Opinión Nacional

El Estado invasor

1. Las pretensiones hegemónicas

Luego de haberse alzado con una cómoda mayoría en la Asamblea Nacional que le permite tratar a los diputados del Polo Patriótico como subalternos de Miraflores, y de quedarse (gracias al valioso aporte de Indra y el silencio cómplice del Consejo Nacional Electoral) con la mayoría de las gobernaciones y una proporción importante de las alcaldías, dos son los objetivos básicos de (%=Link(«/bitblioteca/hchavez/»,»Hugo Chávez»)%) para lograr el control absoluto del Estado y de la sociedad. El primero, nombrar las autoridades de los llamados poderes derivados —Tribunal Supremo de Justicia, Fiscal y Contralor General de la República, Consejo Nacional Electoral y Defensora del Pueblo— de acuerdo con la conveniencia del Presidente de la República y del ex jefe del Congresillo, Luis Miquilena.

Para alcanzar esta meta se designarán otra vez los integrantes de esos poderes con carácter provisional. En otros términos, la transitoriedad decretada por la Asamblea Nacional Constituyente, la “soberanísima”, será prolongada, pues habrá mayor provisionalidad, esta vez con personajes aún más adaptados a los intereses del Jefe del Estado Ya el Movimiento Quinta República decidió flexibilizar su proyecto de Ley de Postulaciones para que los nuevos titulares de los poderes derivados que transitoriamente designe la AN, se mantengan en sus cargos hasta que la propia AN sancione de forma definitiva esa ley. Como preámbulo de lo que se anda buscando, Luis Miquilena el MVR señalaron que “Elechiguerra no reúne las condiciones para seguir siendo Fiscal”. Lo interesante es que resulta “por razones obvias” que la actual cabeza del Ministerio Público no posee esas condiciones. Es decir, porque cumplió con su deber al procesar las denuncias de Jesús Urdaneta Hernández con relación al caso MICABÚ, llevando la querella ante el TSJ, con los resultados ya conocidos. En la misma situación se encuentra Dilia Parra, Defensora del Pueblo, quien forma parte del partido Patria para Todos, y ha mantenido posiciones firmes ante los desmanes de los jerarcas del régimen.

Elechiguerra y Parra resultan demasiado incómodos porque no se someten a los dictámenes del Presidente de la República y del jefe del MVR. Serán reemplazados por funcionarios dóciles que acaten sin chistar las órdenes superiores. Claro, siempre hay la posibilidad de que los sustitutos resulten tan respondones como Elechiguerra y Parra. Pero eso está por verse. Por ahora, el propósito es apartar esos dos obstáculos del camino. La revolución exige funcionarios obedientes y disciplinados.

2. Arropar la sociedad civil

El otro objetivo importante a partir de ahora es apropiarse de esos espacios que no pertenecen al Estado y que por comodidad, más que por rigor conceptual, se denominan sociedad civil. Aquí en Venezuela esta sociedad civil nunca ha tenido la fuerza alcanzada en países como los Estados Unidos, Italia o Suiza, donde las organizaciones intermedias de diversa naturaleza –asociaciones, federaciones, consorcios, ligas, mutualidades, cofradías, clubes, etc.- forman un entramado urdido y complejo de relaciones que constituyen eso que, entre otros, Robert D. Putnam llama capital social, y que le permite a la sociedad mantener una gran autonomía y fortaleza frente al Estado. En nuestro caso, por las características propias del petro Estado, el sector público siempre ha resultado demasiado fuerte ante una sociedad anémica que en buena medida ha vivido de los subsidios, subvenciones, protecciones y demás auxilios suministrados por el Estado.

La debilidad de nuestra sociedad civil es tal que –por ejemplo- las bases del IESA crujieron cuando Hugo Chávez, a pocos días de haber asumido el Gobierno, amenazó a ese instituto con quitarle el subsidio de 500 millones de bolívares anuales que el Estado le proporcionaba. Sus directivos inmediatamente salieron a dar explicaciones de las bondades de apoyar con recursos públicos una institución tan importante como ésa. Una buena cantidad de fundaciones y asociaciones civiles sobreviven gracias a la generosidad del sector público. Así es que cuando en Venezuela se habla de sociedad civil, en realidad se esta utilizando una metáfora que sólo se aproxima a lo que en otras naciones se entiende por tal concepto.

