El humanismo político cristiano
En una crisis total de valores como la que sufre nuestra sociedad, es menester volver a esas fuentes de las que se nutren nuestro espíritu y razón.
El ser humano, por su irrenunciable condición social, se encuentra inmerso en un particular complejo de modos de ser y de hacer que resultan de una concreta manera de organizar la vida en común, la cual, siéndole antecedente, le condiciona si bien aquélla es susceptible de recibir el aporte personal de cada cual.
Tal aporte puede actuar como refuerzo de los mecanismos de funcionamiento vigentes en la Sociedad, pero también puede introducir modificaciones y hasta alterar radicalmente esos mecanismos, así como los comportamientos sociales concurrentes.
Es sabido que la Sociedad tiene, como su razón de ser, una finalidad específica que es el Bien Común General, que incluye una suerte de garantía de posibilidad para la realización del destino propio de cada persona miembro del Cuerpo Social. Pero el Bien Común General, que no es una noción intangible y abstracta sino que es inseparable del hecho social de cuyo acto es objeto, es, por ello mismo, una realidad eminentemente histórica, valga decir, situada en un plano espacio-temporal preciso. Evidentemente, tal situación no es estática sino esencialmente dinámica, como conviene a la totalidad de la realidad social que la fundamenta.
Por otra parte, la Sociedad, en tanto medio instrumental que posibilita la cultura, requiere de la Autoridad cual disposición interna que permite organizar la totalidad del Cuerpo Social, para orientarlo hacia la construcción de ese mundo propio y común que es condición del desarrollo personal de los individuos humanos que son sus miembros.
La autoridad, entendida como facultad de orientar y dirigir, invoca una capacidad o potencia que la haga eficaz, esto es, capaz de obligar a la obediencia. Tal capacidad o potencia es el Poder.
Pues bien, los anteriores elementos, constituyen los fundamentos de la relación política.
El primer elemento, la capacidad humana de actuar, aporta a la relación su carácter de acto humano; por lo tanto, la política es acción racional, libre y responsable.
El segundo elemento, el Bien Común General, determina la finalidad de la relación y define el criterio de legitimidad de la política.
El tercer elemento, constituido por la Autoridad y el Poder que le es inherente, precisa el medio instrumental más importante para la realización de la relación. Es mediante la Autoridad como la acción humana, empeñada políticamente, puede operar más eficazmente en vista del alcance de la finalidad última de la Sociedad.
En un sentido lato podemos denominar política toda acción que el hombre establece con los entes que constituyen su mundo u horizonte de sentido, con el objeto de contribuir al logro del Bien Común General. De manera más restringida, la acción política se orienta a determinar el gobierno de la Sociedad a fin de que ésta alcance su objetivo específico.
La política deriva también de la condición finita y limitada del ser humano. Sin embargo, de la misma manera como en la génesis de la Sociedad, no son las necesidades y la condición carencial del hombre las únicas razones de la actitud política, también la sobreabundancia y la necesidad de amar y de dar están presentes en un comportamiento cuya finalidad última es el Bien Común General.
El amor de amistad (amor amicitiae) se revela así como elemento esencial del acto político personal. Tal «amor amicitiae» se caracteriza por el desprendimiento: «Tanto más amo yo algo, cuanto más me entrego por amor a su bien», para decirlo en las palabras de Juan Duns Escoto [1] (%=Link(«http://mail.google.com/mail/?view=page&name=gp&ver=3403410b768567d8#_ftn1″,»www.mail.google.com/mail/?view=page&name=gp&ver=3403410b768567d8#_ftn1»)%). Por ello mismo, el Papa Pio XII, recogiendo la expresión de su antecesor Pio XI [2] (%=Link(«http://mail.google.com/mail/?view=page&name=gp&ver=3403410b768567d8#_ftn2″,»www.mail.google.com/mail/?view=page&name=gp&ver=3403410b768567d8#_ftn2»)%) pudo decir de la política que es la forma más excelsa de la caridad, después de la Religión.
Giorgio La Pira, definía la política como «la actividad arquitectónica destinada a coordinar y a dirigir la acción colectiva» [3] (%=Link(«http://mail.google.com/mail/?view=page&name=gp&ver=3403410b768567d8#_ftn3″,»www.mail.google.com/mail/?view=page&name=gp&ver=3403410b768567d8#_ftn3»)%) , y en este sentido podemos definir como política toda acción que se oriente a dirigir a la Sociedad, mediante la actuación directa o indirecta del Estado en sus diversos sectores, niveles e instancias , de manera que, como decía el Dr. Arístides Calvani, política, en el fondo, es un arte: «el arte de hacer posible lo que es menester» [4] (%=Link(«http://mail.google.com/mail/?view=page&name=gp&ver=3403410b768567d8#_ftn4″,»www.mail.google.com/mail/?view=page&name=gp&ver=3403410b768567d8#_ftn4»)%) .
