El CNE y la lógica de la abstención
La lógica de la abstención es implacable. Si usted es adversario del gobierno razonará más o menos así: Para qué voy a votar si sé que el CNE, como quiera que resulten las votaciones, se las arreglará para que gane el gobierno, de modo que mi voto es innecesario. Por el contrario, si usted es partidario del gobierno, entonces su razonamiento será: Para qué voy a votar si sé que el CNE, como quiera que resulten las votaciones, se las arreglará para que gane el gobierno, de modo que mi voto es innecesario.
Esto es una maravilla. Hemos encontrado ¡Por fin! Un punto de unión entre el gobierno y la oposición. A partir de aquí podemos empezar a construir una Venezuela para todos, donde no existan diferencias y podamos trabajar unidos por el bien común. Porque lo que queda claro de estos comicios del domingo pasado es que en lo que están de acuerdo todos los venezolanos es en que la respuesta del CNE será siempre la misma y de aquí se desprende que, si se sabe lo que dirá el CNE, no tiene sentido votar. Esta convicción no es una duda razonable, no, es una certeza que tienen en común todos los venezolanos, revolucionarios u opositores, de que en CNE es predecible.
Imagínense las elecciones presidenciales del 2006, ¿se va usted a levantar a las 5 a.m. a hacer cola por seis o siete horas, como pasó en el referéndum de agosto 2004, cuando desde el principio tiene la plena certeza de que ganará Chávez, cualquiera que sea la voluntad de los electores? Por supuesto que no. Usted se quedará en su casa, tanto si está a favor del gobierno como si es de oposición. Al final no habrá que hacer colas, pero a usted tampoco le van a dar ganas de votar.
La certidumbre opera como un paralizante independientemente de lo que digan los líderes, no hay nada más inútil que hacer cosas inútiles. El domingo aparecieron unos disidentes, gente que dudaba de sus certezas respecto al CNE y llamaba a votar. Al final de la tarde el CNE prorrogó la hora de cierre y se inventó 500.000 votos adicionales en unas mesas vacías para que no le quedaran dudas a nadie.
Hay una anécdota, creo que de Juan Vicente Gómez, según la cual uno de sus más cercanos colaboradores le dice: presidente por qué no llama a elecciones, porque las cosas están tan bien que seguro las ganará. A lo que Gómez responde: si al fin y al cabo las voy a ganar, para qué vamos a gastar tiempo y dinero con unas elecciones. Esa lógica nos aplica bien a la Venezuela de hoy, bastaría que saliera en televisión Jorge Rodríguez anunciando que el pueblo ha manifestado su convicción de que continúe el presidente y con eso nos ahorrábamos tiempo y dinero y movilizaciones y Plan República y llamado a los reservistas y tantas y tantas cosas onerosas que conllevan unas elecciones.
Alguien me dirá: esa burla tuya no conduce a nada sino al conformismo que terminará quitándonos la democracia. Y le contesto: no, terminará convenciendo al gobierno de que la democracia o se ejerce de verdad o no existe. No se puede tener una parodia de democracia, porque al final revienta por algún lado. No se puede jugar eternamente a fingir que se tienen poderes independientes cuando no lo son. El jueguito termina aburriéndonos a todos, incluso a los más fervientes partidarios.
Si hay algo que yo respeto es la inteligencia del gobierno y creo que al final se dará cuenta de que necesita una democracia real, o, tal vez, sus propios compañeros Tupamaros terminarán haciéndoselo entender.