El Estado como botín personal
como uno de esos regalos que, por algo muy grande, hace la Providencia a las
naciones cada tres o cuatro siglos.
Luis Carrero Blanco
Con profundo dolor de patria – y perdonen lo cursi de la expresión – recuerdo los ingentes esfuerzos que un grupo de profesionales realizó hace ya más de 40 años para profesionalizar y reformar la administración pública venezolana, en especial en materia de administración del personal, de los funcionarios públicos. Destaco, entre muchos otros, los nombres de Freddy Arreaza, Allan Brewer – Carías, Manuel Rachadell, Nelson Socorro, Helena Feil, Alejandro Arratia, Armida Quintana, Enrique Azpúrua Ayala, quienes tuvieron bajo su responsabilidad la conducción y ejecución de una vasta y profunda reforma – tanto institucional como gerencial – destinada a profesionalizar una administración pública carente de modernidad y de estímulos para enfrentar los retos de una sociedad en pleno crecimiento.
En efecto, la aprobación del Estatuto del Funcionario Público, el fortalecimiento de la ENAP, la actualización permanente del Manual de Clasificación de cargos, la creación de una verdadera carrera administrativa y de los mecanismos jurisdiccionales para protegerla y preservarla, entre tantas otras medidas ejemplifican la magnitud de las reformas emprendidas.
Sin embargo, la indeseada politización, estimulada por el célebre decreto de CAP I que extendió el universo de los funcionarios de libre nombramiento y remoción, se hizo presente para minar lentamente el esfuerzo puesto en marcha: la carta de recomendación de un diputado, la recomendación del partido, se impusieron como mecanismo válido y suficiente para el ingreso y la promoción de los funcionarios del Estado.
Pero nada como lo que hoy observamos en esta tragicómica revolución en la que el Estado se ha convertido en patrimonio del gobernante, a fin de que el neopopulismo bolivariano se acompañe de un neopatrimonialismo presidencialista traducido en la instauración de un régimen administrativo propio y personal del Señor y los compañeros y ciudadanos se transforman en súbditos. Los neopatrimonialistas centran sus prácticas gubernamentales en dos instituciones: el clientelismo y el prebendalismo. La primera tiene entre sus características la entrega de bienes a las clases más pobres y la segunda opera como un sistema de favores con los súbditos leales al régimen, generalmente en otras clases sociales.
No hay partido rojo rojito ni de cualquier color que valga, ni Fondo chino que aguante: El Designado habla a nombre de otro, ordena, ofrece, gasta, reparte y pide más.
¡Viva el Comandante Eterno!