Opinión Nacional

¿El Inca Valero es como tú?

Al precio con frecuencia de una vida desgraciada los boxeadores venezolanos compran su gloria, a los peloteros los protege el deporte organizado; aunque a menudo estén destinados a morir en la miseria, muchos adolescentes en los barrios seguirán soñando con ser otros Inca Valero, con la gloria y con el poder. ¿Qué más? Al quitarse la vida, el boxeador demostró un arrepentimiento que lo humanizaba, reconoció brutalmente su error, se comportó como una última víctima, reflejó trágicamente una realidad que se tapa, se prefiere presentar una imagen edulcorada y patriotera del país, presentar al venezolano como la persona más generosa y noble, ocultar la parte oscura, el primitivismo que lo inclina al caudillismo y que se ha manifestado en su historia.

Venezuela es Dudamel y el Inca Valero, Chávez y Rómulo Betancourt, Pérez Alfonzo y tantos vivos que se han enriquecido. Una minoría educada y una mayoría que cada vez aprende menos en la escuela pero que le piden marchar y aplaudir.

Como boxeador el Inca Valero se impuso por su constancia, sus condiciones físicas, su valentía, arrastraba unos valores trastocados de un primitivismo destructor, pero las autoridades, la sociedad, le permitían todo.

Lo detestaban por chavista, lo amaban por chavista y lo sepultó un pueblo cuya admiración hacia este héroe, héroe negativo, no disminuyó a pesar de que la élite condenase al boxeador. Una multitud adolorida acudió a su entierro, donde abundaban mujeres adoradas como madres, golpeadas como esposas, es decir como la madre de los hijos del que las maltrataba.

Como el Inca Valero, Chávez ha sido inmune a las acusaciones, denuncias que hubieran socavado la imagen de cualquier presidente no le han hecho mella. Se ha comportado como le da la real gana. Después de 12 años ha perdido la simpatía popular pero todavía no ha sido derrotado, los venezolanos que todavía lo apoyan no están sobornados, aunque sin duda mucho ha influido la bonanza petrolera de otros años, se identifican con el propio Chávez, semejante a los que lloraban ante el féretro de quien había asesinado a su esposa y golpeado a su madre y a su hermana.

Cómo no reconocer el significado de la emoción popular del sepelio del Inca Valero. Ese es el país real. Quizá haya dos países: el nuestro, el supuestamente ilustrado, y el otro, el de la mayoría, ¿cómo el primer país convencerá al segundo? ¿Con argumentos jurídicos, denunciando la violación de tal y tal artículo de la Constitución? ¿Demostrando que la falta de libertad y respeto a la propiedad empobrece a los países? ¿Señalando los fallos del socialismo del siglo XXI? ¿Exigiendo rescatar la división de poderes y el Estado de Derecho? OK, pero también hay que reemplazar un entusiasmo primitivo, una interpretación de la patria, y hasta del socialismo, por otra que emocione a ese pueblo, y sobre todo lo transforme.

No se trata de derrotar únicamente con votos a Chávez, aunque esto sea fundamental, sino también de cambiar una moral, una cultura en la que la corrupción nunca ha sido abiertamente condenada. Hay que vencer a un político a quien buena parte del país no le indignó oírle anunciar a su mujer que esa noche le daría lo suyo.

En cada esquina hay un Inca Valero: el atracador que asesina por una tontería, el vivo que se lava las manos, la pasividad de los que contemplan el caos a su alrededor.

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