Opinión Nacional

El imperio de la cursilería

Todo lo que cabe bajo el significado de cursilería, puede entenderse como equivalente de ridiculez, presunción, extravagancia, chabacanería y ordinariez. Es lo contrario de sencillez, elegancia y naturalidad. Aunque sus efectos vulgarizan realidades, esa palabra no deja de ser difícil. Los sinónimos que normalmente se dan para explicarla, se refieren solamente a sus síntomas, no a su condición, causa o contexto subyacente. Aún así, pudiera comprenderse que la cursilería es toda actitud que, por frívola, cae en el lodazal del desaliento. Por esta razón, lo cursi evoca la idea del mal gusto. Aunque es un concepto con más implicaciones.

La cursilería ha sido un fenómeno cultural bastante difundido desde siglos atrás. Particularmente, desde el siglo XIX cuando la pretensión de resistirse a la modernización económica hace que muchas sociedades buscaran envolverse en una nostalgia de jerarquía social que se veía desplazada por la aparición de una nueva clase media. Ante esta situación, se adquieren visos rimbombantes o falsamente refinados. Al extremo de mostrar una apariencia magníficamente falsa que generaba la extraña sensación de lo sentimentalmente incongruente u obsoleto.

Apegada a la vanguardia tecnológica, ahora la cursilería, como el populismo, ha adoptado nuevas formas. Sobre todo, cuando el mercado político exige condiciones que no siempre se corresponden con las que azuzan quienes se aferran a saturar los espacios públicos con pretensiones que no tienen la menor posibilidad de incitar cambios. O transformaciones que vayan de la mano con el clamor de necesidades determinadas por la movilidad económica y social. Es ahí cuando quienes usurpan el poder político, buscan aprovecharse de las circunstancias para exagerar la actitud gubernamental sin importar las incongruencias o rarezas que ocasionen en el desarrollo de las decisiones a tomar.

En Venezuela, las reacciones del gobierno central reflejan el hartazgo de medidas asumidas con el propósito de exaltar la figura del presidente de la República más allá de lo humano. Demasiada cursilería para un gobierno militarista. Tanto que lucen repulsivas los repetidos manifiestos de “amor” con el único fin de ganar prosélitos mediante artilugios y adornos que al día siguiente pueden encontrarse en la basura.

Es fácil reconocer la cursilería gubernamental: las vallas que aclaman la revolución bolivariana y la presentan como el bálsamo contra los agravios del imperialismo. Cada discurso, cada frase, cada movilización del presidente Chávez, cada propuesta declarada en nombre del socialismo, representa un asombroso realismo ilusionista con alusiones petulantes. También la dramatización televisada con los trucos del realismo mediático, presumiendo de veraz y oportuna sin serlo, es fehaciente demostración de la ridiculez y de mal gusto de los personajes que hablan por conspicuos sentimientos populares.

Un recorrido por instituciones públicas, deja ver un remedo de impresionismo barato. Así como exageradas apelaciones a un falso nacionalismo, como si se tratara de exhibir caballos de pelaje brillante, perros de caza o graciosos perros domésticos, desnudos pintados con la irreverencia del artista ostentoso. Todo en el marco de un seudo surrealismo inducido a fuerza de campañas de marketing político. Todo eso y más, forma parte de la cursilería montada por el régimen criollo con la ilusa idea de mantenerse en el poder reivindicando aburridos cuentos de camino donde las palabras no tienen razón pues las promesas palidecen de mengua. Lo cierto es que por tanto absurdo que adelanta Miraflores, el país se convirtió en el imperio de la cursilería

 

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