Desde luego, se comprende que nos ubicamos en la vertiente de las relaciones humanas predispuestas por la voluntad de amor y fundadas en la aceptación de la propia finitud y no en aquélla, contradictoriamente opuesta, en la que los actos responden a las determinaciones de la voluntad de dominio pues cuando, al no aceptarse la finitud, rige ésta, la política se aparta de su finalidad última y degenera en opresión.
Política y Ética
Acto humano, la relación política está indiscutiblemente subordinada a la ética. Es indispensable usar un instante para proponer algunas reflexiones sobre el particular.
El pensamiento de un humanismo personalista como el cristiano que comparto, se funda en la eminente dignidad de la persona humana y en el principio del Bien Común General entendido como objeto final de la Sociedad. Ambos principios se constituyen en causa final y reguladores de la política.
La idea de Bien Común, como origen y fin de la política, nació en la antigüedad con Platón y Aristóteles y se prolongó durante casi todo el medievo, cuando el cristianismo, con su doctrina paulina del Cuerpo Místico, condujo a la concepción orgánica de la Sociedad cuyas partes se conciben subordinadas al bien del todo social. Pero toda esta concepción descansa sobre la idea de la existencia de una ley eterna, inscrita por el Creador en la naturaleza de todo lo creado y que, en particular, sirve de fundamento para la orientación de las acciones del ser humano y es anterior a toda legislación positiva de la Sociedad.
Además, la Sociedad ni es la suma de los individuos que la integran, sino que constituye una realidad de orden que tiene su propia entidad y finalidad, ni tampoco procede de ninguna suerte de «contrato» entre sus miembros. Pero ideas contrarias desplazaron, en la modernidad, la visión unitaria y orgánica del cuerpo social y se pretendió, con las teorías contractualistas, atender a la explicación y solución del problema de conciliar los intereses opuestos de los individuos.
Posteriormente, la época moderna, que se fundó sobre el individuo y en una moral subjetiva de los hombres, se apartó de la visión iusnaturalista para sustituir la ley natural por el derecho positivo, concebido como mecanismo único para resolver los conflictos entre los individuos y para hacer funcionar bien la Sociedad. Decíamos que la moral subjetiva instaurada condujo a un relativismo ético, justificado bajo la premisa de que la ley natural o no existe, o no puede ser asumida, con el argumento simplista de que sobre ella hay una gran diversidad de opiniones individuales que, en realidad, no son más que conveniencias particulares.
Como consecuencia de ello, la política fue separada de toda sujeción al orden moral para reducirla a una categoría de acción independiente, cuya razón de ser es el bien o la finalidad del Estado.
La ética interfiere, por lo que se niega la sujeción a ella de la política y, de esta forma, se niega también toda racionalización moral de la vida política.
Qcurrió que, a raíz de los cambios suscitados por la Reforma y de las expectativas generadas por la nueva Ciencia positiva, en el centro de la cultura fue sustituido Dios por el hombre. Entonces, la comprensión de la naturaleza y dignidad de la persona humana quedaron incompletas y la finalidad de la libertad de las acciones del hombre dejó de orientarse hacia los designios y planes del Creador. La consecuencia fue la pérdida de toda confianza en el concepto de Bien Común, al tiempo que la justicia sólo fue entendida en términos contingentes.
Pero como ni la dignidad humana ni los derechos fundamentales resultan de acuerdos o contratos sociales, sino que fundamentan y convalidan todas las leyes y normas, y la persona humana es «principio, sujeto y fin de todas las instituciones socials» [5] (%=Link(«http://mail.google.com/mail/?view=page&name=gp&ver=3403410b768567d8#_ftn5″,»www.mail.google.com/mail/?view=page&name=gp&ver=3403410b768567d8#_ftn5»)%) , por la orientación contraria, el ser humano fue reducido a objeto manipulable por todo tipo de egoísmos o ideologías parciales y la política se redujo a simple y brutal competencia por el poder.
