Opinión Nacional

El intelectual subordinado

Desde tiempos coloniales en Venezuela hemos visto la figura socio-política del intelectual jugando los papeles más disímiles en el complejo y cambiante escenario de nuestro acaecer nativo. ¿Escritores, poetas, intelectuales, artistas, vilmente arrastrados ante la alfombra del poder haciendo mutis frente a los graves problemas que aguijonea la patria a cambio de un mendrugo de pan? Eso no es nada; los ha habido, y los hay, que, a las primeras de cambio, trastrocaron su función histórica por vergonzosas canonjías y «becas-sueldos» adscritas a la egipcíacas nóminas del Estado Big Brother o Pater Famili todopoderoso que estás en esta Tierra de Gracia gracias a «la servidumbre voluntaria» de quienes alguna vez, en alguna extraviada década de nuestro devenir republicano, fuimos o creímos ser y ejercer condición de ciudadanos. Como contrapartida dialéctica, qué importa si complementaria o antagónica, en otro extremo, observamos al intelectual con patente de corso, el escritor, poeta o artista oficial subvencionado desde y por las nóminas gordas de «petete»; nóminas ministeriales o financiadas por ese petro-Estado dentro del inmenso dispositivo jurídico-político-institucional que conforma la paquidérmica organización burocrática-estatal venezolana. Desde esos espacios clientelares del neopopulismo socialista, dirigidos por la estolidez de la tecnoburocracia chavista-bolivariana, ¿es posible pensar el país con un mínimo de sindéresis, y una moderada dosis política de ecuanimidad y morigeración teórico-metódica? Mi respuesta es intransigente: NO.

Usted, lector, que lee estas líneas: ¿Quiénes son los intelectuales que desde hace una década realizan el trabajo que hacían venezolanos de la talla de Juan Vicente González, por ejemplo? Mutatis mutandis, «al despuntar el siglo XIX Caracas albergaba tan sólo unos 40.000 habitantes» y «una sala de espectáculos»; hoy Venezuela se acerca a 30 millones de habitantes y una casta de trabajadores intelectuales que se desvive por la construcción del socialismo y el «hombre nuevo» que pernocta en las aceras de un desvencijado país «arropado» con periódicos y cartones subsumido en la insoportable hedentina de una ácida y corrosiva indolencia y abandono. ¿Quiere usted ver los indicios del «hombre nuevo» bajo el socialismo? Ármese de valor y dé un «paseíto» por las morgues de nuestro país. Mientras Venezuela se desestructura en medio de un delirante vértigo de violencia tanatocrática nuestro intelectual hace cola en una clínica para ponerse un collarín, pues su cervical está lesionada de tanto asentir en señal de aprobación a todas las loqueteras que se le ocurre la Voz única, absoluta, irreductible y eterna.

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