El fraude es cosa vieja
Comenzó hace muchos años, cuando el entonces militar Hugo Chávez empezó a diseñar su propio proyecto. Ese que sólo reveló en partes, y que no le contó completo a nadie. Que se replanteó tras el fracaso contundente del 4 de febrero de 1992. Que se reformuló en lo pragmático con las ideas de Luis Miquilena, José Vicente Rangel y otros civiles. El que el gobierno blandengue e incompetente de Caldera le permitió sacar a la calle con cara maquillada de liquiliqui. El proyecto de establecer en Venezuela un régimen autoritario con bandera revolucionaria procastrista.
El fraude se reveló públicamente oculto tras las promesas del candidato Chávez de acabar con la corrupción y sentar las bases de una nueva Venezuela. Cuya novedad verdadera no explicó. “Acción contraria a la verdad y a la rectitud, que perjudica a la persona contra quien se comete”. Lo define así, clara y contundentemente, el Diccionario de la Academia. Chávez y sus bien controlados seguidores pidieron y consiguieron del país Constituyente, Constitución y control de los poderes públicos ofreciendo una Venezuela para establecer otra.
El gran fraude original se fue ejecutando a través de sucesivos fraudes más pequeños. El que se está organizando en el CNE contra las firmas opositoras, es sólo otro más de la serie. Claro, que también podría ser el último. Para consolidarse o para desaparecer.