminio que hizo con los revolucionarios, apenas se instaló el nuevo gobierno, restó consistencia ideológica al «proceso». Pero, la verdadera contra-revolución quedó develada el mismo 11 A. Es, por lo tanto, a partir de ese día emblemático cuando el MVR inicia su tercera etapa de vida. Superado el miquilenismo, le corresponde ejecutar ahora su fase estelar: la de movimiento revolucionario. Con rostros frescos que se han incorporado a su dirección, sumados a los expertos que aún guardan su condición revolucionaria y la convicción de retomar la original «metódica desde abajo», el MVR está llamado a colocarse a la vanguardia del movimiento popular. Eso sí, tiene que imponerse el pensamiento revolucionario que se materialice en, por lo menos, tres postulados del «proceso»: (i) el gobierno se convierte en instrumento del pueblo, (ii) se crea el poder constituyente y (iii) se reivindica la Agenda Alternativa Bolivariana.

Postulados que van a permitir: (i) la toma de decisiones por consenso de las asambleas de base, (ii) acercamiento permanente con el pueblo, (iii) incorporar al «proceso» a los aliados que, habiendo luchado a su lado y tener convicciones probadas, se encuentran fuera del mismo, (iv) difundir nacionalmente en todos sus rincones, la ideología en la cual se fundamenta el «proceso», (v) sistematizar la formación política de su militancia, (vi) capacitar técnica y moralmente a quienes van a asumir compromisos de gestión pública, (vii) alertar sobre actos de corrupción de quienes ejercen funciones de gobierno, (viii) desburocratizar los cargos de dirección del movimiento y convertirlos en canales de intermediación para resolver situaciones críticas de la comunidad, y como acción inmediata de prioridad urgente, (ix) fomentar la instrumentación de la plataforma unitaria plural.

Si el MVR toma conciencia del momento protagónico que le toca vivir y si se unta de humildad, temperancia y sabiduría, su rol le marcará un lugar reservado en el destino de Venezuela. El MVR revolucionario no permitirá el regreso de lo viejo constituido. Se impondrá, por su práctica revolucionaria, el acto constituyente del poder del pueblo.

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