El miedo a la metrópoli
Hemos sostenido en diferentes ocasiones que una de las causas del desastre en que ha desembocado Caracas tiene su origen en el miedo manifiesto de los gobiernos democráticos a la expansión metropolitana: frente al acelerado crecimiento demográfico que ella conoció durante las dos décadas que siguieron al final de la segunda guerra mundial, no se concibió otra solución que tratar de frenar su crecimiento para lo cual, prácticamente, se dejó de producir ciudad. No es que se dejara de producir infraestructura urbana de manera absoluta, y de hecho se construyeron obras tan importantes como el Metro, complejos culturales de la envergadura del Teatro Teresa Carreño o la hoy invadida sede del Ateneo de Caracas, la ampliación del Museo de Bellas Artes, el campus de la Universidad Simón Bolívar, el conjunto del Parque Central y algunas piezas fundamentales de la vialidad troncal de la ciudad, pero en esencia se trataba de equipa-mientos más dirigidos a atacar una situación deficitaria que a atender la previsible expansión de la urbe; en cambio en dos áreas claves, el empleo y la vivienda para los estratos más pobres, se optó por la vía de menor resistencia propiciando la informalidad: pese a todos los esfuerzos se llegó incluso a discutir seriamente la alternativa de mudar la capital- los migrantes siguieron llegando, ensanchando la “ciudad informal” y la economía “sumergida”. Un intento de corrección aparece a finales de la década de 1980, cuando se aprueba la Ley de Descentralización que otorgó cierta autonomía a los gobiernos regionales y locales; el esfuerzo sin embargo se revelará tardío, débil e incompleto, particularmente en el caso de Caracas donde era necesario lidiar simultáneamente con la fragmentación político-administrativa y la presencia centralizadora de los poderes nacionales.
A partir de 1999 el miedo pareciera haberse transformado en odio a la metrópoli por parte del gobierno nacional: específicamente en los municipios gobernados por autoridades afines al hipercentralista proyecto “bolivariano” lo que priva es una indolencia que se resiste incluso a atender las emergencias. Los ejemplos abundan: desde la incendiada Torre Este del Parque Central hasta los derrumbes que amenazan barrios y urbanizaciones como Vista Alegre. Pero esto lo abordaremos en otra ocasión.