Opinión Nacional

El espejo del Metro

Ahora que el país, con indignación contenida, se prepara para el cambio político, es muy importante mirarnos en el espejo del Metro. Hace pocos años nos gloriábamos de este servicio, porque reflejaba una imagen superior de nosotros mismos; nos sorprendía nuestro ejemplar comportamiento con respeto, voz baja, amabilidad y orden. Todo ello en respuesta a una acción pública planificada y sostenida, que ofrecía calidad, buen trato y normas comunes para todos. Nosotros en el Metro de Caracas nos veíamos por delante de los usuarios del Metro de París, Nueva York o Madrid.


Del contraste entre el destartalado transporte de superficie y el Metro de Caracas brotaba emocionado el grito interior de “¡Sí  podemos!” Un sí podemos” que incluía transformar el país, haciendo que sus hospitales, empresas, carreteras y servicios de identificación, fueran ejemplares y gratificantes. Así el Metro se convertía no sólo en el espejo del servicio que queríamos, sino también del país que podíamos construir con sólo multiplicar la conducta responsable de más de un millón de usuarios, venezolanos normales con deseo de superarse, y con profesionales de calidad en la gestión pública.


En contraste, ahora se entronizó la falta de profesionalismo, la carencia de mantenimiento, la demagogia de no actualizar las tarifas, el mal gusto e irrespeto de meter la gente en cajones llenos de letreros del Ché y otras “revoluciones” de papel, que golpean la dignidad y la paz del usuario. Falta de visión de largo plazo para prevenir inversiones, ampliaciones y mejoras, sin sentido del mantenimiento, sin normas ni urbanidad que expresan el aprecio del otro, e invadidos por vendedores de toda especie. Un espacio público que, de orgullo nacional, ha degenerado en vergüenza y tortura para los usuarios, con calor, escaleras mecánicas lisiadas, la mitad de los trenes parados y con gente que a empujones se amontona en los que todavía funcionan.


Es decir, un día de duro trabajo precedido y seguido por este maltrato. La causa del desastre está arriba en la dirección. La rotación de una decena de presidentes improvisados e incompetentes, bajo el supuesto de que la fidelidad al partido suple todas las carencias profesionales: soy inepto y no me dedico, pero como soy chavista incondicional, sirvo igual para presidir Sidor, PDVSA o Conviasa, encabezar la revolución agrícola o dirigir la cadena de areperas socialistas. Sirvo para canciller, ministro de educación superior o de la defensa. La única cualidad que se requiere es una incansable voluntad de decir amén a las ocurrencias del Presidente.


Por si alguien duda, hasta le ponemos teoría revolucionaria (no importa su fracaso en otras sociedades): la especialización y división del trabajo es un vicio de la explotación capitalista y la productividad un invento neoliberal para  arrebatarnos más plusvalía.


La falta de mantenimiento -seguida de “operativos” cuando la indignación se desborda -, es un mal nacional que va de mano de la improvisación, pero no pertenece a la inamovibilidad de los genes nacionales, como se nos quiere decir para justificar la resignación, irresponsabilidad y los malos servicios. Ése es el virus que ha destrozado las carreteras, colapsado el servicio eléctrico, los hospitales o el transporte y alimenta la demagogia de no ajustar los precios al costo de la gasolina, o del servicio del Metro.


Vicios no inventados por este gobierno, pero entronizados por él y adornados con  música. Porque eso es lo que está pasando: los defectos heredados donde se  ancla el atraso se glorifican como virtudes “revolucionarias” que impiden todo cambio y desarrollo  nacional. Y cuando el problema crece y la indignación sin colores políticos rompe los cauces y se desborda el río de la protesta, viene la represión contra esos contrarrevolucionarios y vende patria, agentes del imperialismo para acabar con la revolución del «hombre nuevo”.


El Metro actual no es espejo del venezolano, sino de esta mal llamada “revolución”. Miremos bien ese espejo, que nos habla con meridiana elocuencia y señala los graves defectos que debemos superar con el cambio político-cultural que se avecina a fin de que la dignidad del venezolano se exprese en el respeto mutuo y en la calidad de los servicios de primera  para todos.

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