Opinión Nacional

El caso Rigoberta

1.-

Los pobres marxismos quedaron tan quebrantados luego del colapso del bloque soviético que muchos intelectuales y académicos de izquierda se vieron en la necesidad de reinventarse para poder seguir siendo invitados a congresos. Su metamorfosis adaptativa se advierte, sobre todo, en la jerga.

Un profesor de antropología cultural verdaderamente posmoderno no se ocupará ya de la «superestructura» o la «falsa conciencia de la realidad», sino de «representaciones» o de «apropiaciones linguísticas». No hablaría de «burgueses» sino de «élites».

Entre otras baratijas posmodernas está la noción de que Occidente ejerce su maléfico poder sobre el resto del mundo también en el modo que el propio Occidente piensa al resto del mundo.

En consecuencia, la misión del buen intelectual de izquierda posmoderna es «desconstruir» los «relatos» que la academia «occidental», ha generado maliciosamente acerca de la historia de los excluidos, los subalternos, los aborígenes, los marginales, los desplazados, los recogelatas afrodescendientes, etcétera.

2.-

El buen izquierdista posmo entiende que el Poder anida también en las palabras y en la gramática al uso y que no decir «compañeros y compañeras» es una insidiosa forma de exclusión.

Conviene advertir que otro de sus tics consiste en sentir simpatía las «culturas arrasadas», sentimiento rayano en misticismo moral que obnubila el juicio del intelectual en presencia de lo que cree es un aborigen «oprimido».

Esta «simpatía metódica» por los indígenas a quienes se supone invariablemente oprimidos viene siempre acompañada de una inconmovible fe en las virtudes morales del oprimido, aborigen o no.

De todo esto discurre con gran tino y contundencia el profesor David Stoll, quien un día de 1990, durante un congreso de estudios latinoamericanos en EUA, tuvo el arrojo de leer una ponencia suya que contrariaba las convenciones. Casi lo matan.

Stoll es el antropólogo estadounidense que desenmascaró la patraña viviente que es Rigoberta Menchú, activista maya –la corrección política impide llamarla «guatemalteca»– a quien se le otorgó el Premio Nóbel de la Paz en 1992 –causalmente el Año de Quinto Centenario–y que ahora aspira a gobernar su país.

3.-

El minucioso escrutinio que Stoll hizo de la leyenda narrada por la Premio Nóbel 1992 en el libro «Me llamo Rigoberta Menchú» se recoge en su libro «Rigoberta Menchú y la historia de todos los pobres guatemaltecos»(Nódulo, 2002.)

Gracias a Stoll, hoy sabemos que la Menchú mintió deliberadamente en muchas de sus afirmaciones que el activismo mundial de los derechos humanos dio por ciertas sin examen alguno.

Ejemplos: Rigoberta no aprendió el castellano de adulta para combatir la cultura opresora, como afirma, sino que de chiquita su padre, que no era ningún pelabolas como ella contaba, la mandó a un colegio de monjas.

Pero siendo una aborigen americana y oprimida–pensaron en Europa– Rigoberta no podía conocer la mentira.

Stoll pasó diez años investigando las causas de la violencia en Guatemala. Encontró que mucho de lo que en los centros de estudios latinoamericanos de EUA y Europa se daba por cierto a partir del testimonio de la Menchú era no sólo inexacto, sino calculada y maliciosamente y falso.

Oigamos algunas de las razones que tuvo Stoll para tratar de corroborar el relato «autobiográfico» que en 1982 ( «Me llamo Rigoberta Menchú») catapultó a la guatemalteca a una notoriedad universal de rango sencillamente totémico:

» El problema subyacente no es cómo Rigoberta contó su historia, sino cómo han decidido los extranjeros interpretarla. Especialmente ahora que muchos académicos están ansiosos por ‘desconstruir’ las verdades establecidas, la historia de Rigoberta debería haber sido comparada con muchas otras.

Si ella deseaba volcar toda la culpa de la violencia en el ejército [guatemalteco] y apoyar a la guerrilla, tenía derecho a ser escuchada, al igual que los mayas que también culparon de la violencia a la guerrilla y que no se sintieron representados por ésta. Esas diferencias exigían una comparación.

En cambio, la versión de Rigoberta fue tan atractiva para tantos intelectuales extranjeros que aquellos mayas que repudiaban a la guerrilla fueron ignorados frecuentemente [en sus estudios.] Esto reforzó la afirmación de que la guerrilla representaba a la masa de campesinos mayas, cuando hacía mucho que había buenas razones para ponerlo en duda.

El aire de sacrilegio que implica cuestionar la fiabilidad de Me llamo Rigoberta Menchú nos da por lo menos tres razones para hacerlo.

La primera es lo que nos puede decir sobre la violencia en Guatemala, sus raíces populares, y cómo éstas fueron mitificadas para satisfacer las necesidades del movimiento revolucionario y las de sus adeptos.

La segunda es cuestionar conjeturas románticas subyacentes acerca del pueblo indígena y la lucha guerrillera, por las cuales los mayas no serán los últimos en pagar caro.

La tercera es plantear preguntas en relación con un nuevo marco teórico en las humanidades y en las ciencias sociales.»

4.-»

«La nueva ortodoxia, concluye Stoll—parte de la premisa de que las formas occidentales del conocimiento, como el enfoque empírico adoptado por mí, están fatalmente influenciadas por el racismo y por otras formas de dominación.

Por lo tanto, como académicos responsables debemos identificarnos con los oprimidos y tirar al basurero del colonialismo mucho de lo que creemos saber de ellos. La nueva base de autoridad consiste en dejar que los subalternos hablen por sí mismos, repudiando cualquier indicio de complicidad con el sistema que los oprime y alineándose en relación con los teóricos de moda. De hecho, hay mucho que decir para ser escuchado, ¿pero a quién se supone que debemos escuchar? […] Obviamente, Rigoberta Menchú es una auténtica voz maya. Pero también son auténticas voces mayas las de los jóvenes guatemaltecos que quieren mudarse a Los Ángeles o Houston en lugar de unirse a la guerrilla.[…] Cualquiera de ellos podría ser elegido para construir una generalización descaminadora acerca de los mayas de hoy en día.»

Con todo, el ñangaraje del primer mundo sólo reconocerá a Rigoberta como la auténtica indígena oprimida, de igual modo que las auténticas hojuelas de maíz son las de Kellogg’s y la Barbie legítima es la de Mattel Toys.

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