El mundo no se acaba en noviembre
En las elecciones de noviembre no está en juego la permanencia de Hugo Chávez en el poder. Ésta, que es una verdad de Perogrullo, pareciera ser ignorada por algunos analistas políticos y buena parte de los colegas precandidatos opositores.
Sería un error que la oposición se enfrascara en una pelea contra Chávez, quien es el único líder dentro del oficialismo que tiene peso específico. El único que cuenta con apoyo propio. Todos, todos los demás dirigentes chavistas tienen un alto grado de deuda con el portaviones presidencial.
Sería una gran tontería tratar de polarizar con quien ocupa Miraflores y no discutir o medirse contra los candidatos locales y regionales que el chavismo presenta.
No vamos a elegir al sustituto de Chávez. Ni los gobernadores y alcaldes nuevos serán funcionarios que vayan a encargarse de algún pedazo de la Presidencia de la República. No, sólo serán administradores de los estados y los municipios y tendrán que convivir con Chávez hasta enero de 2013.
Y esa es la más lejana fecha de salida de Chávez. Podría adelantarse, pero hoy ésta opción luce improbable.
No importa que algún adulante como Willian Lara (para que el caudillo le dé su ayudita como candidato a gobernador de Guárico) diga que después de las próximas elecciones propondrán otra vez la reelección presidencial eterna. Ese asunto ya fue decidido y sólo mediante un fraude a la Constitución podría replantearse.
La derrota de diciembre pasado tiene que ser cobrada cada día por la oposición. Y no podemos dejar pasar expresiones como esa de Lara que buscan confundir (además de jalar). Según el texto constitucional, una propuesta rechazada no puede ser discutida en el mismo período. Por lo tanto, habría que esperar a la toma de posesión de un nuevo Presidente para volver a discutir la rechazada reelección ilimitada.
Chávez tiene los días contados, a menos que le permitamos dar un nuevo golpe de Estado. En el peor de los casos se va, se tiene que ir, en enero de 2013. Y eso no debería estar en discusión.
De manera que darle a las elecciones de noviembre un carácter agonal, de lucha última y definitiva, es equivocado. El mundo no se acaba en noviembre y quienes estamos de precandidatos debemos recordarlo para no equivocar la estrategia.
A Chávez siempre le ha convenido la polarización. La división entre dos grandes grupos (con él o contra él) del electorado nacional es la estrategia fundamental de su éxito político.
En ese esquema es donde se mueve como pez en el agua. Para comenzar, porque de este lado no hay ningún jefe indiscutible o único que se le enfrente de tú a tú y siga su desviación personalista. En este bando hay miles de cabezas que piensan por sí mismas y que coinciden en seguir los valores de la democracia, la cual -por esencia- es plural.
Con todos los recursos que tiene el gobierno y, en especial, con un organismo electoral parcializado, el chavismo tiene la primera opción para alzarse con el triunfo en noviembre. Nos corresponde seguir denunciando el ventajismo, el abuso comunicacional y la opacidad del CNE, pero buscando un delicado equilibrio para no caer en el maniqueo juego de Chávez.
No se deberían cargar las tintas calificando las elecciones como una última oportunidad de los demócratas para vencer al militarismo autoritario y corrupto. La cita de noviembre es sólo una más dentro de la larga lucha de estos diez años contra la mentira y el despilfarro.
Y habría que agregar que la presentación de personajes cuestionados y representantes conspicuos de los vicios del pasado, contribuyen a la reedición de la polarización chavismo-antichavismo que tanto le funciona a Hugo Chávez. Le bastaría con repetir los insultos y los clichés usados diariamente para recordar las culpas de quienes hicieron posible su aparición en la escena política.
Al debilitado Chávez, cuyos últimos retrocesos (la derogación de la Ley de Inteligencia y Contrainteligencia y el desaire a las FARC) lo dibujan de cuerpo entero, hay que enfrentarlo con toda la fuerza de la razón. Pero no perdiendo de vista que su mayor deseo es que nos desesperemos, usemos cualquier atajo, y recaigamos en el perverso juego de la extrema polarización política.