El Cardenal valiente
En 1938 el destacado filósofo político cristiano Eric Voegelin escapó de Hitler y se refugió en Estados Unidos. Años después regresó a Alemania y dictó un ciclo de conferencias que generó polémica. En sus exposiciones denunció el manto de olvido que sus conciudadanos pretendían tender sobre el pasado nazi, y aseveró que la culpa por lo ocurrido no podía atribuirse exclusivamente a la maldad de un individuo, sino que la sociedad entera tenía que admitir sus responsabilidades. Citando a Heráclito, enfatizó que ninguno de nosotros tiene el derecho a ser «idiotes», «stultus», o «estúpidos» en materia política. Dicho de otra manera, no tenemos excusas morales para la abdicación ante el mal, en especial cuando éste se exhibe a nuestros ojos con la claridad meridiana que en ocasiones asume.
La homilía pronunciada por el Cardenal Rosalio Castillo Lara hace diez días quiso transmitir, en otro contexto y circunstancias, un mensaje similar al que Eric Voegelin dirigió a sus compatriotas en la Universidad de Munich en 1964. Cuando se trata de distinguir entre el bien y el mal no tenemos derecho a refugiarnos en medias tintas y eufemismos. Es éticamente imperativo mirar las cosas en su cruda realidad, y adoptar una postura inequívoca. La homilía del Cardenal nos colocó ante esa disyuntiva y lo hizo con acierto, coraje, sentido patriótico y clara conciencia de su misión pastoral. Los que sostienen que no lo hizo en el momento y marco adecuados, pierden de vista que semejante argumento no es sino una excusa que desvía la atención de lo esencial: el llamado de libertad formulado por el prelado católico.
En efecto, si la Casa de Dios no es la casa de la dignidad humana, entonces no es Casa de Dios. Y si la dignidad humana no es lo mismo que la libertad del ser humano, entonces no existe la dignidad humana. Como varios predecesores suyos: el Cardenal Mindszenty en Hungría bajo el comunismo, el Cardenal Miguel Ovando y Bravo en la Nicaragua sandinista, y el Obispo mártir Oscar Arnulfo Romero en El Salvador, el Cardenal venezolano se echó sobre sus frágiles hombros todo el peso de su misión pastoral, al implorarle a la Madre de Dios que interceda con su Hijo, y nos conceda a los venezolanos «la alegría de la recuperada libertad».
Hacía tiempo que no experimentaba con respecto un venezolano, en cualquier ámbito de la vida nacional, una admiración tan grande como la que sentí ese día, y sigo sintiendo, hacia Rosalio Castillo Lara. Esa figura físicamente endeble, de edad avanzada, aparentemente solitaria en medio de la multitud, vilipendiada y amenazada por el régimen canalla que impera en Venezuela, se alzó como un coloso moral, y leyó un documento que será reivindicado por los historiadores de mañana como un texto fundamental en defensa de la dignidad de los venezolanos.
El Cardenal dijo verdades decisivas, en particular que «Los siete años de gobierno ofrecen abundantes muestras de cómo será el futuro de Venezuela si este régimen se perpetúa». Por encima de todo ubicó el eje de la lucha en el terreno que corresponde: el de la libertad. De esta forma, el Cardenal puso de manifiesto un nítido contraste con buena parte de los dirigentes políticos y supuestos «precandidatos» de la oposición venezolana, que son incapaces de actuar por convicción genuina, de mirar de frente el mal que tienen ante sus ojos y denunciarlo, y se pasan la vida saltando de banalidad en banalidad, y de ambigüedad en ambigüedad, en lugar de levantar sin miedo las banderas de la libertad y la democracia.
También contrastó Castillo Lara como un gigante moral frente al resto de la Jerarquía Católica, con escasas excepciones, cuya falta de solidaridad será para ellos una mancha imborrable de vergüenza. Han sido también vergonzosos los intentos de ciertos editorialistas, en éste y otros diarios, dirigidos a establecer una presunta equivalencia moral entre el gobierno y el Cardenal como «extremistas» igualmente condenables. No hay equivalencia moral posible entre el mal y el bien, y el bien no es «extremista».
¿Cuál debe ser el programa de la oposición? Pues la libertad, la democracia y la dignidad de los venezolanos. Nadie luchará por propuestas puramente gerenciales y tecnocráticas de eficacia económica y paternalismo social. Nadie seguirá a los que sólo dicen: «Chávez no lo hace del todo bien, pero yo lo haré mejor». El pueblo sólo se movilizará por la libertad y la reconquista de la democracia. Como lo dijo el Cardenal valiente.