Opinión Nacional

El imperativo categórico

La respuesta es obvia: sólo férreamente unidos, con un pueblo consciente, movilizado y con un liderazgo patriótico armado con la verdad, decidido y dispuesto a dar la vida por la Libertad. Es el imperativo categórico que en esta hora de definiciones la historia nos plantea.

1.- Consciente de la gravedad terminal de la crisis que vivimos – una crisis de excepción que ha puesto en juego la existencia misma de la República e incluso la pérdida de nuestra soberanía – he creído que de ella sólo un milagro nos permitiría salir sin atravesar por una profunda conmoción social, como la vivida el 23 de enero, incluso con el riesgo de dolorosas pérdidas en vidas humanas, tal como sucediera el 11 de abril de 2002. Una oportunidad tan excepcional de resolverla a fondo, pues conjugó a la sociedad civil con el universo uniformado – tal como sucediera en los idus que acabaron con la dictadura perezjimenista – y que no fuéramos capaces de llevar hasta sus últimas consecuencias por debilidades humanas, políticas e institucionales inherentes a la crisis misma.

He insistido en clarificar el significado y la dimensión histórica de la crisis, teniendo especial cuidado en advertir que no estamos ante un problema de buen o mal gobierno sino ante una apuesta de vida o muerte por la existencia de la democracia misma, pues implica la mortal confrontación de dos sistemas de vida radicalmente antagónicos: democracia liberal o dictadura totalitaria. Hondamente preocupado por la incomprensión con que la sociedad en su conjunto había hecho el balance de los sucesos de abril y atribulado por las consecuencias políticas de tal incomprensión, al extremo de encontrar fuertes y ardorosos contradictores entre las propias fuerzas opositoras, escribí un libro, DICTADURA O DEMOCRACIA, VENEZUELA EN LA ENCRUCIJADA, que publiqué a poco tiempo de dichos sucesos.

Para hacer más comprensible la naturaleza de la crisis, escribí luego un ensayo CRISIS Y ESTADO DE EXCEPCIÓN EN LA VENEZUELA ACTUAL, sirviéndome al efecto del aporte esencial de un gran constitucionalista alemán, Carl Schmitt, acerca del Estado moderno y sus crisis de excepción. Independientemente del servicio que ese gran pensador le brindara en sus comienzos al nacionalsocialismo, no he encontrado otros estudios más profundos que los suyos para explicarme las causas y orígenes de las crisis terminales en estados modernos, que dieran paso a la revolución bolchevique y a la nacionalsocialista. Y desde los cuales se transparentan los graves y definitorios cambios que han dado lugar a nuevos sistemas de dominación en sociedades enfermas y desestabilizadas. Para lo cual, la lectura del pensamiento político contemporáneo, como los de Walter Benjamin, Karl Löwith, Leo Strauss, Giorgio Agamben, Jacob Taubes y otros pensadores contemporáneos es de uso obligado.

Finalmente, y sobre la base de ese diagnóstico, he considerado que agotado el ciclo modernizador abierto el 23 de enero de 1958, la sociedad venezolana se ha visto enfrentada a dar un salto hacia el futuro, la modernidad y lo que, en términos genéricos aunque insuficientes, se ha dado en llamar globalización, lo que sólo hubiera sido posible mediante una profunda reforma de nuestro sistema democrático mediante el consenso de todas las fuerzas vivas de la Nación. O a sufrir una regresión a etapas ultrapasadas de nuestro decurso histórico, esa falsa forma de superación del presente en que suelen incurrir los pueblos enfermos de infantilismo político.

2.- Es el confuso, perturbador y angustioso proceso en el que vivimos desde fines de los 80, cuando Carlos Andrés Pérez intentara echar a andar ese necesario proceso de modernización en solitario, carente de todo respaldo por parte de la élite política, y ante el rechazo colectivo de un pueblo amaestrado por el Ogro Filantrópico del estatismo populista. Y que encontrara la respuesta en Hugo Chávez Frías, comprometido con la reacción conservadora y las fuerzas disolventes del castrismo, que echara a andar el proceso involutivo. Enfrentada a esa disyuntiva entre modernidad o involución, una sociedad carente de plena identidad consigo misma y sufriendo de lo que Mario Briceño-Yragorri llamara “crisis de pueblo”, optó por lanzarse en brazos de la regresión. La mesa estaba servida para el más insólito proceso de auto amputación sufrido por sociedad alguna en América Latina.

A partir de entonces, el desarrollo de la crisis ha ido consolidando sus claves idiosincráticas. La grave derrota de la sociedad civil, portadora de los impulsos modernizadores, dio paso a la confluencia de los dos factores que se harían con el poder y terminarían por agudizar las contradicciones hasta el punto de la aparente anomia que hoy sufrimos: el generalato de las FANB y el gobierno castrista. Quienes escudan su dominio de facto usando los sectores de la izquierda radical que ofrecen su máscara civil y administran el manejo y manipulación de las masas de respaldo. 12 años después de esa trágica derrota, y ante la práctica desaparición del Deus ex Machina de este insólito proceso involutivo, el poder queda al desnudo: lo detenta Ramiro Valdés, encargado por Raúl Castro de la gobernación de la Venezuela supuestamente chavista, y le da visos de legalidad un fantoche de la absoluta confianza de la tiranía cubana llamado Nicolás Maduro. Tal cual lo conocemos de los fantoches usados por la Unión Soviética para dominar en Polonia, en Checoslovaquia, en Rumania y los otros países del bloque soviético.

