El caracazo, Ítalo Aliegro y el magnicidio
Quienes continúan creyendo que la violencia desatada el 27 F de 1989 fue espontánea protesta contra el alza del precio de los combustibles, deben andarse con cuidado y esconderse el día de los Santos Inocentes, no vaya a ocurrir que el rostro de los matarifes de Herodes sea la imagen última que alcancen ver. Igual vale para aquellos que aún creen que el asesinato del teniente-coronel Carlos Delgado Chalbaud, es de la única responsabilidad de Rafael Simón Urbina, así como a quienes admiten la veracidad de los magnicidio frustrados tan cacareados por autócratas que asumen el poder como cosa propia e imperecedera.
Los testimonios fílmicos y el hecho de que el periodista Alexis Rosas, reportero de la TV del estado, se encontrara “por casualidad” en Guarenas y transmitiera en directo el altercado con un conductor de buseta, incendiada por los usuarios y el saqueo de establecimientos comerciales del área; así como la colocación de obstáculos en arterias viales, el corte de teléfonos de importantes sectores de la capital, la actuación de francotiradores que dieron muerte a civiles, policías y militares (emblemático el caso del Mayor Felipe Acosta Carles) desmontan el parapeto de la espontaneidad y hacen del acontecimiento el aporte civil en el asalto al poder por los militares conjurados.
Cuando la tropa se hizo presente en las calles, autorizada por el Presidente de la República en Consejo de Ministros y coordinados por el general Ítalo del Valle Aliegro, Ministro de la Defensa, el colectivo nacional sintió que el estado lo protegía de las fechorías del lumpen. Hubo reconocimiento ciudadano a la conducta asumida por el general Aliegro, quien procuró la salvaguarda de vidas, hogares y bienes de los venezolanos en una hora trágica, sin prestar atención a quienes le “calentaron la oreja” para que diera el golpe. Hubo excesos y no es improbable que al responder el fuego de francotiradores, hubiesen causado daño a personas inocentes. Pero los excesos, son responsabilidad personal y, cuando más, del comandante inmediato, según establecen las leyes. Como el ministro no estuvo, en el campo de batalla y el genocidio no era política de estado, mal puede imputársele delito alguno a quien, para bien de Venezuela, sólo cumplió con su deber.
El teniente coronel Carlos Delgado Chalbaud fue asesinado el 13-11-50, por un grupo dirigido por Rafael Simón Urbina. Los sicarios de la dictadura propalaron la especie de que la acción terrorista era producto de una conspiración del Comando de la Resistencia Clandestina (A D) que, a sabiendas de los odios de Urbina, lo había inducido a la venganza. Pero el autor del magnicidio, desde su asilo en la embajada de Nicaragua, le envió un papelito a Pérez Jiménez pidiéndole protección porque él, Urbina, había cumplido con su compromiso. El 24-06-1960 Rafael Leónidas Trujillo quiso mandar al otro mundo al presidente Rómulo Betancourt y el 04-02-1992 el teniente-coronel Hugo Chávez Frías y asociados intentaron asesinar a Carlos Andrés Pérez, en el desarrollo de su felonía golpista.
Los magnicidios exitosos o frustrados son resueltos, tarde o temprano, con la aprehensión del magnicida. Tal ocurre cuando no es un montaje a los cuales son muy dados los dictadores. Esas historietas abundan en el Caribe y aquí, en tierra firme, comenzaron a escribirlas. Denuncian conspiraciones, involucrando personeros de la oposición con pruebas pre-fabricadas. Es el clásico acoso practicado por las dictaduras.
Es tan de bulto la falacia que los émulos de Charles Holmes, han comenzado a elaborar listas de potenciales magnicidas. Pero ¡qué listas!. Y faltan todos los que en medio de una “pea” han dicho: por qué no se morirá ese… Claro, sin duda alguna, también han de incluir a Ítalo Aliegro, por ser un honorable general de la democracia.