Sólo muy pocas organizaciones que sirven de bisagra entre el Estado y la Sociedad logran subsistir sin el respaldo de los aportes financieros del Estado. Entre esas agrupaciones se encuentran los sindicatos y los gremios empresariales. Sin embargo, hasta hace apenas algunos años la CTV recibía una subvención del Estado. Me imagino que desde que Chávez está en Miraflores ese auxilio desapareció.

A pesar de la debilidad de la sociedad civil y de organizaciones intermedias como la CTV, a Chávez le resulta inaceptable la existencia de esta última, al igual que la de organizaciones como Queremos Elegir y COFAVIC (Comité a Favor de las Víctimas del 27-F). Le desagradan voces como las de Elías Santana, Liliana Ortega y Carlos Navarro, todas expresiones de un país en el que todavía no se ha impuesto, ni se impondrá, el pensamiento único; el chavismo como norma y como credo
Tanto escozor les produce a Hugo Chávez y, por lo que se ve, a William Lara la existencia de un pensamiento disidente con fuerte presencia en los medios de comunicación, que han resuelto construir su “propia” sociedad civil y “su” fuerza bolivariana de trabajadores. Ya no se trata sólo de librar la batalla mediática a través Aló, Presidente, y de los desaparecidos Correo del Presidente y Habla el Presidente. Los nuevos tiempos exigen arropar hasta esas minúsculas expresiones de sociedad civil que tanto ha costado levantar.

3. La obsesión totalitaria

Desde que Hegel a finales del siglo XVIII y comienzos del XIX reflexiona sobre las características de la sociedad civil, hasta Cramsci, quien elabora algunos de los conceptos más importantes que permiten entender su dinámica, bien se sabe que la sociedad civil no surge por un decreto oficial, sino que emerge y va desarrollándose a partir de las relaciones concretas que establecen los individuos y grupos sociales entre sí.

El Estado, como en Venezuela después de la muerte de Juan Vicente Gómez y, especialmente, luego de la caída de Pérez Jiménez puede y hasta debe promover la aparición de agrupaciones que estimulen la participación de las comunidades en distintas áreas. Hoy, por ejemplo, la participación de la colectividad organizada en la resolución de problemas como la inseguridad personal, el mantenimiento de las escuelas, los parques recreacionales y las canchas deportivas, o la autoconstrucción de viviendas, resulta vital para que las carencias en cada uno de esos campos puedan superarse. Pero una cosa es que el Estado agencie recursos para facilitar la participación y, por esta vía, fomente el fortalecimiento de núcleos de la sociedad civil, y otra, muy distinta, que trate de crear “su propia” sociedad civil.

Los intentos por crear organizaciones civiles in vitro están vinculados a patrones totalitarios que buscan imponer una visión uniforme, única, del modelo político y social imperante. Este fue y sigue siendo el objetivo de los Comité de Defensa de la Revolución, los famosos CDR cubanos, que derivaron, como era inevitable, en mecanismos para espiar, atemorizar y controlar a todos los habitantes de la isla. Utilizando como referencia este esquema organizativo, la gente del Polo Patriótico, bajo la consigna debemos tener nuestra propia sociedad civil, lanzada por el líder de la revolución bolivariana, se ha propuesto como objetivo propiciar una forma de organización (sociedad) civil que permita en el mediano plazo controlar todos los espacios donde la gente actúa. No deberá extrañarnos que pronto aparezca el Elías Santana del chavismo, así como la Liliana Ortega y “El Chino” Navarro. Todos clones invertidos de esos dirigentes que llevan años nadando contra la corriente.

Chávez cuenta al menos con seis años para tratar de llevar adelante esos propósitos. Habrá que ingeniárselas para impedir que el Estado sea ahora más invasivo que cuando el puntofijismo.

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