Opinión Nacional

El gobierno y el hampa: los azotes de la sociedad venezolana

No es que piense establecer una simetría conclusiva entre la acción de los gobiernos castrochavistas y la del hampa que, desde hace 15 años trabajan, a su manera, por la destrucción del país, pero sí afirmar que al concurrir en el logro del mismo objetivo, se identifican como agentes de una causa común.

El primero, al colocarse al margen de la Constitución, negar la independencia de los poderes y no reconocer otra ley que la que impone la ideología anacrónica que llaman “socialismo” o “revolución”.

Un fanatismo inútil que puede interpretarse como una suerte de desequilibrio o delirio que lo desconecta absolutamente de toda realidad y lo somete a desgastarse en fantasías o mitos elucubradas años o siglos atrás y, por los que naufraga, en palabras o tesis vacías de contenido y significado.

La segunda, al hacer valer la “ley del revólver”, destruye vidas y bienes y establece un régimen de terror por el que los ciudadanos terminan prisioneros en sus propias casas, o lugares de culto, estudio o trabajo.

 

Expresión máxima de lo que en la politología contemporánea se conoce como “Estado fallido”, que en cualquier sociedad moderna alarmaría y obligaría a las autoridades constituidas a enfrentar y derrotar a este “otro poder” (tal sucede hoy en México, y hace dos décadas y media en Colombia), pero que en las postmodernas y de guerras asimétricas (como las “Socialistas Siglo XXI”) llegan a ser coadyuvantes y complementarios, ya que lo que “uno” no puede hacer con la violencia, “el otro” lo realiza y con absoluta e incontrastable impunidad.

En otras palabras: que aun en las condiciones del mediano y tibio respeto a la Constitución típico del neototalitarismo chavista y postchavista (que prescribe también una defensa instrumental de los derechos humanos), la revolución necesita del miedo y el caos para sobrevivir y ellos les llegan en bandeja de plata con la acción de los “colectivos armados”, los cuerpos paramilitares, los motorizados sin control y de estas bandas de atracadores, asesinos y secuestradores en torno a los cuales se deja filtrar la especie que “son amigos de la revolución”.

“Los malandros necesarios” los llamó una vez una revolucionaria chavista ante el propio Nicolás Maduro, en una de las pintorescas experiencias que llama “gobierno de calle”, y sin que se oyera una sola objeción del propio mandatario.

O sea que, sobre el tema, el Estado neototalitario no oculta sus preferencias, pues si bien en sus 15 años de mandatos ha implementado algo así como “25 planes para reducir las víctimas del hampa”, lo hace siempre bajo la salvedad de que no se trata de “asesinos”, sino de “buenos muchachos”, descarriados del camino del bien “por el capitalismo” y “los imperialistas” y que bastaría con un regaño y unos pocos meses o años de cárcel para que vuelvan a tomar la senda de la honestidad, la civilidad y el trabajo.

“Muchachos, dejen la matazón” decía Maduro el jueves pasado al no poder bypasear la conmoción desatada en el país por el asesinato de la actriz, Mónica Spear y de su esposo, Thomas Henry Berry. “Dejen la matazón y entreguen las armas” y, eventualmente (pudo agregar), regresen a una sociedad que los recibirá con los brazos abiertos.

En breve, se olvidó de reseñar que “esos muchachos” eran los responsables de que 25 mil venezolanos hubiesen perdido la vida en el primer año de su gobierno, y que más que frutos de los vicios del capitalismo, lo eran de los del socialismo, puesto que en su mayoría nacieron pocos años antes de la revolución, por lo que crecieron o educaron (si es que lo hicieron) bajo su umbrela.

Son entonces, “hijos de la revolución”, o para ser más precisos, ya tendrían que ser prototipos del “hombre nuevo”, pues se formaron viendo y sintiendo la apabullante y aplastante presencia de Hugo Chávez y su control del 90 por ciento de los canales de la televisión y las emisoras de radio, sin dejarles tiempo siquiera para ver comiquitas.

Discurso violento, guerrerista, maniqueo, glorificador del poder militar armado hasta los dientes, y devaluador del poder civil fundamentado en la ley y el estado de derecho, impulsado por guerras imaginarias que jamás tuvieron un átomo de realidad y hermano y “aliado estratégico” de todos aquellos caudillos que estaban fabricando equipos y herramientas para la muerte.

