Opinión Nacional

El morir

Nuestras vidas son los ríos que van a dar en la mar, que es el morir; allí van los señoríos derechos a se acabar y consumir…

Jorge Manrique

1 Dos o tres veces en las últimas semanas he oído hablar de la muerte del proceso liderado por el presidente fallecido. Algunos, más someros que otros, refieren este fatal destino a las elecciones que tendrán lugar el domingo 14 de abril, una semana, para decirlo sin más. Otros van al fondo. Ese fenómeno nació de un persona y se fortaleció a su alrededor. Líder y movimiento están tan unidos que cuando aquel feneciera éste lo seguiría a la oscura morada. No puede sobrevivir a su creador. Al fin y al cabo los dirigentes de la cumbre del PSUV lo habían dicho y repetido en todos los tonos: «no hay chavismo sin Chávez. Quien piense lo contrario es un traidor o un conspirador» En el momento en que fue formulada, suscribí con los apóstoles del régimen esa rotunda y jactanciosa sentencia, pero ahora ­muerto el caudillo- cuando sus seguidores no hallan cómo dejarla caer en un abismo de silencio, a mí me sigue pareciendo cierta, mucho más cierta que antes, incluso. Los líderes revolucionarios que vemos parlotear y hacer aspavientos en el proscenio no son sino la luz de cocuyo de una marcha de difuntos. Su aliento es inercial.

2 Lenin, como se sabe, anunció la muerte cercana del capitalismo, que entraría en crisis terminal al arribar a la azotea imperialista. Agonizaba, ya no tenía remedio. Pudo ver sin embargo que el animal no sólo no daba el suspiro final sino que por el contrario encontraba nuevos aires.

¿Qué decirle ahora a quienes le creyeron a pie juntillas que el comunismo estaba a la vuelta de la esquina? ¿Cómo entender que los parlamentos burgueses funcionaban normalmente sin pesadillas ni mala conciencia? ¿Qué decir? ¡Lo que dijo! Sí, es cierto: el parlamento y el capitalismo no han desaparecido aún, pero debemos considerar que están muertos «históricamente» aunque «políticamente» sigan viviendo. Bueno, si lo dice Lenin, así será. Durante setenta años los comunistas estuvieron luchando contra un enemigo «históricamente» muerto hasta que al final el muerto siguió viviendo en su ineptitud y su sepulturero terminó en la fosa. Dos males enfrentados. Perdió el menos viable.

Nos tropezamos ahora con una revolución que sencillamente se quedó en las palabras. Todos, insisto, todos sus ensayos autogestionarios o cogestionaron naufragaron. Las empresas básicas estatizadas se derrumbaron, la moral socialista no nos dio un solo «hombre nuevo». En el bolsillo de cada uno de los apóstoles de la revolución puede haber un menudo diario suficiente tal vez para cancelar la cuota impaga de Venezuela en la ONU sin recurrir al Tesoro Público. Los pomposos revolucionarios perdieron el derecho de votar.

Al menos conservan el de ladrar.

3 Declara Vladimir Acosta que si es derrotada el 14 de abril, la revolución perderá todo, razón por la cual no puede darse el lujo de sufrir tan siquiera un traspié.

¿Vale la pena luchar por una vaina así? ¿Tiene sentido seguir gastando años en «consolidar» algo sin textura interior porque nunca pasó de ser la sombra, el eco, de un caudillo? Da la impresión de que la razón de ser de esos juramentos es la urgencia de pegarse al poder cual lagartijas dentro de un saco. A unos el mando les da visibilidad, les permite publicar, viajar, conversar con gobernantes extranjeros, asistir a salones. A los más importantes les ha abierto la puerta de la gruta de Alí Babá, la fuerza para humillar, someter, insultar, bien acolchados en el abrigo de la impunidad. A otros más les sirve como dique para contener la furia de las aguas y los vientos, siempre esperando el momento de pasar cuentas No es una causa como la libertad para el glorioso manchego de lanza en astillero.

Por ella ­dijo el hidalgo- así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida.

No digo que estos adictos al dinero y al poder estén en posición de arriesgar su vida. Hay que comprenderlos: ¿Cómo disfrutarían sus bonitos haberes desde el Más Allá? Estamos otra vez en un momento bien singular. La campaña nos habla de un Capriles coherente, batallador, incansable al frente de pueblos cada vez más entusiastas. Nos habla también de un Maduro vacilante, indeciso, con el peso de una obra bochornosa y sobre todo, hundido en la trampa que se montó él mismo: decidió darle al líder vida más allá de la muerte para que contuviera el empuje armado de razones del joven retador. Al principio resultó, pero el efecto tiende a diluirse. La gente necesita saber a qué atenerse con un hombre que se oculta tras una sombra. Se autonombró «hijo» y para rodear de certeza el despojo, le pide ­sin rubor en las mejillas- la bendición a Adam. Lógica del absurdo: si es hijo del fenecido será sobrino del hermano.

El tiempo pasa. La campaña avanza. La crisis aprieta el estómago. Las noticias negras se multiplican. Y el buen Maduro que no da la cara. Exprime al fenecido. Alucina: lo ve en el cuerpo de un pájaro.

El dilema es prometeico. Si pierde las elecciones, el PSUV podría desmigajarse.

Si gana y sigue dividiendo y amenazando, el resultado será el mismo Fin de la historia. Historia del fin.

Dice un proverbio chino que para caminar 1000 li hay que dar un paso. Ese paso, aquí y ahora, es votar. A votar por la unidad democrática. A votar por nuestra atormentada Venezuela.

 

 

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