El disfraz
Pocos diálogos han reflejado de forma tan fiel el talante de este régimen, como el sostenido por Hugo Chávez y José Vicente Rangel el domingo de carnaval en ¡Aló, Presidente! La conversación se produjo en el marco de una comedia montada por ambos, concebida para desmentir la especie según la cual Rangel se habría ido a Aruba a disfrutar de las fiestas carnestolendas. Le pregunta el comandante a su lugarteniente “¿de qué te disfrazaste?” Responde este último: “de antigolpista”. El inconsciente le jugó una travesura a Rangel. Se sabe que el disfraz, y si es con máscara más todavía, oculta el rostro y verdadera naturaleza de quien lo usa. La máscara era el antifaz usado por los actores de teatro griegos para esconder la cara. De ese modo proyectaban la imagen de seres enigmáticos e inasibles. Sin ser tan refinado como aquellos actores, Rangel no incurre en un error, sino que envía un mensaje cifrado. Utiliza un giro verbal para decir que él esconde con el disfraz de antigolpista su condición real de sedicioso, característica general de este Gobierno, comenzando por el jefe máximo, quien antes de llegar a Miraflores por la vía electoral, participa en dos asonadas.
Ese mismo diálogo revela la estafa que es este Gobierno. Muestra cómo el engaño es consustancial a sus ejecutorias. Se llama a sí mismo el Gobierno de los pobres, cuando en realidad es una máquina que crea y multiplica miserables en cantidades nunca vistas; además de que los manipula alimentándoles esperanzas que nunca podrá satisfacer. Habla de poder y soberanía popular, cuando quien gobierna es un déspota soportado en la plataforma que le tiende un reducido grupo de generales que se han plegado de forma incondicional a sus caprichos autoritarios. Ondea las banderas de la seguridad nacional, cuando destruye a las Fuerzas Armadas y permite que la guerrilla colombiana opere libremente en nuestro territorio. Enarbola la autonomía del Poder Judicial, cuando se vale de jueces venales para aplicar terrorismo judicial dentro de la más genuina tradición absolutista. Levanta las banderas de la independencia económica, cuando, destruida PDVSA, intenta colocar el negocio petrolero en manos de empresas transnacionales, tal como ocurría antes de la nacionalización, al tiempo que le entrega por un precio irrisorio la plataforma deltana a grupos extranjeros. Habla de libertad y democracia, cuando se opone a que la crisis nacional se resuelva por la ruta electoral, mete presos a dirigentes sociales mientras persigue a otros, amenaza a los medios de comunicación radioeléctricos, utiliza el control de cambio como garrote vil contra sus opositores. Habla de paz y diálogo, cuando se ponen bombas, se asesinan policías y arremete contra la Mesa de Negociación, Gaviria y el Grupo de Amigos. En fin, con Chávez todo es una farsa. Se recubre sus colmillos de lobo con un revestimiento que disimula su vocación dictatorial.
El disfraz de demócratas que se han colocado Chávez, Rangel y algunos otros de la camarilla gubernamental, han encandilado a muchos incautos en el exterior. A pesar de que las recientes agresiones del teniente coronel a Colombia, España y Estados Unidos, y la ofensiva autoritaria puesta en marcha después del paro le han hecho perder respaldo en el plano internacional, todavía la comunidad mundial no se ha convencido de la gravedad de los peligros que se ciernen sobre Venezuela. La inminente guerra con Irak mantiene en zozobra al planeta. Los reflectores se han alejado del país, circunstancia que está aprovechando el caudillo local para darle rienda suelta a sus desafueros. Los llamados de alerta de Mario Vargas Llosa, los reproches de Moisés Naím, editor de la prestigiosa revista Foreign Policy, y el llamado de los legisladores republicanos para que se aplique la Carta Democrática son positivos para la causa democrática, pero resultan insuficientes. Un reto de la disidencia local frente a los impostores que gobiernan el país, consiste en despojarlos del ropaje falsamente democrático con el que pretenden engañar a la opinión pública internacional.
En el escenario mundial tiene que quedar claramente asentado que los verdaderos traidores a la patria, los golpistas y terroristas no están en el campo de la oposición, sino en el terreno del Gobierno. La destrucción de PDVSA, el CIEM y el Intevep no fue obra de los gerentes que asumieron con dignidad y valentía la defensa de la democracia y el enfrentamiento a un régimen cada vez más despótico, sino el resultado de la gestión de un mandatario con mentalidad autocrática que desprecia a las instituciones republicanas. Debe quedar meridianamente claro que así como Musolini y Hitler en su momento se valieron de los mecanismos democráticos para imponer regímenes de terror, Chávez intenta usar un instrumento similar para implantar un esquema autoritario que combina rasgos de dictaduras totalitarias como las de Castro, Gadafi y Hussein. Su voracidad por el poder lo llevan a afincarse en esquemas ideológicos aparentemente tan disímiles.
En la esfera doméstica ya no quedan dudas de cuál es la efigie que se oculta detrás de la máscara democrática que porta Chávez. Sin embargo, ante el panorama mundial hay que terminar de quitarle el antifaz a este actor de tercera categoría. Las fuerzas democráticas nacionales necesitan de ese apoyo activo para salir de Chávez y su régimen de oprobio. Cuando termine de caer el disfraz del teniente coronel su s días estarán contados.