El Chacal, Ceresole, Ahmadinejad
¿Qué tiene en común el terrorista venezolano Carlos Ilich Ramírez —»el Chacal»— ahora en prisión en Francia, con el sociólogo argentino Norberto Ceresole, así como con el actual Presidente de Irán, Mahmoud Ahmadinejad? En primer término, que los tres comparten un profundo odio hacia Israel y el pueblo judío, al que se añade un rechazo visceral hacia Estados Unidos y el modo de vida democrático, liberal y capitalista. ¿Qué otra cosa les une? Haber sido y seguir siendo objetos de la solidaridad del Jefe de Estado venezolano, Hugo Chávez.
Durante varios años Norberto Ceresole fue un cercano colaborador de Chávez, y ejerció una decisiva influencia ideológica sobre el Presidente venezolano. Es hoy fácil constatar que Ceresole, prolífico autor y propagandista antisemita, fallecido en 2003, proporcionó a Chávez una visión del marco internacional contemporáneo, afianzó sus convicciones acerca de los amigos a respaldar y los enemigos a combatir en ese escenario, y fortaleció en el líder «bolivariano» un sentido de misión histórica con proyección planetaria. En tal sentido, resulta fundamental revisar —entre otros— los textos ceresolianos «Caudillo, pueblo, ejército: La Venezuela del Comandante Chávez» (1999), así como sus «Tres ensayos geopolíticos» (2001), que ponen de manifiesto una especie de guión o mapa de conducta política y lucha ideológica al que Chávez se apega con inocultable rigor.
Existen evidencias confiables, que pueden consultarse a través de Internet, sobre los estrechos vínculos entre Ceresole y el fundamentalismo islámico, en particular con el gobierno de Irán y el movimiento armado Hezbolá. El más somero estudio de su pensamiento, que expuso en numerosos libros y artículos, revela inequívocamente que a Ceresole le motivó un radical antisemitismo, sumado al propósito de desatar un enfrentamiento global de las fuerzas totalitarias contra la civilización occidental y sus principios liberales y democráticos.
Los lazos de Chávez con Ceresole y su simpatía hacia sus ideas, hallaron expresión pública en uno de sus actos iniciales como Jefe de Estado: me refiero a su oscura, literariamente retorcida y hondamente reveladora carta dirigida a «el Chacal» en su prisión francesa en 1999. En esos tiempos una mayoría de venezolanos, así como la opinión bienpensante en el mundo, se hallaban embelesados por la figura carismática del presunto reformista democrático Hugo Chávez, y no prestaron suficiente atención al significado de su gesto de apoyo a un terrorista confeso, que con frecuencia reitera su adhesión a las tendencias más extremas del antisemitismo, y reivindica sin remordimiento alguno sus pasados actos de violencia. No obstante, mediante esa misiva Chávez reveló implícitamente su disposición a ubicarse —y de igual modo a Venezuela— en un nuevo contexto geopolítico, enfrentándose de lleno a Occidente y sus valores esenciales.
Los pasos descritos encuentran su punto de maduración estratégica en la alianza de Hugo Chávez con el Irán de Mahmoud Ahmadinejad. Sin embargo, y a pesar de éstos y otros muchos indicios y pruebas de lo que Chávez busca, y de lo que está preparado a hacer para lograrlo, todavía en Venezuela, y en diversos sectores de la izquierda democrática en Estados Unidos y Europa, existe un inmenso espacio de incomprensión y subestimación con respecto a la «revolución bolivariana». Haciendo gala de su tradicional vocación suicida, el partido Demócrata en Estados Unidos, junto a no pocos partidos y movimientos «progresistas» de Europa y América Latina, continúan haciéndole la corte de manera condescendiente a Chávez, sin percatarse que el caudillo venezolano no es un socialista democrático, como pretenden serlo irresponsables de la talla de Rodríguez Zapatero, Kirschner y Lula Da Silva, sino un neo-comunista y un antisemita, que desprecia la democracia liberal y sus principios.
No deja de sorprender que tantos sigan equivocándose con relación a lo que realmente está en juego. Buena parte de la intelectualidad occidental prosigue su desenfreno anti-estadounidense, y sube el tono de sus críticas a Israel, perdiendo de vista que nos hallamos en medio de una guerra en la que se arriesgan nuestras más preciadas libertades. Por desgracia, la historia del siglo XX comprueba que tal miopía política también contagió a los intelectuales en su sumisión al marxismo, y a los trágicos experimentos colectivistas en Rusia, China y Cuba. Entretanto, Hugo Chávez avanza sin tregua, desmantelando la democracia en su país y estimulando los totalitarismos alrededor del mundo.