Opinión Nacional

El muñeco que habla

La evolución política del país en estos seis últimos años podría
perfectamente conocerse por la manera como se ha desarrollado la fabricación
de objetos alusivos a la materia y el comportamiento del mercado es decir,
la compraventa de esos productos. Por ejemplo, recién posesionado Chávez en
febrero de 1999, quienes visitábamos (porque no nos quedaba más remedio) el
centro de Caracas ya transformado en propiedad exclusiva de acólitos
oficialistas que hostigaban y agredían a todo aquel que fuese o pareciere
ser opositor; podíamos deducir la alta popularidad que favorecía al recién
estrenado Presidente por la profusión de gorras y boinas rojas, estampas,
afiches, pinturas naive y camisetas con su imagen o con el emblema de su
Partido, el MVR. Si algún buhonero se hubiese aparecido con una banderita
blanca de Acción Democrática o una verde del partido Copei, o tuviese entre
libros viejos en venta “Venezuela, Política y Petróleo”, de Rómulo
Betancourt, no solo habría sido violentamente despojado de esos símbolos de
las cuatro décadas anteriores y éstos destruidos, sino que su vida hubiese
corrido grave peligro.

Cuando a mediados de 2001 comenzó a despertar alguna oposición con las
manifestaciones más o menos concurridas de madres que protestaban contra el
proyecto de nueva Ley de Educación, y cuyo lema era “con mis hijos no te
metas”, comenzaron también aunque de manera tímida, a aparecer algunas
bandanas para el pelo,  calcomanías y botones alusivos. Ya a finales de 2001
y comienzos de 2002, las manifestaciones de opositores fueron haciéndose
cada vez más frecuentes y multitudinarias. Entonces se desbordó la
creatividad de propios y extraños, muchos productos anti chavistas se
fabricaban en lugares an disímiles como Colombia, China, Tailandia, Panamá,
etcétera. Banderas con el tricolor nacional en todos los tamaños; el mismo
tricolor incorporado a  chaquetas, camisetas, gorras, relojes y hasta
bikinis; fue realmente la apoteosis del nacionalismo, al menos de exhibición
  Tanto que logramos que los chavistas se indignaran al ver una bandera de
Venezuela en un automóvil o en una gorra y emplearan la violencia contra sus
portadores. Por esos días si uno viajaba a Miami o a Madrid, no era difícil
ver automóviles con nuestra bandera nacional o personas luciéndola como
parte de su atuendo; enseguida uno identificaba a un compatriota
autoexiliado por causa del gobierno de Chávez.

Cuando comenzó la embestida oficialista contra los medios de comunicación,
después de la “carmonada” del 11 de abril, una mente brillante inventó unos
alfileres que representaban -en miniatura- los micrófonos con el emblema de
cada uno de los canales televisivos comerciales. Los compré y parecía un
general en jefe (de esos con muchas medallas y cero batallas) cuando me los
ponía todos sobre el pecho. Había unos artefactos accionados por batería con
la cancioncita “se va, se va, se va”, marionetas, títeres, máscaras de
caucho en las que Chávez aparecía con cuernos diabólicos, cacerolas que no
se abollaban con el golpeteo constante, y hasta grabaciones de cacerolazos
para evitarnos la molestia de estar golpeando una paila con una cucharilla o
algún otro objeto. En  fin cada marcha, vigilia o concentración convocada
por el anti chavismo producía ganancias -que nunca fueron computadas- a
fabricantes, intermediarios y vendedores ambulantes. Sin contar los
millardos de litros de cerveza, refrescos, agua de coco, agua mineral,
guarapo de caña y otros líquidos que saciaban la sed de los manifestantes,
además de helados, perros calientes,  hamburguesas, arepas rellenas,
conservas de coco, majaretes, tortas y otros comestibles. Uno debe suponer
que más o menos lo mismo -aunque sin tanta variedad- sucedía con las
manifestaciones chavistas, pero hay que añadir que en este caso entraba a
funcionar el presupuesto de la Nación ya que muchos manifestantes, además de
ser transportados en autobuses y alimentados con “cajitas felices” gratuitas
  recibían de regalo gorras, banderas, afiches  y camisetas.

La cosa funcionó con altibajos hasta el referéndum revocatorio del 15 de
agosto de 2004; a partir de esos resultados el negocio se cayó.

Desparecieron las banderas de automóviles, balcones, cabezas y pechos y ni
que decir de los símbolos más sofisticados del oposicionismo. Los
cacerolazos se convirtieron en algo aislado y lánguido y se esfumó para
siempre el grito se va, se va, se va. No hay ni que aclarar que esta fue la
etapa de la depresión y duelo colectivos. Eso no quiere decir que no haya
que guardar como un tesoro a futuro las cosas de distinta naturaleza que
adquirimos en aquellos días llenos de emoción. Recuerden lo que nos pasó a
casi todos con las planchas de carbón, los tinajeros, las totumas, los
muebles de mimbre y de paleta, las cortinas de lágrimas de San Pedro,
etcétera. Los regalamos o botamos por considerarlos demodé y hasta mabitosos
  y hoy tienen gran valor como objetos de decoración posmoderna.

Hoy jueves 20 de octubre, cuando escribimos esta nota, nos enteramos de que
alguna mente prodigiosa, una especie de Bill Gates de las oportunidades
comerciales, diseñó y fabricó o hizo fabricar un muñeco que es nada más y
nada menos que Chávez y que puede adquirirse en sus dos versiones
mitinescas: vestido de rojo o de militar. La de los trajes, camisas,
corbatas y relojes de marca quizá salga alguna vez porque en materia de
gustos consumistas no hay nada escrito. Como una particularidad digna de ser
destacada, ese muñeco no se parece en nada al novio idiota de la Barbie,
llamado Ken. Siempre he creído que Ken fue creado por algún conservador
temeroso de que la Barbie fuera el símbolo de las mujeres liberadas o de las
feministas solteronas. El muñeco Chávez puede pronunciar uno de los
prolongadísimos discursos del líder de la revolución bolivariana. No sabemos
si es el mismo para todo el mundo o si es posible elegir.

Si alguien piensa que quién ideó y produjo ese muñeco es un afecto al
chavismo, y que el mismo fue puesto en venta para publicitar al jefe de
todos los jefes, se equivoca. La nota que narra la posibilidad de adquirirlo
en la isla de Margarita o en un centro comercial capitalino, señala que
algunos de sus compradores lo arrastran atado a una cuerda, por los pasillos
de ese centro comercial. No queremos pensar lo que seguramente si van a
pensar el vicepresidente Rangel, el diputado William Lara  y otros obsesos
del magnicidio que prepara el Imperio contra Chávez: que esa es una acción
simbólica de lo que ocurriría si llega a concretarse el macabro plan del
gobierno de Bush. Preferimos creer que la intención es mucho más sana y
democrática: los chavistas colocan al muñeco como adorno principal en su
mesita de centro en la sala, y ponen a funcionar el disco con el discurso,
varias veces al día. Los anti-chavistas lo arrastran, patean, cachetean, le
clavan alfileres en ritos vudú y dicen groserías irrepetibles si alguien le
da cuerda al muñeco para que hable.  Es un muñeco igualito a la Venezuela de
hoy.

 
 

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