Opinión Nacional

El chavismo anestesiado

El revocatorio respira y negociar los términos del reparo no significa renunciar a una conquista democrática. Al contrario, renuncian clara y tajantemente aquellos que, aún sin agotar todas las posibilidades de una transición institucional, pacífica y democrática (haciéndola predecible), claman por una solución automática, atolondrada y dramática, como si –desde este lado de la acera- sobraran los tanques y los cañones y –en el otro- hubiere un contingente de cojos y mancos cohibidos. Frecuentemente, la jerga incendiaria espera que sean otros los que salgan a la calle, otros los que lleguen a palacio, otros los que propinen el golpe salvador. Al fin y al cabo, la oposición es diversa. Sin embargo, el caso más grave está en las fuerzas pro-gubernamentales, forzosamente monolíticas mientras haya el abundante subsidio del Estado.

El oficialismo ha hecho de la democracia una profesión de fe, irremediablemente traicionada para mantenerse en el poder. Sus seguidores la enarbolaron con otros apellidos. Algo mejor que lo existente para 1998. Protagónica y participativa. Y, ahora, cuando –escasamente- se le pide una actualización comicial, es el propio Chávez el que embosca al chavismo.

Anestesiante, las toneladas de propaganda pretende en extremo peligro la bandera democrática por obra del ejercicio… democrático. Un contrasentido que ha anidado inexplicablemente entre los pliegues de un movimiento antes multitudinario y espontáneo, va emergiendo con toda su fuerza desmoralizadora. ¿Cómo es posible que el comandante niegue esa posibilidad?, ¿acaso perdimos esa popularidad de la que tanto habla el presidente?, o ¿hasta donde alcanzan los reales sin poner en peligro la estabilidad económica de la república?, pueden ser las preguntas iniciales del ingenuo seguidor trastocado en un mercenario que pone su esperanza y expone su pellejo en el asador táctico del “Comando Ayacucho” que, por cierto, únicamente le rinde cuenta al jefe del Estado.

Es demasiado evidente que la ciudadanía puebla las calles con su protesta y estampa sus firmas, plenamente identificada, sin miedo, para pedirle al presidente que se cuente. El mensaje presidencial subestima a sus propios seguidores, creyéndolos idiotas. Y no es así: es el propio chavismo, hambreado y manipulado por el gobierno, el que ya comienza a reclamarle un poco más de coraje para afrontar la prueba de los votos.

APARIENCIAS QUE DELATAN

Insistamos, por menos de lo que hoy ocurre, Chávez se hubiera rasgado las vestiduras seis o más años atrás, ideando otra de sus descabelladas salidas. Lo que será materia segura de un severo examen histórico, hoy conserva toda la vigencia que cabe de un capítulo todavía inconcluso.

Le interesa al autoritarismo de nuevo cuño, cultivar las apariencias. Por costosa e impredecible que sea la maniobra, ésta se impone pacientemente, colocando nuevas capas de pintura a la pared que apenas se sostiene. La dilación, clave de bóveda de una experiencia que dice esconder sus objetivos ciertos, tropieza con una cultura democrática básica, la cual –inevitablemente- exaltó y estimuló para ascender al poder, mediante unos comicios libérrimos y garantizados que ahora niega al resto de los mortales. Acaso, la dignidad revolucionaria quedará intacta con una torpe metáfora del asalto al Cuartel Moncada o de la caída de Allende, manifiesta en las reminiscencias de 1992 o –adelantándose- en el desplazamiento cada vez más seguro del gobierno.

Los rectores oficialistas preservan el lenguaje del “árbitro”, tanto como Chávez invoca y reconoce a las instituciones cuando sus dictámenes son favorables, acogidos con pasmosa precisión los libretos que suele proveer. Un enfoque de falsa juridicidad sirve de prótesis política a los anuncios, a falta de los (otros) argumentos que se esperan. Poco importa que la norma se refiera a las firmas y no a la data, pues la versión más que interesada la sostienen todas las energías represivas de un ejecutivo que gobierna, dicta leyes, juzga, nos defiende de sí mismo, se autocontrola y elige.

Lo profundo del régimen reside, precisamente, en su superficialidad. La salsa que es buena para la pava, no lo será para el pavo. El asunto no reside en la autenticidad de la firma y de la huella dactilar, sino en los datos, pero ya demasiada gente se ha dado cuenta del absurdo, citando en forma espontánea los casos de la posible y masiva disolución de los matrimonios, como los de la anulación retrospectiva de los cheques, porque los firmantes no rellenaron los formularios, actas y talones respectivos. Denota un aprendizaje interesante, pues, adicional a los ejemplos, la jerga popular está impregnada de términos como el de la irretroactividad de las normas, indubio pro administrado o cualesquiera de los principios esgrimidos en el foro.

