El hueco etario
Los problemas que ha ocasionado el régimen que nos destruye tienen su importancia relativa y comparativa. Algunos son terribles, más son circunstanciales y razonablemente fáciles de corregir. Las encuestas y el clamor de la ciudadanía identifican a la inseguridad y a la escasez de alimentos y similares como los dos problemas más graves que aquejan a las familias y a los ciudadanos de Venezuela. Un gobierno que quiera cumplir con la obligación de trabajar para el bien de la ciudadanía puede resolver estos dos problemas con mucho empeño, más tendrá a mano los recursos y lo que falta es la voluntad de resolverlos.
Quisiéramos referirnos a lo que consideramos un problema que será imposible de resolver. Lo denominamos el “hueco etario” y nos referimos a la singular emigración que se ha producido en Venezuela por efecto del desplazamiento de una cantidad que se estima en un tres por ciento de la población, quienes decidieron irse a otros lugares, a otras naciones porque su análisis y la lectura de su futuro les pareció inaceptable.
Entendemos que esta terrible emigración de venezolanos se ha concentrado en jóvenes inteligentes muy bien preparados, con iniciativas, con capacidad de análisis y muchos de ellos con familias bien constituidas que se han radicado y han emprendido sus soluciones particulares en otros países amigos y que respetan a sus ciudadanos.
Esta tragedia comenzó hace muchos años, en 2002, cuando desde un programa televisado un domingo, el presidente, con un pitico, se atrevió a despedir a veinte mil trabajadores de la empresa fundamental de la economía nacional. Toda la nómina media y alta de la industria, los mejores y más capacitados trabajadores petroleros fueron vejados y echados de sus trabajos, de sus viviendas, de su entorno, de su realidad.
Dicen quienes tienen la capacidad y el conocimiento de las circunstancias que esos veinte mil venezolanos, amen de sólidos estudios y conocimientos, acumulaban más de trescientos mil años de experiencia en sus actividades profesionales. Se escribe fácil.
Pensemos que la gran mayoría de ellos recibieron, como es posible en Venezuela, instrucción de primer, segundo, tercer y hasta cuarto nivel de estudios que en su casi totalidad fueron pagados con el dinero de todos los venezolanos.
No sabemos con precisión cuanto cuesta un estudiante de primaria, de bachillerato, de las universidades nacionales y de postgrado. Mejor dicho, sabemos que, de acuerdo al sitio donde se estudie, el costo puede ser razonablemente adecuado, escaso o dispendioso, siempre o casi siempre está atado a la calidad. Si le colocamos números a la distribución de los distintos niveles y lo multiplicamos por un monto promedio de cada calidad de educación, vamos a obtener números impensables. Todo ese dinero, desde el punto de vista de Venezuela, se ha botado por la cañería del despilfarro, más, para los países receptores de esa emigración se constituyen en un donativo maravilloso, no solo de dinero, además, les economiza el tiempo necesario para lograr esos niveles de preparación.
Por razones de espacio y respeto a los lectores sólo vamos a referirnos a un segundo problema que consideramos fundamental.
En Venezuela se ha agredido el concepto del trabajo. Estúpidas modificaciones a las reglas y leyes han producido una situación laboral indeseable. Ya tenemos más de una década de inamovilidad laboral. Así se ha destruido una de los elementos fundamentales para el progreso de una nación. El concurso de las inteligencias y los esfuerzos de todos los venezolanos son imprescindibles para que seamos mejores.