Opinión Nacional

El combate del lenguaje

“Escribía muchas formas y fórmulas de palabras
que eran escondites de la verdadera palabra … “
Guillermo Meneses
(“Un destino cumplido”)

El ascenso de Chávez no se explica sin el impacto de un lenguaje que recoge promesas y emociones, expectativas y razones, donde fracasaron los clásicos de la publicidad política desde hace más de una década. El impulso creativo del hacer público halla las naturales dificultades de los señalamientos, códigos, gestos verbales (y no verbales) o lenguas que explican la búsqueda o consolidación de una determinada legitimidad.

No aludimos a las ocurrencias exitosas que contribuyeron a una caracterización de la realidad, como “carraplana”, “despelote” o “barragana”. Apuntamos a otras que simplificaron una intención programática: “La Gran Venezuela”, “Pacto Social” y “Democracia Nueva”, sin que olvidemos la entronización de la “antipolítica” frente a la denostada “partidocracia”.

¿Cómo sugerir una ilusión huérfanos de toda imaginación expresiva?. ¿Los señalamientos y las señalizaciones no forman parte de la crisis inadvertidamente prolongada?. ¿La elevación de las promesas no depende de los sabios acentos positivos y negativos colocados en una situación concreta, con los aciertos, errores y eufemismos propios de una cruda lucha por el poder? ¿Acaso las consignas pretendidamente circunstanciales no forman el asombroso piso doctrinario de conductas tenidas por díscolas?.

Era difícil alcanzar un adecuado elenco verbal (y no verbal), cuando las propuestas no gozaban de una convincente coherencia, profundidad y concreción y la amplitud del compromiso electoral aconsejaba la suficiente ambigüedad para captar las más variadas y encontradas posturas. Y lo hicieron.

El mensaje triunfó sobre los hombros del emisor, del receptor, del objeto a que hizo referencia y de sí mismo en razón de una funcionalidad aún promisoria si tardamos en correr los velos. Es evidente el triunfo mediático del gobernante que no del gobierno, conminados a su aceptación afectiva y racional, sentidas las urgencias de la hora en atención a una determinada arquitectura propagandística y publicitaria, pendiente la tarea democrática de una oposición que hurgue los resquicios del metalenguaje.

El enunciado programático pronto quedó convertido en un lema de inspiración histórica, con envidiables consecuencias en la jerga cotidiana. Y hasta la vestimenta oficial, exclusiva del timonel, ancló en la más profunda psicología colectiva.

La “Quinta República” constituye una bandera dispuesta a flamear, como algún día se dijo de la “Gloriosa Revolución de Octubre” y la “Segunda Independencia”, aunque contradiga la contabilidad histórica y no sepa de una mejor versión respecto a la democracia de 1958 e, incluso, del cepalismo que le dió orientación al problema de la renta. Afortunada ha sido la expresión “Soberano” que no cuestiona la diversidad de una sociedad civil llamada a organizarse en forma igualmente múltiple, y tampoco las evidencias llegan a actualizar las viejas denuncias sobre los “Cogollos Partidistas” y los “40 años de Corrupción”, por la –hasta ahora- muy blindada connotación del “Puntofijismo” que nos hace prisioneros del pasado, tanto como el régimen batistiano es un monigote fantasmal para los cubanos.

El “socialismo” vuelve generoso por los predios del debate. O, disculpen, la generosidad se debe a la ausencia del debate mismo. La consigna cae en el vacío ideológico y en el hastío político, los saldos más elocuentes de una experiencia de más de seis años en los que parece importar poco el signo que se dé el régimen, pues, por más razones que diga esgrimir, surge desnuda y espontánea la voluntad autoritaria.

Alguien dirá de un victorioso itinerario semiótico del régimen, término que me intimida. Una clave que la oposición aún debe despejar. Digamos, un combate –el del lenguaje- que reclama, ante todo, autenticidad y no los favores de un laboratorio publicitario.

