Opinión Nacional

El Chavintern

Una internacional de forajidos y de militares gorilas Si, por excepción se le ha de creer al Comandante en Jefe, todos los pueblos del mundo claman por la fundación de la Quinta Internacional. Para redactar nuestra disertación doctoral para la Universidad de Londres (publicada en español con el título La Internacional Comunista y la Revolución Latinoamericana, Ed. Alfa) debimos hurgar en sus precedentes, las Internacionales fundadas por Marx, por Engels, por Lenin y por Trotsky.

Después de esa precisión debo recordar que sus respectivos partidarios y no pocos de sus adversarios sienten respeto si no admiración por la calidad intelectual de los arriba nombrados, que son en cierta forma, sus íconos o mejor, sus genios tutelares. En la Quinta Internacional que aspira a mandar nuestro ínclito Héroe del Museo Militar, los dioses tutelares son otros.

Dos torvos criminales Esos íconos son nada menos que el ugandés Idi Amin y el venezolano Ilich Ramírez. El primero fue un torvo asesino que tiranizó Uganda, horrorizando hasta a los más curtidos africanos, que deberían estar curados de espanto pues no son tiranos canibalescos lo que les haya faltado en su historia. Y el otro genio tutelar de esta propuesta Quinta

Internacional, es el llamado por algunos periodistas «Chacal». O sea, que para inaugurar su novísima Internacional, se lleva al altar de su revolución a un asesino sin entrañas, quien, al abjurar de su comunismo inicial para convertirse al islamismo, aportó a la teoría revolucionaria su idea de que «no existen víctimas inocentes» y que los masacrados por el terrorismo ciego, bien masacrados están. Eso no se escuchaba desde 1209, durante la cruzada contra los albigenses, cuando el inquisidor Almaric, el legado del Papa, ordenaba arrasar entera la ciudad de Bèziers, pese a habérsele advertido de que eso incluía niños inocentes y hasta partidarios suyos:

«Matadlos a todos: Dios reconocerá a los suyos».

¿Heredera legítima? ¿Será esta nueva Internacional, como se proclama, legítima heredera de las anteriores? Sin pronunciarnos sobre el fondo de sus respectivas significaciones históricas, ni ahondar en su pertinencia, en sus éxitos o sus fracasos, las líneas que siguen tratarán de sintetizar sus objetivos confesos así como la personalidad de sus fundadores, para facilitar una comparación. Para comenzar, hay dos cosas que les son comunes a aquellas cuatro Internacionales: por una parte, todas decían representar, en primero si no único lugar, los intereses de la clase obrera. La otra cosa es la condición intelectual de sus respectivos fundadores.

La primera, la Asociación Internacional de Trabajadores, reunía a comunistas y anarquistas, y sus jefes más destacados eran Marx y Bakunin, aunque su figura más famosa fue un intelectual, ese Karl Marx cuya obra copiosísima lo convirtió en uno de los pensadores más influyentes en la historia de los que Salvador de Madariaga llamaba «los tres apóstoles judíos del Evangelio moderno: Marx, Freud y Einstein.

La Internacional de Engels En las décadas finales del siglo XIX, bajo la inspiración de Frederich Engels y después de su muerte, de Kart Kautsky, se fundó la Internacional Socialista, la «Segunda», dominada por la Socialdemocracia alemana, el modelo de cuya organización fue copiado no sólo por sus «partidos hermanos» sino por los partidos modernos democráticos y de masas. Era muchísimo más poderosa que su predecesora, y sus fundadores también dos intelectuales de primera línea: eruditos, originales, y de obra también voluminosa. Además de eso, los partidos de la Segunda Internacional se concebían como escuelas políticas de la clase obrera.

Al estallar la Gran Guerra en 1914, el patriotismo liquidó esta Internacional. En su exilio suizo, el ruso Vladimir Lenin sentenció «La

Segunda Internacional ha muerto»; y, luego de su llegada al poder en octubre de 1917, fundó en 1919 la Tercera, la Internacional Comunista, mejor conocida por el acrónimo Comintern. No era una federación de partidos, sino un partido único mundial.

Hasta por la vía armada El cual se proponía establecer en todo el mundo «la dictadura del proletariado y el poder soviético por todos los medios, incluso armados». Su fundador y Jefe, Ulianov-Lenin, no sólo era un intelectual de muchos quilates, sino que pretendía que su partido fuese un intelectual colectivo.

Después de que, muerto Lenin, cuando Stalin convirtió al Comintern en un apéndice de la Cancillería rusa, el más brillante orador y escritor de los dirigentes de la revolución de 1917, León Trotsky, a quien Lenin llamaba «La Pluma», intentó fundar, con más pena que gloria, otra Internacional, la «Cuarta».

Después de ellos, ni siquiera Mao Tsetung, jefe del mayor partido comunista del mundo, intentó fundar su propia internacional. Ni el egocéntrico Fidel Castro pasó de proponer la efímera Organización de los pueblos de Asia, África y América Latina (OSPAAL) que también se disolvió silenciosamente.

En estas líneas, hemos destacado que los fundadores de las Internacionales eran hombres estudio y de formación rigurosos. Pero además, civiles para quienes el militarismo era uno de sus peores enemigos: Marx condenó como una desviación condenable el «comunismo cuartelario» .

Piénsese lo que se piense de esas Internacionales y de sus fundadores, uno

no puede menos que imaginarlos revolviéndose en su tumba viendo quién

pretende sucederlos, y con qué: una «Internacional» sin obreros, jefeada por

un chafarote ignaro; cuyos partidos y también sociedades copien la

organización de un cuartel.

 

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