Probablemente, no hay un antecedente inmediato en todo el mundo sobre los constantes, deliberados y desinhibidos enredos como fórmula de preservación del poder, imponiendo mayores exigencias a un inédito esfuerzo opositor. Es por ello que, para las más viejas generaciones, dictadura sólo la hubo –por ejemplo- con Pérez Jiménez que no admitía –siquiera- la existencia de una voz disidente, empleando directa y amargamente la tortura, el apresamiento y la muerte como sus faenas esenciales, por lo que aparentará mayor bondad el gobierno de Chávez. Empero, éste, montado en una tabla de surf, creyendo en un perfomance elegante sobre las olas, intenso propagandista, queda vulgarmente delatado cada vez que la protesta popular recorre las calles, anegándolas. Simplemente, permite que los francotiradores hagan de las suyas, aún cuando se supone que el Estado debe velar por la vida e integridad de todos, simulando una incapacidad frente a la oposición que ¡nada más y nada menos! viola los derechos humanos. Grita que hay armas de guerra cuando los cauchos, las bolondronas y las piedras aparecen como herramientas de defensa ciudadana, a la vez que las tanquetas dotadas de ametralladoras, los lanzagases de vuelos atrevidos o la morbosa golpiza que propinan personalmente los soldados a un ser humano desarmado, constituyen la receta predilecta. En definitiva, las más recientes generaciones asisten a un cuadro perverso de persecución, tortura y asesinato que se presenta con los colores de la más sentida democracia, y esto no tiene otro nombre que fascismo.

Hay apariencias que engañan. Empero, en el caso del chavismo, ocurre lo contrario.

EL DIVINO BOLIVAR

Esperábamos más de “El divino Bolívar. Ensayo sobre una religión republicana” de Elías Pino Iturrieta (Los Libros de la Catarata, Madrid, 2003), que ya conoce de una temprana segunda edición. Quisimos hallar una interpretación exhaustiva de la explotación que hace el actual régimen del héroe y, a lo mejor, la encontramos, en su más grotesca simplicidad, sin que ameritara un esfuerzo superior.

Puntualizadas las más importantes catequesis que ha inspirado el ilustre caraqueño, confirmamos la versión guzmancista y lopecista recogida y extremada por Chávez y el llamado chavismo. El detalle erudito, sobrellevado por un estilo grato y de elegante ironía, nos remite al historiador profesional que –nos parece- temerosamente se desliza por el terreno politológico y antropológico, aunque ofrece no pocas señales consistentes.

Diríamos que el ensayo o, mejor, el conjunto de crónicas bien elaboradas y anotadas, concede una actualización del título primigenio de Germán Carrera Damas sobre el culto. Empero, no retrata los efectos políticos con la suficiencia necesaria para asimilar esa pieza indispensable en la reconstrucción patológica de la extemporaneidad que hoy se intenta.

Aprecia aportes como los de Yolanda Salas, aunque es notoria la ausencia de la breve obra que versa sobre el “bolivarismo”, injerto del imaginario de los sesenta con las manifestaciones religiosas en boga, amplia y afortunadamente divulgada a través de la infopista; Manuel Caballero, con olvido de uno o dos capítulos de “La pasión de comprender”, donde sopesaba la maniobra política escondida detrás de los altares en los años treinta; o Aníbal Romero, privilegiadas sus aproximaciones al fenómeno populista, subyacentes en el tramo final de la obra in comento. A guisa de ejemplo, respecto a este último autor, nos parecía pertinente que Pino trabajase el ensayo que lo hizo acreeedor del Premio Internacional “Simón Bolívar” de 1983, sobre las posturas conservadoras, equilibradas o –acaso- centristas de “El Libertador”, tanto como lo hizo con su valiente “Venezuela: historia y política” de 2002, colocando el acento en un dramático y sobreviviente contraste: el de los estudios creadores, profundos y coherentes que ha suscitado la figura, frente a los panfletos, a veces voluminosos, que auspicia o genera el oficialismo. Por cierto, resulta necesario contrastar las disertaciones de otros historiadores de oficio, trátese de Vinicio Romero, ahora cónsul, o de Samuel Moncada, el cual goza de una suerte de recurso de autoridad por la circunstancia de dirigir la escuela en la Universidad Central de Venezuela.

El culto al pasado remoto, concretamente la liturgia bolivariana, es otra de las piezas curiosas de cuño ceresoleano que amerita de un adicional esfuerzo y de un contundente reconocimiento. Por una parte, adicional esfuerzo, es necesario calibrar la versión acunada por la institución militar y la que se desprende de los discursos, intervenciones o comentarios de los que integraron la Asamblea Constituyente de 1999, a objeto de valorar el alcance de un obrar político –pensamiento y acción, prédica y agitación, razón y emoción- derivado del mensaje oficial (ista). Por otra, contundente reconocimiento, el coraje que se ha requerido para enfrentar ese mensaje, ofrecida toda una oportunidad para que –al fin- sinceremos una visión del mundo y de las cosas, donde el pasado ocupe su adecuado lugar y Bolívar la más exacta dimensión posible que, lejos de restarle méritos, permitirá valorar sus reales y positivos aportes, solapados aún por la ignorancia, la manipulación y el miedo de sus oficiantes.

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