Luego de la estratégica derrota de la sociedad civil del 11 de abril se sucedió la otra gran derrota que terminara por fracturar a la oposición venezolana: el fraude consumado el 15 de agosto de 2004 tras un proceso manejado todavía a distancia por el gobierno cubano. Si el principal responsable de la primera derrota se llama Raúl Isaías Baduel, con la colaboración del chavismo civil e incluso de algunas personalidades de la llamada oposición democrática, el de la segunda fue Fidel Castro Ruz. Todavía hay quienes no se explican la retención arbitraria y contra todo derecho del comisario Iván Simonovis: quienes conocemos la historia de la tiranía cubana no albergamos la menor duda. Había que demonizar de una vez y para siempre a quien pudiera representar las ansias libertarias que en manos de la movilización popular sacara del poder a Hugo Chávez, el hombre de Fidel en Caracas. Y maniatar para siempre a esa alebrestada sociedad civil, que recurría a la experiencia de la rebelión popular del 23 de enero que diera al traste con la tiranía perezjimenista. Pues de la combinación de la acción popular y el respaldo de los sectores constitucionalistas de las fuerzas armadas se derivará la derrota de todo intento dictatorial y totalitario en la Venezuela contemporánea. Desde entonces, toda acción opositora sería encarrilada a través de la vía electoral bajo el control del CNE, convertido desde su manejo por Jorge Rodríguez – con la anuencia opositora – en ministerio electoral del régimen.

Luego de la ominosa derrota del 11 de abril y la estafa del 15 de agosto, las cartas estaban definidas para siempre: el llamado proceso revolucionario venezolano se establecería mediante al amancebamiento del chavismo con la tiranía cubana, la alianza estratégica entre las FANB y el Ejercito Revolucionario Cubano y la creación de una masa de respaldo popular mediante la utilización del clásico populismo congénito del Estado venezolano gerenciado por un partido, el PSUV, y financiada por PDVSA.

En cuanto a la oposición partidista, el régimen no ha optado por su aniquilación, sino por su integración al sistema. Fundamentalmente como elemento de legitimación de lo que el mundo, y muchísimos líderes de nuestra propia oposición, consideran ser un régimen democrático. A la cual se le ha castrado su dimensión civilista, contestaría y rebelde – su auténtico, verdadero y único poder político –, se la ha subordinado a las direcciones de los partidos, rebajándola a coprotagonista eventual de procesos electorales amañados, necesariamente condenados a la impotencia. A pesar de los aparentes triunfos numéricos, desmentidos en sus resultados prácticos.

3.- ¿Necesito dar mayores explicaciones a lo que fundamenta mis profundas diferencias, desacuerdos y divergencias con algunos dirigentes democráticos, que consideran que ésta no es una dictadura, que las elecciones se cumplen bajo condiciones ejemplarmente democráticas, que sostienen que política es, exclusivamente, dedicarse a participar en procesos electorales, por lo cual no tienen empacho en desconocer la ejemplar acción política de gran envergadura que demostró en la práctica ser la única capaz de destronar a un dictador?

Sería altamente irresponsable e injusto acusar a dicha dirigencia de complicidad con los propósitos totalitarios del castrochavismo. Pero sería intelectualmente inmoral no advertir sobre el papel objetivamente estabilizador de una situación intolerable – la pérdida de nuestra democracia, de nuestra república y de nuestra soberanía – cumplido por quienes se niegan a comprender la gravedad histórico-existencial de la crisis que sufrimos.

Ello explica las razones por las cuales me enfrenté a la matriz de opinión, inconsciente o deliberadamente instrumentada, según la cual sólo adolecemos de un mal gobierno, que es posible desplazar electoralmente y que para hacerlo sólo basta con seducir a las mayorías mediante una cara joven, aparentemente libre de toda responsabilidad en la gestión de la Venezuela anterior al asalto de la barbarie, con un paquete de promesas indiferenciadas de las que un sistema montado por la ingeniería totalitaria del castrismo pusiera en práctica para movilizar a un pueblo que hasta entonces le fuera renuente y no ser arrollado por el Referéndum Revocatorio: las misiones.

El perverso poder de quienes mediatizaron esa matriz de opinión y el estado de catalepsia intelectual al que hemos sido reducidos por la inclemencia del régimen, no puso la crisis en el centro de nuestras preocupaciones. Y eludió sistemáticamente durante la campaña presidencial la confrontación con quien nos ha traído a este abismo y el papel jugado por la tiranía cubana en el proceso de colonización que sufrimos. Adormeció el nervio democrático, nacionalista y patriótico de nuestra sociedad, únicos resortes capaces de producir un revés a esta situación de minusvalía existencial, distrayendo a los ciudadanos hacia ilusiones necesariamente condenadas a la frustración. Y en un acto por demás reprobable, además de darle plena legitimidad a un proceso electoral absolutamente viciado, demonizó a quienes no han cesado de advertir acerca de la brutal amenaza que nos acosa. Haciendo cómplices del estado de cosas que sufrimos a los llamados “radicales y extremistas”. Convirtiendo, posiblemente sin saber que reproducen un viejo mecanismo de los fascismos denunciado por Hannah Arendt, a las víctimas en victimarios.

La agonía del principal gestor de esta crisis y la desenmascarada entrega de nuestra soberanía a la tiranía cubana que su desaparición implica, han logrado paralizar el proceso de sometimiento que Hugo Chávez, respaldado por los Castro, llevaba a cabo. Muerto el instrumento de la colonización, el país se abre ante perspectivas inusitadas.

¿Sabremos aprovechar la crisis aparentemente irresoluble que la inevitable muerte de Hugo Chávez nos plantea? La respuesta es obvia: sólo férreamente unidos, con un pueblo consciente, movilizado y con un liderazgo patriótico armado con la verdad, decidido y dispuesto a dar la vida por la Libertad. Es el imperativo categórico que en esta hora de definiciones la historia nos plantea.

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