En tales condiciones, la verdadera democracia y todos los logros alcanzados por el hombre en su lucha por conquistar más amplios espacios para ejercer sus libertades externa e interna y hacer valer su dignidad, viven bajo la amenaza permanente, muchas veces realizada, de poder ser cancelados por la ciega voluntad de un déspota o de una ignorante simple mayoría masificada de votos. Así, se hace de la «política» un dominio separado e independiente, autárquico en sus fines, reglas y determinaciones. El «fin político» justificará cualquier medio, con la sola condición de que sea eficaz. De tal manera se absolutizan realidades contingentes como El Partido, El Estado, La Clase o El Jefe, mientras el propio opresor queda oprimido por su abstracción y termina tan cosificado como el objeto de su dominio.
La vida individual de la persona humana no puede entenderse desvinculada de su vida social; de la misma manera, en el caso de la política, la vida pública no puede concebirse sino subordinada a la moral, puesto que la persona es la razón de ser de una Sociedad que, por tanto, es espiritual y moral antes que formal y estructural [6] (%=Link(«http://mail.google.com/mail/?view=page&name=gp&ver=3403410b768567d8#_ftn6 «,»www.mail.google.com/mail/?view=page&name=gp&ver=3403410b768567d8#_ftn6»)%).
La acción política, entonces, se fundamenta en los principios metapolíticos que sustenta la cosmovisión personalista, así como en los correspondientes principios políticos de libertad interna y externa, igualdad esencail y desigualdad existencial, justicia en sus diferentes expresiones y solidaridad. Su fin, como ya se expresó, es el Bien Común hacia el cual se orienta indefectiblemente la Sociedad, para que cada hombre y todos los hombres, sin excepciones inaceptables, tengan la oportunidad de desarrollar plenamente su potencial de persona, así como de participar efectivamente en la generación de la obra común y en el disfrute de sus beneficios.
Para concluir, recordemos, al paso, que la acción política supone tres aspectos que le dan sentido y la hacen eficaz:
– El aspecto de la filosofía política que establece las metas de actuación y la función del hombre en la Sociedad de acuerdo a la concepción solidaria.
– El aspecto de la ciencia política que establece los mecanismos institucionales adecuados a tal concepción del hombre.
– El aspecto de la técnica política que dispone los medios de acción y las intervenciones en el seno de la Sociedad, de manera de relacionar su realidad institucional con las orientaciones de la filosofía política y con los conocimientos que propone la Ciencia Política.
Sobre tales premisas y con la indispensable condición de que el político cristiano sustente sus principios y valores con su conducta y con sus propios hechos, podemos confiar en que la civilización avanzará, sin sujeciones integristas, en la construcción de ese ideal posible, que es el humanismo cristiano, personalista y profano de una nueva cristiandad.
[1] (%=Link(«http://mail.google.com/mail/?view=page&name=gp&ver=3403410b768567d8#_ftn1″,»www.mail.google.com/mail/?view=page&name=gp&ver=3403410b768567d8#_ftn1»)%) Opus Oxioniense, III.d.27. qu. Un. N.17: «hoc enim magis diligo…pro cujus bono salvando magis me expono es amore, quia ‘exponere’ sequitur amoren» [2] (%=Link(«http://mail.google.com/mail/?view=page&name=gp&ver=3403410b768567d8#_ftn2″,»www.mail.google.com/mail/?view=page&name=gp&ver=3403410b768567d8#_ftn2»)%) «La política es una forma eminente de la Caridad». S.S. Pio XI. Mensaje del 18 de diciembre de 1927 [3] (%=Link(«http://mail.google.com/mail/?view=page&name=gp&ver=3403410b768567d8#_ftn3″,»www.mail.google.com/mail/?view=page&name=gp&ver=3403410b768567d8#_ftn3»)%) G. La Pira. Para una Arquitectura Cristiana del Estado. [4] (%=Link(«http://mail.google.com/mail/?view=page&name=gp&ver=3403410b768567d8#_ftn4″,»www.mail.google.com/mail/?view=page&name=gp&ver=3403410b768567d8#_ftn4»)%)Arístides Calvani. Documentos del IFEDEC [5] (%=Link(«http://mail.google.com/mail/?view=page&name=gp&ver=3403410b768567d8#_ftn5″,»www.mail.google.com/mail/?view=page&name=gp&ver=3403410b768567d8#_ftn5»)%) Concilio Vaticano II. Gaudium et Spes, n. 25. [6] (%=Link(«http://mail.google.com/mail/?view=page&name=gp&ver=3403410b768567d8#_ftn6 «,»www.mail.google.com/mail/?view=page&name=gp&ver=3403410b768567d8#_ftn6»)%) G. La Pira. Op. cit.