El museo de la revolución
Este domingo me tocó correr en Caracas. Salimos desde el parque Los Caobos, para tomar la Avenida Bolivar hacia las torres del Silencio y de regreso hasta el principio del Boulevard de Sabana Grande. Un circuito de diez kilómetros a lo largo de las “grandes” obras de la revolución.
Este precario museo, habla mucho de la incapacidad de este gobierno para hacer algo mejor que contar cuentos. Habla –más bien emite alaridos- de la desidia de gobernantes que han manejado dineros sin concierto, sin disciplina, sin orden y sin consecuencias. Ver y sentir lo que sentimos, pateando ese asfalto caraqueño, profundiza la convicción de que no podemos esperar nada bueno de este descarrilado gobierno de “vencedores”.
Pasear el parque Los Caobos, con su inmenso descuido, lo pone a uno a envidar los grandes parques del imperio, los de Bogotá, el Retiro en Madrid o para no ir muy lejos, el bellísimo parque de nuestra carabobeña Valencia en los tiempos de la cuarta republica. No saben cuidar un parque pero aspiran hacer de Venezuela una gran potencia. Nos acercamos al improvisado gimnasio popular, con maquinas de ejercicio fabricadas con discos de freno, pesas con discos de concreto y la foto queda grabada en la mente haciéndome creer que ya estamos en Cuba. Los dineros del gobierno no alcanzan para hacer allí algo decente. Se los regalaron a Bolivia. El fuerte olor a orina fermentada en la entrada del parque, es insoportable.
Subimos hacia la Avenida Bolivar, a un costado del Hotel Alba, antes el Gran Caracas Hilton y observo la destrucción de sus alrededores, incluyendo las corroídas estructuras metálicas y la descuidada jardinería. La basura resbala en la acera en los laterales del Teatro Teresa Carreño. A un lado de la Avenida Bolivar, un hombre riega los tomates más caros del mundo, en los improvisaos huertos hidropónicos que sembraron en un lugar inverosímil rodeado de concreto. En ese lugar no se construyen viviendas para el pueblo. Continuamos en dirección a las gloriosas torres, para dejar a un lado el destruido Parque Central, la derruida instalación del Museo de los niños, los techos anárquicos que cubren a los buhoneros de la Hoyada, los manteleros de la estación del Metro, cincuenta indígenas malviviendo a un lado del paseo y la gran sorpresa al llegar a las torres; una cerca de alambre y unas paredes de bloques, impiden el paso entre las torres, por lo que fue la Plaza Diego Ibarra. Basura, monte y abandono, a las espaldas de una estatua del Libertador, que mira hacia el este de la ciudad, como negándose a ver la perdición a sus espaldas.
La entrada de Sabana Grande, ya en el otro lado del circuito, no supone algo mejor. El edificio abandonado al frente de la torre la Previsora, y una docena de indigentes tirados sobre cartones, derrochan indicios de mal gobierno. Sabana Grande y la Avenida Bolivar nunca serán como Chacao mientras la revolución siga mandando en sus predios. Chávez nunca será como Uribe o Piñera y Venezuela nunca será como Colombia o Chile, mientras sigamos permitiendo esta barrabasada de gobierno que quiere cambiar un país a punta de cadenas y peleas.