Opinión Nacional

El inquisidor

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Inquisidor (del latín inquirire, quaerere, «buscar», aquel que «busca» o «inquiere») era la denominación con que se designaba a cada uno de los tres jueces de la Inquisición, un tribunal y organización creada para extirpar la herejía religiosa, la heterodoxia ideológica y otros asuntos rechazados por la Iglesia Católica mediante la censura o expurgo (libros, comedias etc.), el castigo jurídico (multa, confiscación, sambenito) o la ejecución por la hoguera (reos rebeldes), en efigie (reos huidos o desaparecidos), por la horca (reos de condición humilde reconciliados) o por el hacha (reos de elevada condición social). Wikipedia
Observemos en la definición anterior que, además de la herejía religiosa, la Inquisición castigaba la heterodoxia ideológica. En palabras más simples, la posibilidad de tener una opinión sobre cualquier cosa que no fuese la que la iglesia católica obligaba a asumir.

Los regímenes totalitarios de cualquier signo: nazismo, fascismo o comunismo, coinciden en demasiados aspectos y se diferencian en muy pocos; pero en lo que son idénticos es en el propósito de transformarse en una religión. El comunismo soviético consideraba la religión como el opio de los pueblos, según la sentencia atribuida a Carlos Marx, pero fue el sistema que utilizó como ninguno los elementos del fanatismo religioso. No podía ser de otra manera ya que para captar y doblegar a unas masas campesinas manipuladas, a lo largo de centurias, por los popes de la iglesia ortodoxa, era imprescindible transformar a Stalin en un dios y el comunismo en un credo.

A la hora de copiar los instrumentos de dominación del fanatismo religioso, los regímenes totalitarios suelen echar mano de los preceptos de moralidad sexual para así justificar otras prohibiciones y la invasión en la privacidad y hasta en las mentes de las personas. El ejemplo más cercano y reciente lo tenemos en la súbita preocupación del monarca venezolano y de sus cortesanos de la Asamblea Nacional, por los contenidos de la programación televisiva nacional y de la extranjera que llega por cable. No podía ser otro sino el diputado Luís Tascón con su condición congénita de denunciador de oficio, es decir sapo, quien tuviera como misión regular los contenidos de la televisión por cable. Con el cinismo característico de los Trucutú del siglo XXI, esconde la intención de censurar y de obligar a esos canales a transmitir la bazofia propagandística del régimen, detrás de una pretendida moralidad que el patroncito Chávez y sus mucamos están muy lejos de practicar.

El inquisidor Tascón mezcla -en su alegato- la pornografía que esos canales transmiten a partir de la medianoche, con el mensaje crítico al gobierno chavista que Mario Vargas Llosa expuso en el canal internacional National Geographic. Pero ahí no queda la cosa, las operadoras deberán dar un trato igualitario a la producción nacional con respecto a los canales extranjeros de televisión por cable. ¿Producción nacional? Seguramente se refiere al horror de TVES -canal oficialista sustituto de la prohibida, expoliada y confiscada Radio Caracas Televisión- cuya mayor novedad son las películas de Cantinflas; a la soporífera Telesur con su patético indigenismo de utilería o al indigerible proselitismo de todos los demás canales del gobierno. Por consiguiente podemos vaticinar, desde ya, la muerte de la válvula de escape que miles de venezolanos utilizamos para no enloquecer con las cadenas presidenciales y otros métodos de tortura televisiva oficialistas.

Uno podría creerles cualquier cosa al inquisidor Tascón y a otros voceros del régimen, menos su pretendida moralidad. Quienes reducen la moral y las buenas costumbres a la sexualidad explícita, los desnudos femeninos y a la diversidad sexual, suelen ser los más inmorales. No vamos a distraernos en lo inmoral que resulta engañar a todo un país con un socialismo de pantalla, en el que la casta gobernante vive faraónicamente mientras millones son cada vez más pobres y desamparados. Tampoco en lo inmoral que es robar a manos llenas los dineros públicos. Ni siquiera en la inmoralidad imperdonable que es la burla descarada a la fe de todo un pueblo, en el voto como expresión de su voluntad y aspiraciones. Limitémonos a los discursos del Kaiser en sus cadenas casi diarias y en sus interminables “Aló Presidente” dominicales: las normas son la vulgaridad, la patanería, la humillación al prójimo, la procacidad, el doble sentido y el peor sentido directo sin dobleces, el insulto y la calumnia a quien no está en capacidad de defenderse. Eso si es inmoralidad y eso si merecería la censura del Inquisidor. Pero justamente de lo que se trata es de imponernos, como única posibilidad, ser la audiencia cautiva del más inmoral de todos los actores de televisión.

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