II.-LOS BENEFICIARIOS DEL REGIMEN

A la sombra del rentismo, cualquier régimen es capaz de fabricar su propio elenco de beneficiarios directos que, a la postre retribuirán buena parte de esos beneficios a los que los facilitaron desde el poder. No hablamos genéricamente del pueblo destinatario de las políticas populistas, sino de los que concretamente acceden a las herramientas que ofrece el Estado para propulsarse como “agentes de dinamización y estabilización” de la economía privada: de nueva o novísima burguesía supimos antes y muy probablemente debamos saber ahora.

Es necesaria una actualización de la nómina perfiladora de los inéditos o reencauchados grupos que crecen de acuerdo a la expansión del gasto público, por no mencionar las fuentes “heterodoxas” de las que pudieran servirse, aunque es necesario observar la escasez de una bibliografía que dé cuenta de esta atrevida y contradictoria etapa saudita del país, en contraste con otras que afamaban a una variedad de ensayos y reportajes. Descubrimos una aproximación en el trabajo de Leticia Barrios Graziani, publicado por la revista “Nómadas” de enero-junio de 2005 ((%=Link(«http://www.ucm.es/info/nomadas»,»www.ucm.es/info/nomadas»)%)), pero el sesgo ideológico y los viejos datos empleados, obligan a una investigación teórica y empírica más audaz.

Por lo pronto, aciertan quienes aconsejan un retrato más cercano de la alta burocracia y los nexos que pudiese tener con el mundo empresarial, a la vez que una incursión más detallada en los registros mercantiles. El decidido renacimiento del capitalismo de Estado reportará también noticias sorprendentes.

III.-LA GUERRA SUBREPTICIA

Persiste aún la iconografía de un belicismo hecho de las más sangrientas y crudas escaramuzas. No hay un modo más expedito para transmitir los acontecimientos

Erich Maria Remarque o John Dos Pasos todavía impregnan de tinta la idea que nos hacemos de la guerra, con el fango licuado por los gases, en los bordes mordientes de una trinchera o, acaso, en la epopeya de la movilidad que inunda la escena de napalm. No cabe todavía una representación compacta de los aviones (indemnes) que bombardean a Irak desde centenares o miles de kilómetros de sus costas y mucho menos de aquellos conflictos subrepticios que celebran o pueden celebrar los operadores de las nuevas tecnologías. Quizá valga de la impune ilegitimidad de la que gozan aquellos que conciben a internet, por ejemplo, como un arma, pues no se les siente, digiere, dosifica gracias al anonimato absoluto de sus pretensiones. Hace más confortable el miedo y, virtualidad por delante, en la mudez y ceguera del acto de agresión, no hay espacio para condolerse del otro, el agredido, visto todo simplemente como una limpia operación técnica y de aparente neutralidad ética. El único gesto benevolente reside en la reposición de las piezas dañadas, y no esa «benevolencia hacia los demás (que) es la disposición personal hacia la realidad personal del otro», como refiere Rafael María de Balbín en la última entrega de «Notas y Documentos» (Nr. 52/53, jul-dic. De 1998).

La infoguerra o guerra epistemológica, informática, cibernética, gigamisilística, no tiene representación porque, posiblemente, tiene un indudable rasgo subrepticio o no se implementado en forma lo suficientemente sistemática y masiva para mover a la industria cultural. En la literatura especializada se le concibe como una mera operación de comando y control e, incluso, el estadounidense John D. Holum luce tímido en su aproximación al fenómeno, casi delimitado al campo estrictamente informático, entendido como un instrumento de perturbación susceptible de interrumpir el la potencia electrónica, el tráfico aéreo, los flujos bancarios, el manejo de grandes sistema, privilegiando la mirada hacia los atacantes como «bromistas inofensivos» . Equivale a considerar los efectos particulares de una bala y el protagonismo de aquellos que incurren en un homicidio culposo, sin un mayor relacionamiento, en este caso, doctrinario o estratégico.

La infopista también es un instrumento bélico, como puede serlo para la liberación o la confirmación de identidades, según los “internetólogos”. Si de guerra hablamos, lo más subrepticio no es el empleo de una silente pieza de artillería, sino la propia indiferencia de la maquinaria cultural para atraparlo, representarlo o encarnarlo.

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