Opinión Nacional

El efecto boomerang (I)

Si bien pudiésemos en los extremos aceptar como argumento político la pretensión expresa de una revolución que hasta apellido tiene, Socialismo del Siglo XXI, a estas alturas del juego, a diez años de iniciado ese supuesto proceso revolucionario, los resultados son lamentables si atendemos a la materialidad de sus efectos: El máximo líder revolucionario, si alguna vez lo tuvo, ya no tiene el poder.

Como veremos, el poder político en Venezuela pese a ocupar la silla en Miraflores, el líder revolucionario no lo tiene en sus manos; a pesar de gritar, berrear, patear y romper cuanto a su alcance esté en sus momentos de infantilismos y de crisis, la cruda realidad se le impone: Diluido por su propia voluntad, por su hacer y por su dejar de hacer, ni es poder lo que tiene en sus manos, ni es política lo que de su voluntad emana; esto y ésta, se pasean libremente aquí o más allá en manos de uno u otro según sea la circunstancia, por cualquiera y en cabeza de cualquiera sea el aventurero que en algún momento, más temprano que tarde, intente la jugada y lo asuma y lo ejerza con propiedad.

Asumimos para sustentar la hipótesis:

1) La brutal explotación que hace de una herencia; de esas debilidades propias a la falta de formación e identidad de un pretendido líder por ese paciente titiritero mayor quien edificando su ansiada venganza por las derrotas sufridas hace casi un cuarto de siglo, hoy asume por la vía de otros, su personal delegado, la continuidad de su proyecto de venganza contra Venezuela.

2) La ausencia de esas condiciones mínima en la práctica y el ejercicio de la ciudadanía, manifiesto en quien, pese a su posición, no alcanza aún a desprenderse de la condición de objeto, de ese reflejo condicionado en su conducta, el de la simple sumisión y la obediencia que practica e impone a otros practicar para su deleite.

3) Es el artífice de su propia derrota política y militar, y eso, sin que el enemigo por él señalado haya disparado un tiro.

Sin conocer la hierba

Es esa derrota impuesta por la dinámica de los hechos y que se dibuja por sobre las voluntades de los aprendices de brujo.

De esos quienes cándidamente pretendiendo jugar en un terreno bélico que no conocen, menos aún entienden, e intentando operar como actores y rectores en una pretendida guerra de cuarta generación, supuestamente se prepararon y prepararon a otros para la defensa contra una supuesta invasión; y ésta, la invasión, ni se ha dado, ni ya se dará en los términos que en la especulativa teoría habrían sido planteados por la Sala Situacional.

Pero lo que sí ha dejado esta preparación para la guerra de cuarta generación es, primero, la dilución del Estado venezolano y segundo, su derivado, la pérdida del poder político de quien ocupa la silla en Miraflores.

1. Estafados y estafadores

Más de cincuenta años pateando el mundo del crimen y de los criminales dejan enseñanzas; es el mundo donde pretenden jugar por igual vivos, idiotas y pendejos.

Ámbito donde persiste y se confirma a diario que, independiente del modus operandi y del monto en juego, la víctima de una estafa no representa ni ha sido jamás otra cosa distinta a la de aquel idiota que queriendo ser más vivo que otro, cae en la trampa o tramoya montada por éste, y muy digna o adaptada a sus lucubraciones y ambiciones sin medida.

Una de esas tantas trampas para agarrar incautos que regular y normalmente, el vivo, idiota o pendejo mismo, edifica con su fantasía y contribuye con otros a construirla en su propio perjuicio y menoscabo.

Es así que quien saliendo del banco luego de una significativa operación en efectivo, creyéndose el afortunado del día y pretendiendo ganarle de mano a ese otro supuesto indocumentado quien lo aborda a la salida y pide le escuche puesto que habiéndose ganado el primer premio de la lotería –cuyo formulario o formato completo y el aviso oficial de la lotería en la prensa del día muestra para su verificación, examen y comprobación– pero que, careciendo él del documento de identidad vigente que le permita hacerlo efectivo, se lo sede por la mitad del precio.

Bingo, casa y carro nuevo, viajes y juerga le tocan a su puerta.

Examina, pregunta, verifica, comprueba y entrega el monto exigido, el que sacó del banco, y de inmediato se traslada a la oficina de lotería más cercana: Oh oh, un repentino frío y una húmeda sensación que se cuela por entre las piernas partiendo de ese punto donde la espalda pierde su decente nombre y rápidamente asciende y le llega hasta el cogote. Sorpresa, el billete de lotería, es falso. Lo estafaron. Adiós casa, adiós carro nuevo, viajes y juerga y adiós a los cientos de billetes que ya había sacado del banco; el tipo a quien quiso estafar, no lo encuentra, se esfumó. No le queda otra que salir a denunciar en la policía: Queriendo ser vivo y ganarle a otro, por pendejo, el otro le ganó.

La misma eterna historia de todos los estafadores y de sus víctimas, los estafados.

La pasó recientemente al ministro italiano de Exteriores Franco Frattini en fusiones como presidente de turno del Consejo de Ministros de la Unión Europea, cuando estaba en China para la habitual cumbre bilateral. El ministro no “se la comió”, se lo comieron cuando adquirió a precio de ganga un reloj Cartier. Reloj que luego, ya en su país, resultó falso, era una burda imitación. Bien se burló de la situación el primer ministro Berlusconi cuando afirmó: “… que el ministro competente para hablar de la lucha contra la piratería tenga que proveerse de la prueba de su existencia, mostrando un Cartier de 20 euros…” (EFE 011103)

Continua parte II El complacido camino del sujeto al objeto

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