Opinión Nacional

El intinerato Maduro-Cabello, o cómo empeorar lo peor

Es un principio de la vida política, económica y social que se evita pensar, evocar, pronunciar, y mucho menos admitir tenga algún asidero en la realidad, y que, sin embargo, una vez desencadenado con todas sus causas y efectos produce tal vértigo, desajuste o quiebra en el espíritu del cual es difícil, no digamos recuperarse, sobrevivir.

Lo leí por primera vez divagando por el “Abel Martín y Juan de Mairena” del poeta y filósofo español, Antonio Machado, y como no lo había encontrado en ninguna de las ya copiosas lecturas que había digerido hasta entonces, me di a pensar que expresaban la esencia atroz de una de las “peores” épocas que había vivido la humanidad.

1937 y Machado (para mi el más grande poeta de habla hispana de todos tiempos) tenía tela donde cortar: el ascenso de los totalitarismo de izquierda y derecha y su choque mortal con las democracias occidentales que condujeron a la Segunda Guerra Mundial, guerra civil en España entre la República y los residuos de la Monarquía y la instauración de la dictadura casi eterna del general Francisco Franco.

Y con todo ello, la confusión que sigue al desquiciamiento del orden lógico de las cosas: malos que se transforman simuladamente en buenos, pero contra los cuales hay que prepararse a empuñar las armas cuando ya no hay por qué simular, criminales de guerra a los cuales hay que cubrir e incorporar al novo orden por lo útiles que pueden resultar en las futuras guerras, e ingreso al caos moral que Dostoweisky había anticipado en una escalofriante frase de Iván Karamazov: “Si Dios no existe, todo está permitido”.

Freud, Toynbee, Jung, Ortega, Fromm, Einstein, Bernanos, Machado, Borges fueron testigos (porque lo vivieron) del diluvio, del Apocalipsis y como resumen de su alharido quedaron, quizá, dos irreemplazables pruebas: “El Malestar de la Cultura” del vienés y el “Todo es empeorable” del español.

Me incumbe, me toca, por lo goyescamente excéptico, pesimista y oscuro “El todo es empeorable” de Machado, pero no solo porque procede de un humanista sereno y piadoso, cristiano y “en el buen sentido de la palabra, bueno”, sino también porque creo que jamás imaginó pensarla, decirla, ni escribirla.

Pero, básicamente, porque después de haber pasado 14 años escribiendo y diciendo que los venezolanos nos habíamos tropezado con el “peor” gobierno de nuestra historia, el que encarnó hasta hace muy poco el teniente coronel, Hugo Chávez, he aquí que para sorpresa y asombro de todos, pero para mi en lo personal, veo que nos ha dejado unos herederos que, no solo copian y clonan su “impeorabilidad”, sino que la superan.

Hazaña realmente para un texto o película sobre la “historia negra” que, se me ocurre, no es tanto la que retrocede, sino la que lo hace apelando a la ficción de que avanza.

Se llaman Nicolás Maduro, Vicepresidente, y Diosdado Cabello, teniente coronel como Chávez y presidente de la Asamblea Nacional, por dudosos manejos de la constitución devenidos en copresidentes de la República, y desde luego, empeñados en competir para dejar claro quién de los dos lo hace peor y convertirse a la vuelta de la esquina en el único y auténtico heredero del Caudillo, del Jefe, del Conductor.

Así, por ejemplo, Chávez tendía a pensar en grande y soñaba, no compararse con cualquier piche dictador latinoamericano por más poderoso que hubiese sido (Francia, Rosas, García Moreno, Guzmán, Gómez) sino con el que para él epitomizaba la gloria y el esplendor de los gobiernos fuertes de la región: el del general, Juan Domingo Perón de Argentina, respaldado, tanto por una leal y obsecuente logia militar, como por millones de obreros y descamisados que lo convirtieron en su Santo Patrón Viviente.

Un mito que traspasaría la vida mortal, los golpes de Estado, las derrotas políticas, la muerte, porque sería la línea más allá de la cual se decidiría lo bueno y lo malo, lo bello y lo feo, la verdad y la mentira, la revolución y la contrarrevolución.

