El mejor invento del mundo
Los medios de comunicación, hasta ahora tradicionales, ya no hallan cómo reinventarse para entrar en una red que tiene otras reglas
¿ Se habrán sentido igual los copistas cuando, a mediados de 1450 llegó Gutemberg pateando el tablero y cambiando para siempre la historia de la escritura y de la lectura? La existencia del papel tiene los días contados. Es un cambio definitivo en la humanidad, pero va tan de prisa que apenas tenemos tiempo de sujetarnos. Quizás nosotros, que aprendimos a escribir con una antigüedad llamada lápiz, tenemos incluso menos capacidad de imaginar lo que puede ser o no ser el futuro. La velocidad de Internet es violenta, sorpresiva. No permite ni siquiera profetas. Nadie sabe muy bien lo que viene, pero todos sospechamos que existe vida después de Twitter.
Hace unos años era difícil, por no decir imposible, pensarnos así. Del lento y artesanal primer ordenador personal hasta hoy, todo se ha movido. Asistimos a una inminente desaparición de lo físico. El mercado del disco puede darnos una señal clara de lo que puede ocurrir también con el papel. Un muchacho de doce años de edad ve una rueda de acetato llena de surcos y se siente en una clase de arqueología. El picó es cuaternario.
Los medios de comunicación, hasta ahora tradicionales, ya no hallan cómo reinventarse, cómo transformarse para entrar en una red que tiene otras reglas, otros competidores, otros márgenes de ganancias. La etapa en la que todo el poder residía en el medio y en el emisor está terminando.
Cuando apenas la televisión abierta trataba de sobrevivir al golpe de la cabletización, que multiplicaba las ofertas de programación posible, apareció de pronto Internet, aplastando a uno de los inventos más poderosos del siglo XX: el control remoto. Los jóvenes entre 20 y 30 años ya no compran televisores. Para eso tienen www.cuevana.com, o cualquier otro sitio al que pueden acceder para consumir lo que desean, cuando y cómo lo desean. Imaginarse un mundo sin televisión era un pronóstico impensable.
Ahora, sin embargo, es real. Lo que conocíamos como ciencia ficción se parece cada vez más a nuestra historia. Una de las paradojas que defienden los entusiastas es que, justamente en los tiempos del fin de la industria del papel, las estadísticas reportan un aumento general en los índices de lectura.
Con Internet se lee más, anuncian con alborozo, con algún ánimo de desquite.
Es cierto. Incluso en países como los nuestros, donde la lectura puede ser también un indicador de desigualdad, donde existe una gran mayoría de la población que ni económica ni culturalmente tiene posibilidades de acceder a los beneficios de la computación.
Se lee más, sí. Puedes pasarte el día pegado a la pantalla, leyendo o mirando lo que sea.
Información, contra información, chismes, rumores, correspondencia. Puedes también chatear, conocer amigos, usar un pseudónimo e insultar a quien odias o envidias, coquetear con desconocidos… Sin duda, Internet ofrece una inmensa gama de posibilidades que de una forma u de otra le otorgan un nuevo sentido a la lectura y a la escritura. Ha abierto un enorme panorama de posibilidades al conocimiento y al intercambio. Pero es un panorama muy distinto al que conocíamos en el reino de los libros.
En la última feria de Fráncfort, las expectativas señalaron que para finales de esta década por lo menos 50% del mercado del libro se debe haber mudado al formato digital. Hay quien piensa, sin embargo, que el cambio podría ser todavía más rápido. Esto deja en la cuneta a muchos editores y a muchas librerías, a vendedores y a agentes, a mucho escritor con ganas de firmar libros. Las dedicatorias también serán una rara gimnasia del pasado.
Yo jamás he leído un libro en una pantalla. Para mí, leer literatura implica todavía una fascinante mezcla de sentidos. Leer es también una experiencia táctil. El libro es un objeto personalizado que forma parte de mi intimidad.
Es incluso un relato de olores, una historia. Podría revisar mi vida siguiendo los subrayados o las anotaciones que a lo largo de los años he venido haciendo en las páginas de libros que he leído. Sé que el futuro es irremediable y que, a la vuelta de alguna esquina, estaré detenido frente a un libro digital, pero mientras tanto, mientras pueda, seguiré siendo un cavernícola aferrado a unas hojas de papel.
El escritor mexicano Juan Villoro ha propuesto el juego de imaginar la situación al revés. Pensemos un momento que estamos en un mundo totalmente digitalizado.
De pronto, alguien inventa un libro. Un objeto pequeño, que puedes llevar a cualquier lado, que puedes oler, que puedes rayar; un objeto lleno de texturas, una experiencia particular para todos los sentidos. Sin duda, sería nuestro gran hallazgo, un milagro de letras y papel. El mejor invento del mundo.