Furiosamente consumista, puesto que había renta petrolera para vivir sin trabajar y sin propiedad privada, que es la que genera producción y productividad, y un país que pasó a convertirse en un inmenso puerto en el que llegaban mercancías y baratijas de todos los confines.

Un socialismo, en fin, de militares y civiles ricos, abiertos (como todos los llamados a la riqueza súbita) a maridarse con cuanto pirata, contrabandista, estafador y outcast, llegara de cualquier latitud de la tierra, como que el único pasaporte que se les pedía era declararse enemigos de los poderes establecidos en el norte de América y Europa, los de raza anglosajona y cultura occidental, porque “y que eran” donde había nacido y crecido el odioso capitalismo.

Ingenuamente anclado en versiones piadosas y caritativas de la ilicitud y de la delincuencia organizada y no organizada, a las cuales se sigue viendo como la obra de unos pocos individuos, y de unas pocas bandas, y no como unas poderosas maquinarias que, amparadas en negocios de altísima rentabilidad como el narcotráfico, la industria de los secuestros, la pornografía y la fabricación de todo tipo de armas, detentan la fuerza suficiente para destruir cualquier “otro poder” que se les enfrente, sean capitalistas o socialistas, demócratas o dictatoriales, occidentales o asiáticos, negros o blancos.

Las guerras que durante los comienzos de los 90 sostuvieron los carteles de la droga contra el Estado colombiano, y la que hoy emprenden en México los carteles de Sinaloa, Juárez y Tijuana contra el gobierno de Peña Nieto, ilustran con toda la gama de colores de la tecnología digital, el fenómeno de que hablamos.

Casualmente ha sido un venezolano, el economista y periodista, Moisés Naim, quien en un libro magistral, “Ilícito”, pone al desnudo el mundo donde han nacido estas terribles mafias que, al abrigo del dinero negro, el crimen, el delito y la tecnología de punta, están poniendo de rodillas a los desfallecientes Estados nacionales, o colocando a su servicio a los “fallidos”.

“Siempre han existido contrabandistas, traficantes y piratas”, dice Naim, “pero nunca como hoy, con la capacidad de operar a nivel mundial conectando los lugares más remotos del planeta y las capitales más cosmopolitas a la velocidad de Internet o de sus jets privados, con un poder económico que mueve más del 10 por ciento del comercio mundial (diez veces más que hace una década), y sobre todo con el poder político que han acumulado en todo el mundo. Nunca antes los criminales habían sido tan globales, tan ricos ni tan políticamente influyentes como ahora”.

¡Ah, sí Maduro, Rodriguez Torres e Iris Varela supieran que los pranes de Sabaneta, El Rodeo, Yare, Uribana, Santa Ana, y de otras cárceles, son ya un poder en la industria de la construcción pública y privada del país, pues tan pronto se comienza una obra, aparecen sus agentes imponiendo el cobro de vacuna y de protección “del trabajo”!

Un poder ante el cual hay que rendirse, porque si no, los ingenieros encargados de construir las obras (edificios, urbanizaciones o complejos habitacionales) pueden sufrir la suerte de Mónica Spear y su esposo, y sin que haya un Estado que los defienda.

Es todo lo contrario, los representantes del Estado piensan que tamaños criminales son “buenos muchachos”, víctimas de los vicios del capitalismo y del imperialismo, ovejas descarriadas del redil, a las que no hay que llamar presos sino “privados de libertad” y cuyos derechos humanos son más importantes que los de las víctimas que dejaron huérfanos o sin hijos.

Ejército de las sombras que mata tanto ciudadanos como policías, civiles como militares, pobres como ricos, empresarios como proletarios, hombres como mujeres, jóvenes como viejos, maduristas como caprilistas, y realiza la única igualdad que se conoce en el país: la de los cementerios.

Ejército que tiene paralizado, confundido, aturdido, al otro ejército, al institucional, al de soldados y policías, al que detenta el monopolio de las armas, al que debería combatirlo, pero que está al borde del colapso, y todo porque una secta de civiles desenfocados, devotos de una filosofía anacrónica, y decimonónica les ha vendido el cuento de que los criminales “son aliados y amigos de la revolución”.

Equivocación cósmica, casi metafísica que estuvo a punto de desaparecer a la Republica de Colombia, que tiene a México contra la pared y escapando de milagro a la guerra civil y que, por tanto, ¿qué no hará con la rentista, desvalida, populista salvaje, improductiva y colonizada República Bolivariana de Venezuela?

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