El fin de la inocencia
El presidente, guiado por su innata irritación
dogmática, ha terminado por quitarse la careta de una
vez para siempre, y nos anuncia como regalo estelar de
su hallaca navideña para este año que comienza, la
radicalización del proceso político y la
intensificación de las medidas revolucionarias. Ese
rostro semioculto que exhibió como candidato en las
elecciones de 1998, con vehementes afirmaciones de que
sería un gobernante democrático, respetuoso del
pluralismo y sometido al contexto de la Ley y la
Constitución, ya no tiene sentido para él sostenerlo
como coartada, pues de lo que se trata en esta etapa,
es de castigar a los venezolanos que no soportan su
despotismo, y que de acuerdo a su particular esquema
maniqueísta al resistir su enfermizo liderazgo, nos
situamos en las complicidades injustas del pasado y
revelamos nuestra catadura de enemigos del pueblo.
Ahora bien, con independencia de las terribles
tensiones sobre las que este «brillante» estratega
político ha conducido el debate público en Venezuela,
y cuyos desenlaces son más o menos previsibles, pero
con resultados que en ningún caso prometen ser
alentadores, en este artículo quiero hacer hincapié en
el cinismo salvador con el que se arropan y
fanfarronean el jefe y su corte, autocalificándose el
ser los únicos sensibles y los genuinos intérpretes
del las tragedias e infortunios del pueblo, de amarlo
hasta morir y de poseer las fórmulas para redimirlo de
la pobreza. En Venezuela, creo no equivocarme, no
tiene precedentes hasta 1998 un lenguaje más obsesivo,
plañidero y compasivo hacia los pobres que el que
constantemente utiliza el presidente Chávez. Pero en
la misma obesa proporción, no ha existido jamás un
desdén y un desprecio más arrogante e infinito hacia
ese mismo pueblo al que se le pretende restaurar en su
dignidad. A éste régimen y a su líder, alguna gente,
incluyendo personas que no le son afectas, lo ha
tildado de bien intencionado y con una auténtica
preocupación por rescatar de la exclusión a los
pobres. No obstante, y al contrario de las consignas
machacadas hasta el martirio, no hay antecedentes en
nuestro país, donde los pobres y marginales estén
siendo utilizados de una manera más explícitamente
humillante que desde la fecha señalada. Los agudísimos
problemas sociales y económicos como por ejemplo la
delincuencia, la inseguridad, la falta de empleo y de
inversión privada, no tienen la más mínima importancia
para el gobierno bolivariano. Los ciudadanos de carne
y hueso sólo les preocupa para hacerlos asistir al
mitin, para formar círculos bolivarianos, para
sonsacarles fervor revolucionario y lealtad al líder.
Si los niños de los barrios desertan de la escuela, no
se alimentan con calorías suficientes, sufren
enfermedades epidémicas, o mueren por falta de
medicamentos en las salas de emergencia de los
hospitales revolucionarios del glorioso proceso, es
asunto poca monta y de tercer orden. Lo esencial está
en las páginas grandes: la política, el poder y la
revolución.
La verdadera angustia y sensibilidad de Chávez y su
séquito todas las mañanas, no es cerciorarse en los
periódicos de las cifras de muertos por asesinato e
implementar un serio plan para combatirlo, o enterarse
de que Vargas sigue en el más brutal abandono, sino
mirar como va su popularidad en las encuestas, si hubo
cacerolazos en Petare, u oscultar el editorial de «El
Nacional» para imprecarlos de injurias y acusarlos de
conspiradores usando su liderazgo «solidario» sobre el
pueblo para incitarlos a la violencia, a la poblada y
al odio.
El Presidente nos salió demasiado «perfumadito» en yo
personal, como para ocuparse de esa nimia entidad que
es la realidad, y sabemos que ésta última no es
materia para los libros de los próceres.
Los espíritus de los hombres sensibles no son
susceptibles de fabricarlos a CONATEL, por lo que me
parece casi necio insistir, por lo obvio, que este es
el régimen más inhumano, insensible y enemigo de los
desposeídos que haya tenido Venezuela.
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