El escenario y el desenlace
Chavez ha dicho públicamente que si la oposición obtuviese las firmas y los votos para una enmienda que recortara su mandato, él aceptaría el veredicto. Buena parte de la oposición desconfía, con razón, de su palabra. Para este sector, el proyecto de Chavez es totalitario y nunca aceptará contarse en las urnas. La mesa de negociación es sólo una táctica para ganar tiempo, que se utilizará para destruir el sector privado nacional, terminar de controlar las Fuerzas Armadas y adueñarse de los restos de (%=Link(«http://www.pdvsa.com»,»PDVSA»)%), convertida en “caja chica” de la “revolución”. A Chavez no le importa el colapso económico y el brutal empobrecimiento del país con tal de seguir “gobernando”. Además, la culpa del desastre podrá ser “cargada” al paro petrolero. Esta lectura de la realidad, tiene, necesariamente, antes o después, un sólo desenlace posible: la insurrección y la resistencia armadas. Si todo esto fuese cierto, el futuro de Venezuela, no sería tanto Cuba, sino la Nicaragua sandinista, con su guerra civil, la “contra” y el retroceso de 20 o 30 años en el desarrollo del país. Sin embargo, este sector de la oposición, tiende a confundir el proyecto con la realidad y por tanto a sobrestimar el poder y la capacidad de Chavez y sus colaboradores más cercanos. Chavez no es Castro, ni mucho menos Hitler o Stalin, es una peculiar mezcla de Perón joven, Noriega y Bucaram. “Totalitarismo” es algo demasiado serio para definir este populismo militarista tropical. Pero sobretodo, esta visión tiende a subestimar la relevancia actual de la comunidad internacional en la crisis venezolana. En el sistema internacional del siglo XXI, en el hemisferio occidental, sin la presencia de un equivalente del bloque soviético durante la Guerra Fría, que permitió la supervivencia del experimento cubano, el gobierno Chavez no está en condiciones de no cumplir su palabra y su propia constitución, irrespetando así a la (%=Link(«http://www.oas.org»,»OEA»)%), la ONU, el Presidente
Carter, los países del Grupo de Amigos y la Unión Europea. La oposición, después de las propuestas de Carter, debe convertirse en el verdadero bueno de la película, moderar el tono de la confrontación, aceptar públicamente su disposición a negociar de buena fe sobre la base de esas propuestas. Esto implica terminar de recoger con celeridad las firmas necesarias para la enmienda y también para el referéndum revocatorio. Estas firmas se convertirían en una fuerte presión para que el gobierno negocie, ya que es evidente que a Chavez le convendría más una enmienda consensuada, sin doble vuelta, que el proyecto de enmienda presentado por la oposición. Hay que tratar de elegir por consenso un nuevo CNE, aceptable para ambas partes. Si esto no fuese posible, el Tribunal Supremo nombraría al sustituto de Pizani y los suplentes. Habría que apoyarse en la comunidad internacional para evitar la obstrucción del proceso electoral y en todo caso para verificar y garantizar la pulcritud de los resultados. Por ahora, no considero conveniente la tesis de la Asamblea Constituyente, por lo siguiente: 1) porque estaríamos rechazando las propuestas Carter, que evidentemente fueron consultadas con Gaviria, el PNUD y tienen el apoyo del Grupo de Amigos; 2) porque una Asamblea Constituyente crearía un serio problema para la oposición que debería acordar una lista común de candidatos; 3) porque muy probablemente tendría la antipatía de buena parte de los actuales integrantes de los poderes públicos nacionales estadales y municipales, que enfrentados o no al Gobierno Chavez, no quieren ver sus cargos a la orden del poder ”omnímodo” de una Constituyente; 4) porque para reformar o sustituir la actual Constitución, es preferible esperar una periodo de menor conflicto en la sociedad venezolana para lograr aprobar las reglas fundamentales del juego político, a través de un gran consenso nacional y no cometer el mismo error del chavismo que impuso una constitución de parte cuando tuvo la mayoría en las urnas.
En vista y a raíz de la solicitud de la comunidad internacional de reducir la confrontación entre las partes y como una prueba de buena voluntad para la negociación y la necesaria reconciliación nacional (somos los buenos de la película). La oposición debería anunciar la flexibilización del paro, que sería mantenido en los sectores que así lo decidieran. Al respecto, hay que tener en cuenta que la supervivencia del sector privado es esencial tanto para el escenario electoral, como para el desenlace de la resistencia armada. Es obvio que el paro petrolero sería suspendido sólo si el gobierno acepta la reincorporación de la Gente del Petróleo, quizás se podría aceptar que unos pocos dirigentes de la huelga no regresasen inmediatamente a PDVSA, en el entendido tácito de su reintegración, después de las elecciones y el cambio de gobierno. En todo caso, su futuro profesional tendría que ser asegurado por el sector privado nacional e/o internacional. En función de la posible próxima contienda electoral, es fundamental entender que las conductas que pueden ser aplaudidas por el sector más radical de la oposición podrían contrariar seriamente los decisivos sectores, que en el pasado simpatizaron por Chavez y que actualmente tienen una posición crítica respecto al gobierno.
Las estrategias para el escenario y el desenlace no son excluyentes, pero sí secuenciales. Si es verdad que Chavez nunca va querer contarse en las urnas, entonces es importante desenmascararlo lo más pronto posible frente a la comunidad democrática internacional, para obtener su determinante apoyo en la inminente resistencia armada. En ese caso, la mejor táctica de la oposición para demostrar al mundo de forma clara y contundente que Chavez no es demócrata, consiste en aceptar las salidas electorales previstas en la propuesta de Carter, obligándolo a pagar el altísimo costo internacional de rechazarlas.