Opinión Nacional

El diálogo educativo

En muchas oportunidades, se ha formulado la pregunta sobre lo que es fundamentalmente la Educación. Muchos hablan de un proceso, en tanto que implica transformación mediante la adquisición del aprendizaje. Otros se refieren a la tecnología, en el sentido que supone la incorporación de las innovaciones en la ciencia de enseñar.Muchos la conciben como un medio empleado para obtener fines. Independientemente de cómo se le mire y de la acepción que de ella se tenga, hay algo que permanece en el tronco común de los mas diversos puntos de vista que se puedan tener al respecto. Y tiene que ver con la comunicación, la esencia misma del acontecer educativo. El hecho de que la Educación refiere al suceso relacional vinculante de la exposición de un discurso bien sea personal o impersonal, y un destino humano que lo adopta a través de la comprensión, la interpretación, la discusión y la transformación del valor agregado. Al final de ese camino se encuentra el acuerdo, incluso entre opiniones divergentes. Se podría extrapolar y decir, que la adopción de una metodología estructurada para responder a una pregunta abierta, garantiza una plena comunicación que finalizará en el encuentro de una solución compartida en la que ganan los interlocutores.

Las raíces del entendimiento educativo, se encuentran desde el mismo momento en que se acordó sistemáticamente la adopción de un espacio abierto para la pregunta, espacio que se llenaba con una duda, la cual, luego de formulada, hacía las veces de la baja presión en los sistemas físicos. Creaba una zona “de baja certeza” dispuesta a “llamar” la concurrencia de supuestos, proposiciones y juicios, prestos a llenarla con “la solución”. Ese fue el escenario donde se propició el encuentro educativo. Y ocurrió auspiciado por los movimientos sofistas en la Grecia antigua, los seguidores de Zaratustra o Zoroastro en el Oriente Medio, los tratados de vida y sociedad de Lao Tsé y Confucio en la China y las enseñanzas védicas y budistas en la India..

Una ciudad puerto como Atenas, que se caracterizó no sólo por el intercambio comercial, sino que exploró lo que se encontraba detrás de esa actividad, que era un tesoro muchísimo mayor al que se vendía o compraba en mercancías, nos referimos al intercambio cultural (bástese el encuentro didáctico de dos puntos de vista diferentes para crear uno superior), construyó un sistema educativo a partir de la mayéutica de Sócrates, los diálogos en los jardines del Academos, tan bien reflejados en los escritos de su discípulo Platón, quien al crear la Escuela, organiza en forma doctrinaria los conocimientos que ya manejaban los discípulos de Tales de Mileto o de Pitágoras, generando una imagen del Universo proyectada en las fascinantes relaciones geométricas, suerte de dibujo del pensamiento que podemos admirar en la obra magnífica del Rafaello renacentista, cuando los espíritus creativos reeditaron en Florencia lo que dos milenios atrás ya habían revelado en el pensamiento griego.

Las formas civilizatorias que aún nos sorprenden con su hermosa y diáfana transparencia, inundaron la plaza pública, el Ágora, para producir el político más brillante de la Historia, porque trascendió la ambición de poder efímera, eventual y en nada meritoria, al generar un Estado educativo que obsequió a Occidente sus valores, sus ideas y un amplio camino por recorrer en la evolución cultural de la especie humana. Nos referimos a Pericles, el arquitecto de la democracia, que entendió mejor que nadie antes de él, que el destino social era el de crear instituciones que fomentaran el bienestar del individuo a través de la aplicación del conocimiento en todos los órdenes de la vida humana, a través de un medio que lo impulsara, como el arco a la flecha, para trazar el futuro sobre la base de la prosperidad que solo el conocimiento era capaz de crear. Paradójicamente, sucumbió ante una epidemia de fiebre tifoidea en la sitiada ciudad de Atenas que su sistema de salud no pudo superar, habida cuenta del desconocimiento del vector transmisor que aisló y diezmó a la población y de la falta de funcionamiento de un desagüe adecuado a las aguas negras de la metrópoli sitiada en la guerra con Esparta, matando a mas de 300.000 personas. Si su sistema de salud se hubiera fortalecido a través de la estrategia educativa que el mismo había propiciado, Atenas ha podido salvarse del desastre sanitario que atentó contra su prevalencia.

No obstante la gran catástrofe sanitaria ateniense, la Academia pudo sobrevivir y estaba por alumbrar a sus sabios de mayor proyección, como es el caso de Aristóteles, el Estagirita, que produce una obra maestra del entendimiento, la Lógica, impartiéndola en el Liceo, institución a través de la cual profundizó la instrucción social ya comenzada por su maestro Platón en la referida Escuela. Esas son las dos alas de la Victoria de Samotracia que admiramos en el Louvre en París. La barbarie le arrancó la cabeza a la famosa escultura de Fidias, pero dejó sobrevivir a las alas para que recrearan en nuestra mente, navegando en las épocas, el deslumbrante vuelo de la imaginación educativa y de las instituciones que lograron imponerse a la barbarie.

Así como el Educador Simón Rodríguez pudo convertir el Emilio de Rousseau en ese monumento de la sociología latinoamericana que es Bolívar, Aristóteles aplicó uno de sus libros mayores, la Política, en la formación de un Jefe de Estado como Alejandro Magno, a través del cual pudo producir la creación del concepto de una cultura universal que apreciara las diferencias en todos los órdenes del saber y el hacer, principio básico de la riqueza multiétnica que hereda el mundo contemporáneo.

El intercambio de los saberes, el respeto a la diversidad y a la identidad, constituyen la base del encuentro educativo. Y sobre esa base, están cimentadas las columnas del edificio de la civilización. De vez en cuando, aparece un Gorgias fascinando al Ágora con sus deslumbrantes argumentos retóricos. Decía ufano Gorgias
“la retórica es la ciencia suprema y la más elevada de las artes” postulándose como el prototipo de hombre público que habla hasta por los codos, que siempre tiene la razón y sabe de todo. Hasta que en medio de la asamblea, emerge un humilde ciudadano sabio, sin títulos ni propiedades, que solo cuenta en su haber con el aprecio de sus discípulos con quienes discurrió en los jardines del Academos y le señala “le aseguro que la retórica no es más que el arte de cocinar”. No es coincidencia que el tema escogido para el debate dialéctico que escenifica Platón haya sido la salud del pueblo. Y que ésta no puede manejarse con retórica, sino con el conocimiento aplicado. Solo el conocimiento propicia el conocimiento y éste, la inteligencia de los pueblos, que no es más que la capacidad que tienen para superar sus problemas comunes. Así como sólo la caridad propicia las buenas acciones, sólo la Educación puede generar prosperidad, bienestar, salud y felicidad. Porque a través de ella se entrena la inteligencia, se agudiza el ingenio, se fortalece la autoestima. Y esa Educación es el encuentro dialógico con lo distinto, lo diferente, multicolor como la luz, transformadora como el agua, oxigenante como la planta que no deja de transformar su savia en el oxígeno que respiran las otras plantas, entre ellas las humanas, que nos movemos y hablamos, pero que compartimos con ellas la misión de mantener la vida a través de una educación que privilegie las bondades del intercambio cultural. Del encuentro insustituible con lo distinto sin cuya presencia no se adquiere la identidad y el valor de lo propio. Por ello es que la Educación, es su concepto mas profundo y conmovedor, es el diálogo que nos permite aprender del bienestar del conocimiento aplicado por el otro, sin mezquindades ni apropiaciones indebidas, porque en vez de restar, de lo que se trata es de sumar multiplicando.

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