El día de la bestia
Un muchacho increpa a Pompeyo Márquez y lo insulta en su cara,
prevalido de la fuerza bruta, tal como se lo han hecho todos los
esbirros en sesenta años de política venezolana. Peroraba con una
ponzoña sin convicción, fría como de reptil y repetía ecos,
distorsiones de descabelladas calumnias.
No lograba articular y sólo
arrojaba frases y palabras aisladas, botellas o minas «rompepatas»
de esas que usan los sublimes guerrilleros colombianos, que dejan
inútiles a humildes campesinos en la lucha por una sociedad más justa,
como cree una no tan piadosa senadora colombiana. Otro le rompe la
nariz a Yon Goicochea por la franela que carga. Hilachas de ideas
pueriles, vacías, de mentiras y errores, típicas de quien se hace
garrotero de una causa vil. Así hablaban los SS de Hitler, la Guardia
Roja de Mao, las pandillas de Fidel Castro en la Habana de los
cuarenta, antes de convertirse en redentor.
Decía Hanna Arendt que mientras «el pueblo» remitía a gente normal,
que trabajaba para vivir y mantener la familia, el populacho estaba
formado por los residuos de todas clases sociales que estaban
dispuestos a la degradación. El lumpenproletariat de Marx. Fetidez del
aliento contaminado por el lenguaje escatológico y lupanario. Así
eran también los que concurrían gozosos a presenciar las
decapitaciones a la luego Plaza de la Concordia en una París
temblorosa de Robespierre.
La patología que vivimos convierte con
premeditación a muchos jóvenes en gavilleros, guarecidos en
montoneras, delincuentes políticos, síntomas de una septicemia social
en funciones de gobierno, pues a otros los hace millonarios corruptos
de un día para otro. Mientras unos asaltan a Márquez y Goicochea,
otros asaltan el erario público y otra fracción, defendida con fervor
por Carreño, asaltan y matan a los transeúntes para robarlos.
Si esos agresores alguna vez conquistan la condición de seres humanos,
si se hominizaran y no terminan como eventuales torturadores (porque
de llegar a profesores, no quisiera ser su alumno), ni se convierten
una noche de luna en chacales, cargarán la vergüenza de las alimañas
que se escaparon del cerco de sus dientes ante el país entero. Pero el
problema no es lo que salió de ahí, sino cómo entró. Es la
consecuencia de la prédica de la gran depravación, la instigación al
encono como único oficio, cuya incapacidad para hacer nada útil sólo
se compara con la enormidad para destruir. Venezuela se dejó tomar
por la manos más nocivas del siglo XX, que la contaminan y
convierten a los jóvenes en oficiantes de ritos oscuros. Ha cariado
los fundamentos de la vida civilizada. No se si esto es comunismo o
fascismo, ni nada. Sólo que es la entronización de la barbarie. Es una
enfermedad.
Hoy es jueves 20 de
agosto del 2015, y revisando en Internet me encontré con este artículo de
CRH en el cual se refiere a un acto, del que fui protagonista sin haber ido con
ese propósito (me enteré el día anterior y fui en calidad de común asistente, pero también con la
intención de visitar mi vieja y recordada Alma Mater, de la cual egresé en
1968). Cuando llegué a ese auditorio (que no conocía, pues es parte de un
edificio que fue construido mucho después de que dejara esas aulas), y ya
estaba lleno, por lo que opté por sentarme en el piso, cerca del escenario a un
metro de altura, donde se ubicaron Pompeyo y Goicochea, en el panel que
iba a disertar esa mañana, junto con un profesor que formó parte de la
organización de ese acto, que nada hizo por impedir la bochornosa actuación de
los doce gorilitas enviados a boicotear la participación de Pompeyo y
Goicochea, para lo cual usaron de excusa la franela que llevaba puesta Jon (con
la cara del Ché Guevara, algo insólito en un dirigente que se dice demócrata).
De no ser por la mesa que estaba sobre el escenario, que usamos de escudo para
protegernos de aquella pandilla insultante y agresiva, es probable que le
hubieran dado unos golpes al viejo Pompeyo, quien, a pesar de la obvia
animalidad de quienes lo ofendían -y empujaban la mesa, con las peores
intenciones- insistía en «dialogar» con esa gavilla, contra lo cual nos
esforzábamos su hija y yo, sus escoltas laterales (detrás, una pared).
Escribí sobre ese vergonzoso episodio, que para colmo ocurrió en una
Institución Educativa: http://analitica.com/opinion/opinion-nacional/mision-energumenos/