Opinión Nacional

El censo de Nixon

Cuando Richard Nixon participó en la carrera por la Presidencia gringa en 1960, ya era conocido como “Tricky Dicky” (algo así como “Ricardito el tramposo”). Su fama de mentiroso y hábil enredador se había abierto paso en el Congreso y luego como Vicepresidente en la administración Eisenhower. A tanto llegó, que se hizo popular el chiste sobre el seguro fracaso de Nixon como vendedor de carros usados. Nadie se los compraría. Ningún vecino confiaría en que el carro que Nixon le vendiera no tendría vicios ocultos que después lo arruinasen. Parece que el mismo Jhon Kennedy, su rival y triunfante candidato en el primer intento de Nixon por llegar a la Casa Blanca, contribuyó  al éxito del chiste.

Sin embargo, en 1968 Richard Nixon pudo obtener el cargo anhelado con una gran votación, en medio de las fuertes protestas contra la guerra de Vietnam, y demostró que a pesar de ser un tramposo tuvo logros de verdadero estadista: la paz en Vietnam y la normalización de las relaciones con la China de Mao son los principales. Luego vino el escándalo de Watergate, donde sus fontaneros se introdujeron para grabar ilegalmente a los demócratas. Esa trampa y las mentiras que dijo en el proceso lo llevaron a renunciar en agosto de 1974, antes de que el Congreso de los EE UU lo destituyera.    

En la cultura norteamericana mentir tiene un precio muy grande. Quienes han mentido  en la obtención de la visa para viajar al Imperio lo saben. Allá no se puede mentir impunemente con facilidad. No es que nadie mienta en Gringolandia, es que quien lo hace es muy probable que pague. Por ello el consejo de la Embajada para los chavistas y no chavistas que quieren visitar la Metrópoli es no mentir.

Esa es una de las grandes diferencias que hay entre los estadounidenses y nosotros, los latinoamericanos. Entre nosotros la mentira a veces hasta da prestigio a quien la dice. La política criolla es el escenario privilegiado de la mentira. Un candidato a un cargo público no tendrá mayor problema si es agarrado en una mentira. A lo mejor ni tiene que disculparse por ello. Llegamos al extremo de que sabiendo que lo que nos dicen es una falsedad, la creemos aunque sea un imposible. Según algún encuestólogo las mentiras que  dice el régimen chavista son más importantes que la vivencia. La esperanza es más larga que la vida. El carisma alimenta, da trabajo y protege de la inseguridad.

De manera que en este contexto qué importa que el censo sea una reunión de mentirosos. Los encuestadores no llenarán las planillas totalmente: algo dejarán para la tarea en la casa. Después los técnicos se ocuparán de cuadrar las cosas. La imaginación hará estragos no sólo en los entrevistados. Las mentiras serán de lado y lado. Si el jefe ha dicho que milagrosamente se curó, por qué los ciudadanos no pueden aumentar sus sueldos, decir que viven con el mayor grado de felicidad posible, como lo ha pedido el ex convaleciente a la Virgen del Valle por su twitter no “hackeado”.

Venezuela crece económicamente a pesar de que su aparato productivo es acosado sin pausa y de que más de 8 mil empresas han desaparecido. El desempleo todavía se mantiene en cifras porcentuales de un dígito. La inseguridad es una “sensación mediática”. El salario mínimo es suficiente para vivir cómodamente. Los que han emigrado lo han hecho debido a su falta de patriotismo y a su repugnancia estética por la camarilla gobernante. La pobreza ha disminuido. PDVSA produce un millón de barriles menos y está endeudada como nunca, el PIB petrolero disminuye pero es la empresa líder en el mundo. A pesar de todo lo que ha pasado en estos doce años y medio (hasta dos derrotas electorales nacionales cantadas por el CNE chavista), Chávez todavía, en el peor de los casos, tiene el 50% del apoyo de los electores. Estas son verdades a la venezolana, no a la gringa.

¿Usted le compraría un carro usado a Elías Eljuri, presidente del Instituto Nacional de Estadística?

 

 

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