Opinión Nacional

El efecto vino tinto

No podría decir si en otros países hay tantas similitudes entre la política
y el fútbol como las que percibo en Venezuela. Comencemos por reconocer que
nuestra afición futbolística siempre fue minoritaria y espasmódica. Para
explicarlo mejor: nunca fueron muchos los venezolanos apasionados por ese
deporte, lo nuestro siempre fue el béisbol; pero cada cuatro años, en los
campeonatos mundiales de balompié, se desata una locura colectiva y la gente
toma partido por uno u otro equipo como si de eso despendiera su vida.

Termina el campeonato y hay que esperar otros cuatro años para que renazca
esa pasión. Lo mismo pasaba hasta 1989 con la política. Al acercarse el
momento de elegir al Presidente de la República, todo el mundo se
involucraba: había mitines, caminatas, caravanas cascos, gorras y camisetas
con el color del partido y el rostro del candidato, afiches, calcomanías,
banderines en los automóviles, gaitas, gingles. Ganaba uno, empezaba a
gobernar y ese gentío que estuvo movilizado volvía a su rutina sin
interesarse demasiado por el desenvolvimiento del gobierno de aquel por
quien o contra quien votó. En las reuniones sociales se oían criticas a la
corrupción, a las amantes, a la ineficiencia pero salvo lo publicado en los
medios, a nadie que no fuera activista de algún Partido se le ocurría que
debía hacer algo para cambiar lo que no le gustaba. La política como
actividad cotidiana era para vagos y bandidos. Cuatro años después al
iniciarse un nuevo año electoral, se reproducía el carnaval de candidaturas
y propaganda que servía para castigar o premiar al partido gobernante y
después, como en la canción de Serrat, volvía el rico a sus riquezas, el
pobre a su pobreza y ciao.

Con las movilizaciones que empezaron en 2001 y fueron in crescendo hasta
alcanzar su apoteosis el 11 de abril de 2002, se produjo el salto de la nula
autoestima al ego repotenciado; era como la necesidad de convencernos a
nosotros mismos de ser un bravo pueblo que jamás se dejaría aplastar por una
pata calzada con bota militar. La sociedad civil había despertado y había
comprendido la necesidad de politizarse; jamás permitiríamos que Venezuela
fuera otra Cuba, éramos un ejemplo para el mundo. Se hizo imprescindible una
nueva especialización profesional: el marchólogo, generalmente un ingeniero
que medía, calculaba y luego dictaminaba si las marchas chavistas eran más o
menos concurridas que las de la oposición. Y a uno le entraba un fresquito,
al saber que éramos más y que a los otros los traían en autobús y “yo vine
porque quise, a mí no me trajeron”. Después del decaimiento natural por el
retorno de Chávez el 13 de abril, del fracaso del paro diciembre 2002 a
enero de 2003 y de la estupidez de las guarimbas; las movilizaciones
populares retomaron su impulso con la ilusión del referéndum revocatorio y
se reprodujeron las auto alabanzas: como nosotros nadie, ningún pueblo tan
organizado, estoico y echado pa’lante.

El desencanto sufrido por los resultados del RR el 15 de agosto de 2004,
hizo el efecto de un traumatismo craneano que deja a todo un colectivo en
estado de coma. La Coordinadora Democrática y todos sus dirigentes pasaron
de héroes a villanos en cuestión de horas; los partidos de oposición
terminaron por derrumbarse y hasta desaparecer en las encuestas. Y también
en cuestión de horas, se produjo la desmovilización de centenares de miles
de venezolanos que tres días antes habían desbordado calles y avenidas en
importantes ciudades de todo el país. Nada ni nadie ha podido sacarnos de
ese coma profundo y nadie le hace caso a los supuestos especialistas: unos
creen que votar en las elecciones municipales es una manera de defender el
ya minúsculo espacio democrático que nos queda, otros que la mejor forma de
golpear al gobierno es la abstención. Al final cada quien hace lo que quiere
como lo que somos, un conglomerado anárquico sin brújula y lo que es peor,
sin ánimos. Nos han sucedido verdaderas tragedias naturales, sociales y
políticas, todas tienen como responsable a este gobierno y el bravo pueblo
que el yugo venció está viendo los toros desde la barrera, como si nada
pudiera provocarle una indignación capaz de volcarlo masivamente a la calle.

Para entender esa actitud acudimos al ejemplo de lo que nos pasó con el
equipo de fútbol profesional al que llamamos vino tinto, por el color de su
uniforme. Fue como un milagro caído del cielo, empezó a ganarle a equipos
con mayor tradición, su director Richard Páez fue elevado a la categoría de
prócer, las camisetas y gorras de la vino tinto se vendían como pan caliente
se promocionaban productos utilizando la imagen del equipo; en fin ya
veíamos a Venezuela como ganadora -al pasar de unos pocos años- del mundial
de fútbol. Pero empezó a perder, fue descalificado y no solo cayó en
desgracia sino que hasta hubo un movimiento para destituir al héroe Richard
Páez. Pocos se preguntaron cuántos años de trayectoria futbolística tienen
los países que derrotaron a nuestra divisa vino tinto; cuanto esfuerzo les
ha costado mantenerse en esas posiciones, cuánta es la afición que los ha
respaldado en las buenas y en las malas.

Los venezolanos -habituados a las soluciones fáciles- creemos que hacer
política es sentarse en un restaurante a hablar pestes del gobierno;
quejarse amargamente mientras estamos en la peluquería o en el supermercado
y decir que estamos mal pero pa’lante. Nadie sabe qué significa ese pa’lante
pero todos lo repetimos como loros. Cada quien anda por su lado, hay miles
de pequeñas organizaciones, agrupaciones, asociaciones tratando de inventar
algo y unas mismas personas cabalgando entre unas y otras. Los partidos en
su mayoría reducidos a su mínima expresión, no hacen nada para cambiar y
atraer adeptos. Y así lo único que se desmorona no son carreteras,
autopistas, cerros y viviendas, sino la democracia y las libertades. El día
en que todos a uno comprendamos que sacar del poder a un dictador no es
soplar y hacer botellas, y que solo puede lograrse con un gran movimiento
unitario en el que nadie sobre y las vanidades y ambiciones pasen a segundo
plano, habremos entendido lo qué es un bravo pueblo.

Fundado hace 28 años, Analitica.com es el primer medio digital creado en Venezuela. Tu aporte voluntario es fundamental para que continuemos creciendo e informando. ¡Contamos contigo!
Contribuir

Publicaciones relacionadas

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Te puede interesar
Cerrar
Botón volver arriba