Una religión, o culto, en definitiva, alrededor de la cual creció una corte de los milagros donde pululaban oportunistas, policías, faranduleros, capitalistas, saltimbanquis, mercachifles, líderes obreros, cómicos de la legua, brujos, intelectuales y malvivientes que con mayor o menor suerte podían llegar a convertirse en figuras fundamentales de la política si el general juzgaba que eran aptos para seguir escalando peldaños en tan abigarrado sacerdocio.

Cayó Perón en 1955 y la religión y el culto se mostraron indestructibles, y la corte de los milagros, y los magos, y los apóstoles también. Y regresó el general en los 70 a reasumir el poder y ahí estaba el mismo circo, el mismo mercado, el mismo bazar.

Me acuerdo que entre sus miembros brillaba por lo misterioso un tal José López Rega, expolicía y experto en artes nigrománticas y esotéricas que sorprendentemente se ganó el corazón de la esposa de Perón, María Estela Martínez de Perón, “Isabelita”, que por esos años, mediados de los 60, se encontraba de visita en Buenos Aires, y se lo lleva a Madrid a vivir en la casa donde residía la pareja, lo convierte en su secretario privado y da inicios a la carrera de una de las figuras más diabólicas y siniestras de la historia de cualquier tiempo y lugar.

En efecto, reinstalado en Buenos Aires como ministro de Bienestar Social de los gobiernos de Héctor Cámpora, y Perón, pasa a ser el cerebro tras el trono cuando “Isabelita” asume el gobierno luego de la muerte de su esposo y presidente, se convierte en el jefe de los grupos de ultraderecha (civiles y militares) que combaten la insurgencia de los guerrilleros de Montoneros y del ERP, funda la “Triple A” (Alianza Anticomunista Argentina) y de su puño y letra salen las órdenes para las primeras masacres masivas que convierten a la Argentina en el teatro de una guerra que por su crueldad y exterminio se ha dado en llamar “la Guerra Sucia”.

Desde luego que no me estoy refiriendo a la dictadura populista de Juan Domingo Perón, y de su heredero y sucesor, José López Rega, sino como un ejemplo de cómo “lo peor” puede ser absolutamente “empeorable” y evitando cualquier parecido entre las situaciones de la Argentina de los 40, 50, 60, 70 y la Venezuela de hoy, y sin confundir las características de Perón con las de Chávez, y mucho menos las de López Rega con Maduro y Cabello.

¿Pero cuántos antiperonistas que llegaron a los 70 convencidos que Perón había sido “el peor” gobernante de la historia del país de San Martín no retrocederían espantados al comprobar que su sucesor, López Rega, lo había superado sin duda que en un retroceso que Perón habría rechazado como fue hacer del justicialismo la fuente o raíz de la más hórrida tragedia vivida por la nación argentina?

Y agarrados en medios de aquel “corazón de las tinieblas” ¿cuántos no extrañarían, o añorarían el otrora detestable caudillo y apostarían a un regreso de sus días vía una imposible resurrección?

Vuelvo a Venezuela, y oyendo a Maduro y Cabello repetir los insultos y amenazas de Chávez simplemente por repetirlas, y porque no tienen nada más que decir, imaginando que estos sucesores sin su habilidad, histrionismo y referencias de algún valor a la vida contemporánea o del pasado, me pregunto si no apelarán al ejercicio de la represión pura y simple, a la violencia que no pocas es el lenguaje de los que no tienen nada qué hacer, ni que qué decir.

“Todo es empeorable”, frase lapidaria, aterradora y asfixiante, escrita por una de las mentes más lúcidas de la Europa del siglo XX, poeta autor, además, de los inolvidables versos de “Caminante no hay camino, se hace camino al andar, todo el camina anda, como Jesús sobre el mar”, pero goteando, horadando, empapando la conciencia nacional y obligándonos a pensar si el fin de la tragedia venezolana no espera aun por días y noches más oscuros, más confusos y más empeorables.

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