El derrumbe del socialismo
El título de este artículo parece más apropiado para un trabajo que hubiese visto la luz en noviembre de 1989 cuando el pueblo alemán, con sus propias manos, destruyó ese símbolo del oprobio que era el Muro de Berlín; o en 1991 cuando, luego del fallido intento de golpe por parte del ala más ortodoxa y conservadora del PCUS, la dirigencia del Kremlin decreto la desaparición de la Unión Soviética. Sin embargo, se me ocurrió ponerle ese título a estas líneas porque la izquierda comunista más trasnochada e ignorante del país, del continente y del planeta, está aprovechando la presente crisis del sistema financiero norteamericano y, en gran medida, mundial para decir que el sistema capitalista se encuentra en sus estertores finales, y para agregar -dicen los más osados- que la alternativa frente al caos generado por el gran capital financiero, hay que buscarla en el socialismo del siglo XXI proclamado por el teniente coronel Chávez Frías.
Esos señores, algunos de los cuales estuvieron presentes en el aquelarre organizado por el Centro Internacional Miranda entre los días 9 y 12 de octubre pasado, no se han enterado de que el “socialismo real” -el único que ha existido y que podrá existir, pues la estatización de los medios de producción combinada con la colectivización de una parte de la economía, especialmente la agrícola, es intrínseco al modelo socialista- fracasó porque nunca fue capaz de producir bienes en una escala suficiente que permitiera satisfacer las necesidades del pueblo y, además, competir con los países y sociedades donde predominaba la economía de mercado.
Ni la URSS, ni la China de Mao, ni la Europa Oriental satélite de Rusia y mucho menos Cuba, fueron capaces de desarrollar un sistema económico eficiente, ni mecanismos financieros estables, ni monedas fuertes con posibilidades de rivalizar con las monedas de las naciones europeas, con el dólar norteamericano o con el yen japonés. La emisión de dinero sin respaldo en el volumen de producción de bienes y servicios fue una característica permanente de esas economías. La inflación nunca se desató, ni devastó los bolsillos de los ciudadanos, por la sencilla razón de que los precios estaban severamente controlados, y la escasez se escondía y reprimía con la crueldad y el terror. Las “contradicciones del socialismo”, para decirlo en unos términos que les resultan placenteros a los izquierdistas, siempre fueron tan profundas, que sólo llegaron a “resolverse” aplicando un régimen policial que imponía el silencio y el miedo.
Por supuesto que en el socialismo no existen crisis financieras. ¿Cómo puede haberlas si no hay bancos, ni instrumentos financieros privados, ni incentivos para el ahorro particular, ni competencia entre los diferentes agentes que concurren al mercado financiero; es decir, si no hay mercado? Por eso asombra que Chávez diga que su asesor financiero es Fidel Castro, un hombre que visitó un banco hace más de 50 años. En el socialismo todas las palancas se encuentran bajo el control del Estado y el Gobierno, que al final son lo mismo. En el socialismo no pueden quebrar los bancos porque esas entidades le pertenecen al Estado. En Venezuela tenemos el caso del Banco Industrial de Venezuela (y, si este Gobierno insensato no rectifica, pronto tendremos el Banco de Venezuela). El BIV jamás quebrará, salvo que esa medida sea producto de una decisión política adoptada por el Ejecutivo para vengarse o castigar a determinados sectores. De lo contrario no importa cuál sea la tasa de retorno o la tasa de morosidad, el banco siempre tendrá sus puertas abiertas porque el dinero lo provee el Estado venezolano. Esto es lo mismo que ocurre en los países socialistas: el Estado proporciona todo, menos la capacidad para que una sociedad desarrolle sus propias capacidades para superar la pobreza y alcanzar el bienestar.
El socialismo sucumbió frente a la economía de mercado, la libre iniciativa, el respeto a la propiedad privada, la competencia entre diferentes agentes productivos y la cooperación entre el capital y el trabajo. De estos datos tampoco se han enterado los nostálgicos que hablan de las “contradicciones del capitalismo” para “explicar” la crisis que sacude al sistema financiero internacional. Ya ha quedado bien establecido que el problema se originó en los bonos subprime que respaldaron las hipotecas inmobiliarias otorgadas a personas con baja capacidad de pago. Al parecer el socialismo del siglo XXI llegó primero a los Estados Unidos a través del Congreso y del Banco de la Reserva Federal (FED), que a los damnificados de Vargas. El Congreso norteamericano durante los años recientes aprobó una legislación dirigida a fortalecer la posibilidad de que la totalidad de las familias estadounidenses adquiriesen una propiedad inmobiliaria; por su parte, el FED se hizo el desentendido frente al auge del crédito. Se aplicó el principio marxista de a cada quien según sus necesidades, en vez de a cada quien según sus capacidades. Si una familia tenía necesidad de vivienda había que proporcionársela, independientemente de su capacidad de pago. Al producirse lo que se esperaba, que la gente no pudiese honrar sus compromisos, se inició la debacle, los “bonos tóxicos” sobre los que se afincaban esas hipotecas, vendidos en todo el mundo, se desplomaron. En consecuencia, lo que se derrumbó no fue el capitalismo, sino su sistema opuesto, el socialismo. Los financiamientos alegres e irresponsables amparados en una legislación excesivamente permisiva y populista, están causando los trastornos que tienen a medio mundo en vilo.
Afortunadamente, a despecho de los comunistas, el sistema financiero mundial ha desarrollado mecanismos de concertación que permitirán paliar la crisis en un período relativamente breve, cosa que no pudo hacer el comunismo desintegrado como castillo de naipes cuando la gente dejó de tragarse las mentiras.