Opinión Nacional

El chavismo sin Chávez nació con diagnóstico de metástasis

Así los dos modelos, el original y la copia, retroalimentan el viaje hacia el mismo final, pero conservando siempre la interconexión que les dejó como herencia el colapso del comunismo soviético: A alimenta a B, pero para que A más B sumen 0. (A+B=0)

Fórmula de la paradoja perfecta que puede demostrarse cuando nos tropezamos con el hecho aterrador de que la gigantesca transferencia de petrodólares venezolanos a la economía cubana, no ha significado ningún alivio o mejora para el eternamente sumergido bienestar de la población de la isla, que más que nunca se retuerce en crisis de desabastecimiento, inflación incontrolada, mercado negro, iliquidez irreductible, desempleo simulado de cifras de más del 50 por ciento y una quiebra tan cabal de los servicios públicos y la infraestructura física que el país parece recién escapado de una guerra devastadora y de tierra arrasada.

¿Qué hicieron entonces los comunistas cubanos con los 70 mil millones de dólares que, según cálculos conservadores, se remitieron desde los robustos fondos venezolanos a las siempre magras reservas disponibles de la economía isleña?

Pues lo mismo que hicieron con el subsidio soviético de casi 30 años: gastarlo en el fortalecimiento, dotación, entrenamiento y preservación del ejército cubano que llegó en un momento a tener 500 mil efectivos (el más grande de la región) y actualizar, perfeccionar y sofisticar el aparato represivo y de control de la sociedad con cuerpos de inteligencia de enorme eficacia como pueden ser el G-2, los diversos y múltiples órganos de la temible “Seguridad” y los CDR.

En otras palabras: que en el modelo comunista cubano, como empieza a serlo en el venezolano, la miseria, empobrecimiento y ruina de la población corre pareja a su control y manipulación, que es una variable fundamental en la fosilización del sistema que momifica hasta la preservación a la dictadura.

Como también lo es la política clientelar benefactora y paternalista, que se hace sinónimo de la destrucción del aparato productivo interno público y privado venezolano que genera desempleados en cantidades crecientes y constantes, pero a los cuales se les suministran libretas, tarjetas y fichas de cobros como escudillas con los cuales van 15 y último a recibir el pago por la sumisión.

Es un sistema tan perverso, como eficaz, y que se cumple sin desvíos si el estado dispone de recursos con los cuales hace realidad la promesa de que “no falte lo infaltable” en la despensa (la llamada cesta básica) y que obliga a los beneficiarios a colgarse de la ilusión de que el paraíso es sostener la soga que les aprieta el cuello.

Y que alcanza niveles de perfectibilidad si el estado dador cuenta con un producto de fácil colocación y ventas en los mercados internacionales, que, además, es casi una renta de la tierra y se cotiza a precios altos, como para que los “planificadores” del régimen vivan en el laboratorio de un continuum de ensayo y error donde sueñan que ellos sí lograron hacer realidad la utopía del comunismo marxista.

Sensación que es más fácil de asaltar en las coordenadas de la dictadura totalitaria cubana donde disentir puede pagarse con la muerte, la cárcel o el exilio (o el aislamiento dentro del propio país), pero difícil o compleja de lograr en la variante neototalitaria ensayada en Venezuela donde el gobierno, partido y pensamiento únicos ceden espacios “a los otros” para simular que imperan en democracia, libertad y por mandato del pueblo.

Y qué podría, de paso, estar destinada a una muy larga duración si no tuviera recostado el modelo original, fracasado, agónico pero con respiración artificial, en cuanto que, para mantenerse vivo, necesita siempre más y más recursos frescos que le permitan sostener que es posible, que vale la pena hacer el intento y exigirle sacrificios inenarrables al pueblo, a los pobres y a la gente, para que un puñado de burócratas arrogantes puedan vivir de la mentira de que triunfaron y son invencibles e inderrotables.

Y por ahí llegamos a la historia o novela de esto dos fracasos paralelos, el del socialismo cubano y el del socialismo venezolano, uno parásito y otro nutriz, uno dador y otro recibidor, retroalimentándose, retrojustificándose, mintiéndose unos a los otros, como en un juego de espejos donde nadie sabe quién es quién, ni qué destino les espera si sobreviven unos pocos años.

Es un mundo, sistema o modelo históricamente fósil, cadavérico y en permanente trance de agonía y asfixia, por lo cual, no se reconoce en la vida sino en la muerte, en el presente sino en el pasado, en la salud sino en la enfermedad, en la paz sino en la guerra.

Habría que recordar las últimas sesiones en la Asamblea Nacional venezolana, o las elecciones legislativas cubanas del pasado domingo para saber de qué hablamos, y cómo en los “dos socialismos”, en los “dos fracasos”, se producen los mismos actos para concluir en los mismos actos:

Cero tolerancia, pugnacidad a granel, mentiras oficiales para cubrir horrores no tan oficiales y esta marcha a la locura donde unos burócratas hoscos, malhumorados y de pocas pulgas preparan la nueva camada de quienes vendrán a sustituirlos en una nueva versión de una obra siempre inconclusa, porque concluir, es aceptar que la razón no está de quienes piensan que la felicidad debe deshumanizarse.

Y a través nada más y nada menos que de la planificación, que es la incautación de la realidad y de la decisión de los otros, porque no nacieron, definitivamente, para ser ellos mismos, individuos, sino miembros de un rebaño o tribu que sigue de manera automática los dictados del caudillo alfa o dominante.

Pero sobre todo habría que estar frente a un televisor ( “La revolución siempre debe ser televisada”) la tarde del viernes pasado cuando los señores presidente del BCV, Nelson Merentes, y el ministro de Economía y Finanzas, Jorge Giordani, le anunciaron a los venezolanos (sin anestesia y muy escuetamente), que “se habían arruinado en casi un 40 por ciento”.

Convendría citar unas cifras adicionales: el barril de petróleo se había cotizado ese día a 105 dólares, “la devaluación no es fiscal, porque las cuentas oficiales se comportan muy bien” dijo Merentes y Giordani: “De una economía que va a crecer este año un 6 por ciento puede decirse cualquier cosa, menos que está enferma”.

Está bien Giordani, “la economía no está enferma”, pero tú, Merentes, Maduro, Cabello, Chávez, Fidel y Raúl Castro, Ramiro Valdez, Roy Chaderton, y todos quienes quieren imponerle a Venezuela un sistema económico y político fracasado, una anacronía, una inviabilidad, un chiste de mal gusto, una confusión, una operación galope para conseguir votos comprados, tamañas hipocresías como esa de que “ser rico es malo”, ustedes, a quienes Hannah Arendt llamó “no los realizadores, sino los bufones de la historia”… SI LO ESTÁN .

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