El legado español
¿Cómo nos definimos los latinoamericanos? ¿En qué consiste nuestra identidad? Asombra que estemos formulando tales preguntas, que a otros parecerían absurdas. No obstante, en la actual Venezuela el régimen revolucionario reinterpreta la historia y uno de sus propósitos es desprestigiar el legado español, según nuevas versiones de la leyenda negra sobre la conquista y colonización de América y del decreto bolivariano de guerra a muerte. Procuran inventar una identidad ilusoria, acorde con cierta perspectiva ideológica que califica a unos pueblos de oprimidos y a otros de opresores por razones genéticas, en una especie de racismo al revés.
Los americanos de hoy somos producto de un largo y extendido mestizaje, y esa mezcla étnica nos caracteriza como pueblos. El proceso de conquista y colonización de América, como toda empresa histórica de ese tipo y ese tiempo, fue un rumbo complejo y no susceptible a interpretaciones simplistas o condenas inequívocas. Distorsionaríamos las cosas si omitiésemos la violencia generada por ese proceso, y pecaríamos de parcializados si dejásemos de lado lo que Lewis Hanke llamó «la lucha española por la justicia en la conquista de América» en su libro de ese título, obra que reivindica los esfuerzos de ilustres españoles como Las Casas y Vitoria para combatir las injusticias en el Nuevo Mundo.
Exaltar la herencia indígena y africana de nuestro pasado es legítimo, pero es inadmisible hacerlo a expensas del legado español. Semejante tarea es dañina e insensata. Una cosa es repudiar las injusticias cometidas y otra distinta vilipendiar a España y su legado, que es consustancial a nuestro ser y factor clave de nuestra identidad. Resulta también disparatado culpar a los actuales habitantes de América Latina, en particular a los que poseemos en menor proporción rasgos indios y afroamericanos, por lo ocurrido hace quinientos años. Y es una barbaridad perder de vista, entre otros aspectos, la relevancia de uno de los principales aportes que España dejó en herencia a América: la lengua castellana, un elemento básico de unidad para la región y el único idioma capaz de competir con el inglés en el marco de la globalización.
El camino de las disculpas históricas está adquiriendo rasgos delirantes. ¿Es acaso razonable que los franceses de hoy pidan a los italianos que se disculpen porque César invadió las Galias? ¿No es acaso injusto culpar a los alemanes de hoy por el Holocausto contra el pueblo judío? La culpa moral del presente no puede ser heredada del pasado, pues cada individuo es responsable moralmente por lo que hace y no por lo que otros antes hicieron. No podemos cambiar el pasado, y si bien es cierto que debemos juzgarlo el juicio debe ser equilibrado.
La resurrección de la leyenda negra contra España, en medio del drama que estremece a Venezuela, revela que el abismo entre el avance de Estados Unidos y el estancamiento de América Latina se enraíza en nuestros respectivos procesos de Independencia. En el Norte de América la ruptura con Inglaterra no fue radical, y los colonos asumieron lo mejor de las tradiciones políticas y culturales británicas. Aquí, por el contrario, la guerra a muerte y el odio a España cercenaron el pasado. Nos hemos quedado huérfanos y seguimos como ciegos buscando nuestra identidad en los sombríos rincones de la utopía.