Opinión Nacional

El disparo y las aspirinas

Hemos probado mil veces la fórmula: un país sin partidos políticos o, vale decir, el disparo en lugar de las aspirinas para el dolor de cabeza. Siendo así, Chávez Frías, el disparador inicial, se ha convertido en el partido por excelencia, provocando la ultrapartidización del resto de la sociedad bajo cualquier eufemismo cívico-militar.

Augusto Mijares, en su conocida síntesis histórica (“La evolución política de Venezuela 1810-1960”), observó el importante, largo y penoso precedente con el dominio absoluto de Juan Vicente Gómez. Expresó: “De los partidos políticos ni el nombre sobrevivió, pues era bien conocida la aversión que Gómez demostraba a cualquier forma de discusión en los asuntos públicos y la suspicacia con que impedía toda agrupación deliberativa. Hasta el Rotary Club, que por primera vez se fundó entonces en Caracas, se hizo sospechoso al vigilante tirano y sus socios tuvieron que disolverlo”.

Jamás hemos expresado que los problemas, asuntos o incidentes reales o artificiales, surgidos de la natural dislocación de las cosas o de los laboratorios del gobierno, no sean importantes. Obviamente, lo es el severo golpe al proceso y a la noción constitucional misma de la descentralización o al bolsillo de maestros y médicos que reciben ingresos que no se compadecen con el trabajo y la misión que cumplen y ni siquiera con los salarios y otros privilegios astronómicos de los altos funcionarios del Estado. Sin embargo, los partidos políticos o la institucionalidad partidista también son importantes.

Todo está claro respecto al oficialismo, aunque hay una mayor resistencia del PCV por su tradición y algunos de sus principios. Concernida la oposición, aún está indefinido el papel protagónico de los partidos en el proceso de recomposición de la dirección política que se espera, pues, a la incomprensión externa se suman los no menos incomprensibles problemas internos.

¿Olvidamos olímpicamente los orígenes, definiciones y acontecimientos que fundaron la situación actual?; ¿por qué clamar a los cielos (y a los cielos televisivos), pretendiendo el asombro cuando tardamos en enmendarnos a nosotros mismos?; ¿acaso, creamos y presagiamos las condiciones reales, objetivas y subjetivas para una distinta experiencia republicana?. Algo más que una preocupación farmacéutica: las aspirinas no bastan y … ni siquiera el disparo.

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