Opinión Nacional

El Museo de la Revolución

El ofrecimiento no puede quedar también en promesa. Los héroes esperan por su sagrado recinto
Como siempre los líderes del proceso embarcaron. Primero hicieron el importante anuncio de que habían despedido a unos 500 trabajadores del edificio La Francia para crear el Museo de la Revolución, durante aquella gloriosa mañana en plena transmisión de otro show dominical, con micomandantepresidente debidamente vestido con el camisón verde y la franela roja. Primero dijimos, pues de segundo, hace apenas unos días, dijeron que montarán ahí una escuela de orfebres revolucionarios, quienes verán cómo harán para vender sus perolitos en medio de este feroz comunismo que cada vez que le tiemblan las patas, le aumenta generosamente el sueldo a los militares. No es el pueblo la base de este socialismo fraudulento. La base son las botas.

Pero ese es otro tema. Nos ocupa otra cosa hoy. Ante la cercanía del comienzo del fin de este régimen, elecciones mediante, es necesario asegurar para la historia los elementos más importantes de este heroico proceso. No es justo que los vaivenes de los próceres en materia de ideas y decisiones nos dejen con las ganas de visitar algún día esa atracción histórica que sería el Museo de la Revolución. En todo caso, como sabemos que este gobierno lo que promete lo hace, aunque tarde 100 años y 50 reelecciones, nos adelantamos y con la sola intención de fortalecer el planteamiento haremos algunas propuestas que no deben faltar en ese sacro recinto.

El disfraz de patilla (chaquetón verde y franelita roja), las bufandas de Cilia Flores, el bojote de Piedad Córdoba, los guantes negros para alzar la espada de Bolívar, la cobijita de Marulanda, la chequera revolucionaria, los maletines voladores, el discurso bicentenario de Cristina Kirchner, el lanzacohetes con el que han intentado unos 30 magnicidios, un carro iraní, un gallinero vertical, un repollo de cultivo organopónico, una casa uruguaya, una copia de la cuenta bancaria de revolucionario argentino, Julio De Vido. La cachucha de sargento de Mario Silva, una réplica del tinte de Lina Ron, el sombrero y la piyama de Zelaya, una caja de Igotín negro, un frasco de compota de pollo y la cuchara con que alimentaban en su lecho de premuerte a Fidel, una bata de médico cubano, un pedazo del gasoducto del sur, un cubano disecado, una miga de soberanía, un pollo boliviano, una foto de los chulos del Alba en plena acción de saqueo corporativo, el chopo de Zamora, una greña de Iris Varela. La morrocoya, una captahuellas, un dólar de Cadivi, una miniatura del avión del magnate, copia del proyecto del BusCaracas, un bombillo ahorrador cubano, el logo de Tves y VTV, un busto de Danilo Anderson…

El museo puede estar en El Poliedro.

Para que quepa todo.

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