¡El líder soy yo!
Ser tan amado en Cuba y tan repudiado en el Zulia no es algo de que alegrarse. Es cierto: en Cuba está la retaguardia política, intelectual y moral que lo sostiene, el arquetipo que persigue y el paraíso que anhela. Pero en el Zulia, amén del petróleo, está el Estado más poderoso del país. Echárselo encima constituye un traspié que puede tener catastróficas consecuencias. Como para iniciar una caída que no se detenga hasta dar con los huesos en el fondo del abismo.
Chávez – tan exitoso, tan glamoroso y tan populoso siempre -, ha incurrido en ese grave traspié. Y él, tan aclamado por piqueteros, cocaleros, masistas, miristas, indigenistas, militaristas, comunistas, socialistas, peronistas y golpistas suramericanos ha saboreado por primera vez en su vida el amargo sabor del repudio popular ˆ y no cualquier repudio, sino el de los que hasta ayer mismo fueran los suyos – en su propio patio. Lo dejaron hablando literalmente solo en el Palacio de Convenciones de Maracaibo y lo abuchearon sin piedad un rato después en otro foro organizado para cantarle salmos, loas y alabanzas. Algo impensable hace algunos meses, así viniera cayendo en picada en las encuestas. Al extremo de tratar infructuosamente de acallar las protestas de sus ex seguidores proclamando fuera de sí: „¡El líder soy yo!‰. Si lo tiene que andar gritando a voz en cuello es que ha dejado de serlo. Los líderes no se autoproclaman ni se deciden por decreto. Simplemente son.
Fue un traspié, no una derrota. Pero la derrota ya la ha sufrido en dos o tres ocasiones. Aunque respaldado por el golpismo nacional, los medios de comunicación, Alfredo Peña ˆ mascarón de proa de aquellos a quienes servía – y los notables, pudo transfigurarla en victoria. Otro hubiera sido su destino el aciago 4 de febrero si el entonces presidente de la república hubiera dispuesto de poder real y sus órdenes de degradarlo, humillarlo y ponerlo fuera de combate no hubieran encontrado un ministro de defensa, por decir lo menos, complaciente y unos generales felones. Distinto hubiera sido su destino si en lugar de enfrentarse a un decadente Carlos Andrés Pérez, hubiera osado levantarle la mano a un Rómulo Betancourt. Su lápida sería historia olvidada, como la de los caídos en Barcelona, Carúpano, Puerto Cabello o Machurucuto.
Volvió a conocer la derrota el 11 de abril. Pero los mismos que se confabularon para abrirle las puertas del Poder el 98 le perdonaron la vida por error u omisión volviéndolo a montar en Miraflores. Su caso hubiera sido completamente diferente si en lugar de dar con Vásquez Velasco se hubiera encontrado con el Estado Mayor que dirigió los combates contra las tropas cubanas invasoras o la élite política que se fogueó en el destierro o a la sombra de la persecución y la clandestinidad. No con figurones y empresarios enriquecidos a la sombra de la corrupción. Sería una fotografía olvidada en la hemeroteca de la conspiración nacional.
Y como si con esas dos derrotas no hubiera bastado, fue vapuleado electoralmente el 15 de agosto del 2004 y el 4 de diciembre del 2005. Pudo sacudirse el polvo de la derrota amparado en la misma claque que le alfombrara el camino el 98 y le escenificara la Asamblea Constituyente, amén de los despojos de AD y COPEI sacados del desván de las antiguallas gracias al empuje de uno de sus líderes ad hoc, Enrique Mendoza.
Pero todo eso es historia pasada. A los despojos de una oposición complaciente y quintacolumnista se los llevó quien los trajo. La sociedad civil, única protagonista de estos tiempos de guerra civil larvada, los ha apartado de un solo manotazo el mismo 4 de diciembre. Henry Ramos y el liderazgo de AD se han aferrado al clavo ardiente de su militancia y han recibido el último cheque en blanco de sus bases: liderar la guerra a muerte contra el teniente coronel. Su alternativa es de una aterradora simpleza: o asume la comandancia de este combate final por la democracia o se hace el harakiri. La gloria o la humillación. Que ya saldrá quien asuma el liderazgo de AD. La historia no tolera el vacío.
Volvimos a los tiempos del cine en blanco o negro.