Opinión Nacional

El gran salto adelante

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Todos los biógrafos de Stalin destacan, entre sus numerosos crímenes, la hambruna forzosa de Ucrania durante los años 1932-1933. Uno de los investigadores de ese episodio aterrador, Jonathan Wilde, en su obra El hambre como arma política, señala que en los países socialistas son recurrentes las hambrunas intencionadas y éstas se han usado como arma política para alcanzar los objetivos de lucha contra varias clases sociales.

Las víctimas de Stalin fueron los kulaks, campesinos ucranianos que tenían la propiedad de sus tierras y contrataban trabajadores. Stalin, temeroso de una rebelión de los kulaks, procedió a expropiarlos y expoliarlos. Se estima que diez millones de personas fueron despojadas de sus hogares y pertenencias y enviadas a Siberia en trenes de mercancías sin calefacción.

Al menos un tercio de ellos pereció en ese traslado. Los que se quedaron en Ucrania intentaron la rebelión. Stalin envió al Ejército Rojo que desató el terror entre los campesinos de la zona. En 1932, ya habían colectivizado a la fuerza la mayor parte de las tierras agrícolas de Ucrania y se ordenó un aumento en las cuotas de producción de comida hasta que no quedó nada que comer para los ucranianos. La cosecha de trigo de 1933 se vendió en el mercado internacional, mientras la hambruna masiva y prolongada provocó la muerte de un promedio de 25.000 personas diariamente. El canibalismo se hizo tan común, que el gobierno imprimió carteles que decían: “comer a tus propios hijos es un acto de barbarie”. La cifra total de víctimas se calcula en 10 millones de ucranianos.

Entre 1957 y 1960 Mao Tse Tung o Ze Dong, decretó el Gran Salto Adelante.

Dentro de su costumbre de utilizar a los centenares de millones de chinos como ratas de laboratorio, Mao ensayó una combinación de industrialización con colectivización. Se crearon 25.000 comunas de producción agrícola. La consecuencia de ese ensayo, para resumir, fue una hambruna que produjo entre 20 y 30 millones de muertos.

Fidel Castro no llegó nunca al extremo de hacer morir de hambre a los cubanos, se limitó a hacerlos padecer la eterna escasez de los alimentos básicos y el racionamiento de los mismos. El bloqueo impuesto por los Estados Unidos lo ayudó a no tener que dar otra explicación de su fracaso productivo, además de granjearle las simpatías y apoyo de la seudo izquierda mundial, más antiyanqui que socialista. Hasta el día de hoy, cincuenta años después de la gloriosa revolución, los niños de Cuba tienen derecho a tomar leche hasta los 7 años de edad; de allí en adelante consumir leche racionada es un delito y sólo pueden adquirir el producto los cubanos que tengan dólares.

La abrupta caída de los precios del petróleo en Venezuela, un país que apenas produce este regalo de la naturaleza y que se ha dedicado, especialmente en los últimos diez años, a dilapidar los inmensos ingresos que provenían de su exportación, debió haber provocado en un gobierno democrático y consciente de sus responsabilidades, un inmediato reordenamiento presupuestario y severas medidas de austeridad. Un presidente no emborrachado de poder, sin intenciones de permanecer hasta el fin de sus días en el cargo y sin el delirio de convertirse en líder de la revolución mundial, se habría dirigido a los ciudadanos para informarles de la situación real y convocarlos al trabajo, al sacrificio y a la moderación.

Pero el Mao tropical prefiere tropezar las veces que sea con las piedras del fracaso del comunismo soviético y del chino. No se invita a los empresarios del campo a producir más sino que se los expropia o invade. A los industriales se los interviene militarmente y se les amenaza con expropiarles sus industrias. A las transnacionales de alimentos se las nacionaliza para que caigan en manos de la rapiña y de la ineptitud revolucionaria. A los supermercados se les obliga a vender alimentos básicos a precios regulados, lo que significa que sus anaqueles estarán vacíos mientras el arroz, azúcar, granos y otros componentes de la dieta mínima del venezolano serán (como ocurre hoy) acaparados por los buhoneros y vendidos tres veces por encima del valor asignado por la revolución del siglo XXI.

Las colas y la peregrinación para conseguir comida son elementos imprescindibles para el éxito de la revolución, como lo es la perennidad de la pobreza. No existe revolución sin pobres. Hasta ahora ésta de Chávez era una rochela, una revolución con caviar, restaurantes a precios de Londres o París, whisky escocés de 18 años y automóviles de lujo rodando por las calles de la Venezuela socialista. Pero ahora es el momento del gran salto
adelante: seguirán el caviar, el whisky fino y demás lujos pero solo para los validos del régimen. Para los demás comienza la época de las vacas flacas, lo cual es un decir porque no las conseguiremos ni flacas ni gordas.

Para completar el cuadro del socialismo que se nos viene encima como un deslave aniquilador, no podía faltar el empeño por impedir que algún gobernador o alcalde de oposición haga alguna obra o tome alguna medida que sirva para ordenar el habitual caos urbano. Si por alguna morisqueta del destino el chavismo se extendiera a Suiza, prohibiría la puntualidad de los autobuses en cada parada. Declararía ilegal la producción de queso gruyere porque los empresarios se hacen millonarios llenándolo de huecos.

Extendería
por decreto el horario de fiestas y bonches escandalosos hasta cualquier hora de la madrugada. Llenaría de buhoneros las ciudades mientras cierra los almacenes y centros comerciales. Y provocaría el odio y la confrontación entre los suizos de habla italiana, francesa y alemana. ¡Viva la revolución y ¡Uah Chávez for ever!

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