El frustrado golpe antimedinista y la presidencia de Escalante
Entre los papeles descubiertos en el año 3146, pertenecientes al “neógeno medio” o la “segunda ola”, encontraron los borradores iniciales de “Noche de Camp David” (1965), la afamada novela de Knebel Fletcher en torno a la trágica psicopatía de un presidente estadounidense. Stanislaw Lem tampoco supo, al reexaminar “Memorias encontradas en una bañera” (1961), testimonio tan decisivo de la lejana época, que los bocetos desechados originalmente aludían a un mandatario latinoamericano llamado Diógenes Escalante, cuya crisis demencial fraguó un período de prolongada estabilidad política inédito en su país.
De todo el legajo documental, sobre sale “Orígenes de la presidencia marcada” (New Cork – Caracas, 1957), e, incluídos unos apuntes fílmicos, una fotografía oficial el personaje con lentes de carey y una ancha banda de colores primarios. El desempolillador utilizado, perteneciente a un prestigioso laboratorio deportivo, permitió saldar una deuda contraida en las profundidades del hacer político y científico, so pretexto de una inquietud meramente histórico-literaria.
– I –
En 1945, estuvo planteado el problema de la sucesión presidencial venezolana, provocando la aparición de cuatro distintas agrupaciones labradas en el rumor conspirativo. Venezuela producía petróleo en grandes cantidades, aceitando la maquinaria bélica de los aliados en una guerra de proporciones mundiales ya en sus postrimerías: por cierto, la papirántica más reciente no logra precisar las características de las pequeñas bombas arrojadas sobre suelo nipón que clausuraron el conflicto.
A tenor del texto descubierto, el gobierno de Isaías Medina Angarita vivía un extraordinario conflicto interno entre los modernizadores y los que – no sabemos por qué – tildaron de abruptos. Hubo quienes le aconsejaron al mandatario un auto-golpe de Estado, algo francamente abrupto.
Un musicólogo alertó sobre los extraños volantes lanzados en el casco central de Caracas que advertían del propósito del gobernante PDV de nacionalizar la industria petrolera y establecer la educación laica y hasta marxista [1]. Algo que animó a los denominados lopecistas a reunirse más frecuentemente en un rascacielos ubicado entre las esquinas de Veroes e Ibarra, todavía no inaugurado [2], para afinar las tácticas frente a otros sectores: el militarista o pre-nasserista, conformado por recelosos oficiales (redundantemente) armados; y el de Acción Democrática, donde la tendencia conciliadora, encabezada por Rómulo Gallegos, no sabía de los planes de la tendencia estratégica, capitaneada por Rómulo Betancourt, de fácil concertación con la tendencia radical tan verbalizada por el mozo largo-caballerista de nombre Domingo Rangel.
Hay que tomar nota del viaje de Arturo Uslar Pietri a Washington con el propósito de convencer al embajador Diógenes Escalante para que viniese a negociar entre las contrastantes corrientes, pues, José Giacopini Zárraga, quien debía hacerlo, fue detenido en el camino a Antemano, al divisarse La Paz, por pretender dar él mismo un golpe. Y de esto se supo por la delación de un capitán de fragata de apellido Larrazábal de tan inoportunos boletines de prensa [3], desembocando en el fracaso absoluto de la conspiración el día 21 de octubre de 1945.
El día 18 de octubre, el presidente Medina hizo traer de su locker del Country un ejemplar rigurosamente subrayado por uno de sus asistentes del discurso pronunciado el día anterior por Betancourt, en el mismo instante en el que se resistió a asistir a un te de la Cruz Roja de la avenida Carabobo de El Paraíso, donde las ancianas delirarían por la voz de Lorenzo Herrera. No prestó atención a la difusión radial del acto opositor, superando el disgusto con su esposa, distrayéndose con el recuerdo de María Antonieta Pons, vista a hurtadillas en el cine Avila y que poco debía envidiarle a Anne Baxter de “Zarina” que se exhibía en el cine Apolo de La Candelaria.
Después de pasar la rabieta, se dirige al Copacabana Club del hotel Majestic y, afilando la madrugada, adopta la decisión de resistirse a todo levantamiento opositor. Se dirige presuroso al cuartel Ambrosio Plaza y, a sabiendas que los mejores aparatos telefónicos y de radiotransmisión están en su casa de habitación en Las Barrancas, retoma el camino al hogar artillado.
Sabe que el capitán Losher Blanco controla La Planta y el mayor Ochoa Briceño el centro de la ciudad capital, por lo que gira instrucciones para cercar la Planicie de Cajigal con otras fuerzas: la Guardia Nacional y los cadetes de Villa Zoila toman prisioneros al capitán Mario Vargas y al mayor Marcos Pérez Jiménez. Sin embargo, interrumpido el regocijo consigo mismo, se resigna a atender la llamada del presidente del Centro Cultural y Deportivo, Germán Borregales, tan quejoso de los destrozos ocasionados a los bloques de El Silencio por los morteros, afectado el traje de casimir de ciento cincuenta bolívares que compró el esposo de Angela Calixto, vipresidente del Centro [4].
La inminente caída del cuartel San Carlos ataja las risas: el médico Francisco Verde, desde los balcones del puesto de Socorro de Salas, con su larga cola de cable telefónico, informa que los monomotores se ensañan en picada contra el incomunicado cuartel, provocando muchos muertos y heridos que llegan al centro hospitalario con sus piernas inflamadas como “si les hubieran inyectado violentamente aire” [5]. Al mediodía, Medina Angarita controla el San Carlos e intenta cambiar jabones Barry por las sillas de montar y otros implementos conquistados en el saqueo de la tarde sabatina.
Desenlace victorioso para don Isaías al abstenerse el buque Urdaneta de bombardear la carretera Caracas-La Guaira, desde la bahía de Maiquetía, facilitando el traslado de refuerzos que se unirían a los provenientes de Maracay en solemne acto, algo improvisado, bajo el Arco de la Federación. Mensaje radial a todo el país, sin que proyectil alguno se oiga.