El gas del afecto
El afecto puede ser como un gas. Un gas noble que llena todo el espacio disponible. Que alcanza todos los resquicios posibles para expandirse y llenar de dicha todo lo que encuentra. Por eso, en cuestiones de afecto la cantidad no daña la calidad. Nadie puede decir que el que tiene muchos amigos los descuida. O que si tiene pocos es más atento, servicial y cariñoso con ellos.
La familia es un espacio predilecto para el afecto. Los parentescos de consanguinidad y de afinidad sirven para conocer y cultivar afectos que de otra manera serían difíciles de conseguir. Los primeros cariños crecen en familia y a medida que ésta se agranda, van multiplicándose las oportunidades para crear amistades.
Cuando nos presentan a un primo lejano que no conocíamos, se establece una conexión que va precedida de la historia y la genética que nos han sido transmitidas. Apenas sabemos del parentesco con otra persona, la vemos con otros ojos y nos disponemos a sentir, por lo menos, simpatía por ella. Si el nuevo pariente no es de nuestro agrado al primer contacto, la reacción más plausible es la de obligarnos a buscar algo que nos guste de su personalidad. Porque si es familia…algo bueno deberá tener.
El compartir ciertos valores, el abrevar en una historia y una geografía comunes y eso que se nombra como el llamado de la sangre, hacen posible la identidad familiar. Es verdad que el pragmatismo y la búsqueda del bienestar pueden ser los fines de una organización familiar. Pero esas metas económicas siempre estarán propensas a ser afectadas por el cariño y la solidaridad. Una empresa familiar, por más profesional que sea, se verá obligada a tomar en cuenta otras razones diferentes a las crematísticas.
Entre todas las clasificaciones, incluyendo los llamados nuevos tipos de familia, la tradicional tiene la ventaja de tener como fundamento un vínculo simple y a su vez profundo: la sangre. Pero hay quienes no teniendo ese vínculo logran establecer familias ejemplares. Se habla así, de la familia elegida para nombrar a la conformada por el grupo de amigos inseparables. A ésta se le atribuye una superioridad frente a la natural: no ha sido impuesta sino hecha a pulso, reclutándose entre sí sus componentes. Dentro de una familia grande, el juego de las simpatías puede crear sub-familias “consanguineo-elegidas”, combinando esas dos características.
Siendo la familia un valor tan estimado en el medio venezolano, tener una familia grande –por su tamaño, porque no me estoy refiriendo a títulos nobiliarios y demás zarandajas- es una bendición. Poder contar con muchos parientes que nos puedan dar una mano en un momento dado no es algo despreciable. Y si sabemos que hasta en sociedades donde el aislamiento y el anonimato son tan preciados (por ejemplo la japonesa o la suiza), un empujoncito familiar siempre abre alguna puerta, pues tenemos una ventaja útil para nuestra vida.
Y para agrandar la familia no hay mejor manera que recordar a los mayores y sus obras. El descubrir esas raíces que nos unen a todos sirve de acicate para encontrar a otros parientes por conocer y querer.
Las párrafos anteriores sirvieron de pórtico a la publicación del discurso “Memorias del afecto”, leído por mi querido tío Álvaro Sandia Briceño en el primer Briceñazo, realizado en Mérida en mayo de 2006 y que reunió a los descendientes de Federico León y Braulia Briceño. Tal acontecimiento fue reseñado en su columna de El Nacional por la valiente y aguda Milagros Socorro, orgullosa pariente nuestra.
Que en este nuevo año el afecto inunde gran parte de nuestro ánimo, que un país no se construye con resentimiento y odio. Que afloren las diferencias y se diriman pero que siempre haya espacio para la solidaridad y en esto el gas del afecto puede ayudar mucho.
¡Feliz 2011 para todos los venezolanos!