El conocimiento: ¿existe realmente?
Podemos decir que conocer es un acto humano involuntario; está en nosotros mismos, en nuestro interior. Los mal llamados “adultos” ven con necesidad las incipientes y constantes preguntas de los niños: ¿qué es eso? ¿por qué es así? ¿qué dice? por qué…por qué…por qué… En ocasiones terminamos enfadados regañando al infante e invitándole a que “no sea bruto”, que entienda. ¿Y cómo entender sino se conoce? O ¿Cómo entender sino se responden las preguntas? La ignorancia no es una condición vergonzante, sino de gran importancia para avanzar en la concreción de ese acto involuntario que es conocer.
El conocimiento, bien lo expresa Mario Tamayo y Tamayo (2006) es la acción del sujeto que conoce sobre la cosa o sujeto conocido, a partir del entendimiento, en el cual juega papel preponderante la capacidad de reconocer el lenguaje y las relaciones de los objetos o sujetos que se están conociendo. ¿Cómo entender que el hilo ha de meterse por el orificio pequeño de un metal llamado aguja, sino no se conoce que efecto generará la relación “hilo-aguja”; si sabemos que el efecto será coser una prenda de vestir, tenemos que identificar qué prenda, en razón de qué técnica de costura coseremos y cuál utilidad se le dará a la prenda de vestir para prevenir la intensidad de la costura, en razón de que resista.
El conocimiento, en expresión de Jordi Cortés Morató y Antoni Martínez Riu (1998), es un proceso que comienza con la sensibilidad y culmina en el entendimiento; sin la primera, no habría objeto y, sin la segunda, no sería pensado. Los pensamientos sin contenido son vacíos; las intuiciones sin conceptos son ciegas. Lo que no proviene de la experiencia y es conocido, son los elementos a priori de la sensibilidad y el entendimiento.
El sabio alemán Immanuel Kant (1724-1804), en su obra Crítica de la razón pura (Lógica trasc., 1, B 74-B 75; Alfaguara, Madrid 1988, 6ª ed.), simplifica la concepción de un conocimiento racionalizado y humanizado que caracteriza al hombre: “Nuestro conocimiento surge básicamente de dos fuentes del psiquismo: la primera es la facultad de recibir representaciones (la receptividad de las impresiones); la segunda es la facultad de conocer un objeto a través de tales representaciones (espontaneidad de los conceptos). A través de la primera se nos da un objeto; a través de la segunda, lo pensamos…La intuición y los conceptos constituyen, pues, los elementos de todo nuestro conocimiento, de modo que ni los conceptos pueden suministrar conocimiento prescindiendo de una intuición que les corresponda de alguna forma, ni tampoco puede hacerlo la intuición sin conceptos. Ambos elementos son, o bien puros o bien empíricos. Son empíricos si contienen una sensación (la cual presupone la presencia efectiva del objeto). Son puros si no hay en la representación mezcla alguna de sensación. Podemos llamar a esta última la materia del conocimiento sensible. La intuición pura únicamente contiene, pues, la forma bajo la cual intuimos algo. El concepto puro no contiene, por su parte, sino la forma bajo la cual pensamos un objeto en general. Tanto las intuiciones como los conceptos puros son posibles a priori, mientras que las intuiciones empíricas y los conceptos empíricos únicamente lo son a posteriori…Si llamamos sensibilidad a la receptividad que nuestro psiquismo posee, siempre que sea afectado de alguna manera, en orden a recibir representaciones, llamaremos entendimiento a la capacidad de producirlas por sí mismo, es decir, a la espontaneidad del conocimiento. Nuestra naturaleza conlleva el que la intuición sólo pueda ser sensible, es decir, que no contenga sino el modo según el cual somos afectados por objetos. La capacidad de pensar el objeto de la intuición es, en cambio, el entendimiento. Ninguna de estas propiedades es preferible a la otra: sin sensibilidad ningún objeto nos sería dado y, sin entendimiento, ninguno sería pensado. Los pensamientos sin contenido son vacíos; las intuiciones sin conceptos son ciegas. Por ello es tan necesario hacer sensibles los conceptos (es decir, añadirles el objeto en la intuición) como hacer inteligibles las intuiciones (es decir, someterlas a conceptos)”. (pp. 92-93)
Si exploramos ese conocimiento a través de su necesidad innata y lo revestimos de las diversas maneras como se presenta en realidad, podemos inferir que hay dos maneras, jerarquizadas, de ir teniendo acceso al conocimiento: por la vía de nuestros sentidos, sensible; y por la vía de nuestro razonamiento, conocimiento intelectual.
Lo sensible es la simple recepción pasiva de las señales de los objetos o sujetos, acá, mediante la sensación, que supone la captación del estímulo adecuado para convertirlo en unidades más amplias y activamente integradas, se van conociendo las cosas, para algunos psicólogos este acto es la percepción. Y perciben tanto los animales como el hombre, pero la percepción humana está directamente relacionada con el pensamiento, los animales delegan mucha de estas percepciones al instinto de sus sentidos.
El conocimiento intelectual, que puede llamarse también pensamiento, es la captación del objeto mediante una imagen mental, que en nuestra cotidianidad llamamos concepto. La sensibilidad y el entendimiento, son fuentes del conocimiento, y no fuentes independientes, sino integradas en el hombre, en un mismo proceso del conocer.
En este aspecto valga citar nuevamente a Kant en su texto Crítica de la razón pura: “Sin sensibilidad ningún objeto nos sería dado y, sin entendimiento, ninguno sería pensado. Los pensamientos sin contenido son vacíos; las intuiciones sin conceptos son ciegas. Por ello es tan necesario hacer sensibles los conceptos (es decir, añadirles el objeto en la intuición) como hacer inteligibles las intuiciones (es decir, someterlas a conceptos). Las dos facultades o capacidades no pueden intercambiar sus funciones. Ni el entendimiento puede intuir nada, ni los sentidos pueden pensar nada. El conocimiento únicamente puede surgir de la unión de ambos…” (1988: p.93)
La respuesta a nuestra interrogante de inicio: ¿existe realmente el conocimiento? Si existe la capacidad de ser sensibles y de razonar, en una evidente necesidad de conocer, por ende ejecutar el acto de conocer es “hacer conocimiento”. Pero si llevamos esta premisa a un silogismo categórico tenemos: Todo en el mundo se tiene que conocer/ Todos los hombres son sensibles y razonan/ Por tanto, todos los hombres tiene que conocer.