El cáncer, Venezuela y yo
Hace algo más de diez años uno de los mejores gastroenterólogos de Venezuela, Vicente Lecuna Torres, que además ha sido mi amigo por seis décadas, me diagnosticó un cáncer de colon. Pocos días después otro excelente médico, el cirujano Antonio Martín Vegas, me extirpó unos 30cm de colon y me remitió a otra magnífica profesional, la doctora Esther Arbona, oncóloga del Grupo Vera en la Clínica La Floresta.
La operación, desde luego, fue traumática. Pasé tres semanas de dolores y debilidad, echado en una cama rumiando mi agonía, pero finalmente me recuperé lo suficiente como para pasar por otras agonías nada fáciles: quimioterapia y radioterapia. En noviembre, luego de ocho meses de padecimientos e incomodidades, entré en un largo período de vigilancia y cuidado, hasta que, a los cinco años de terminado el tratamiento fui dado de alta. Según las estadísticas ya estaba curado.
Tuve que modificar muchas de las costumbres que me habían llevado a enfermarme. Había pasado las de Caín, sí, pero hoy, no solamente he vivido once años más, sino que he disfrutado de la vida once años más.
He visto (y veo) crecer a mis nietos, personitas adorables que me han dado otra dimensión de la existencia. He seguido por once años más las vidas de mis hijos, que mucho más que cualquier otra cosa le dan sentido al solo hecho de vivir.
He disfrutado durante once años más de la compañía de mi mujer y el resto de mis parientes, que para mí forman un microcosmos maravilloso. Pero también he visto cómo Venezuela, mi país, está pasando por lo mismo que yo pasaba hace algo más de once años: es un país enfermo, muy enfermo.
Desde 1999 ha sufrido de un terrible cáncer, alimentado por la maldad, la soberbia y la megalomanía de Hugo Chávez, que no pudo él mismo superar un cáncer, pero que le dejó al país el peor de los regalos: un sucesor, Nicolás Maduro, incapaz, soberbio, limitado en extremo, incapaz de rectificar. Incapaz de entender que su gobierno es el peor de los gobiernos que puede padecer un país.
El país, sí, tiene cáncer, y requiere de una operación que lo extirpe, y de tratamientos dolorosos y molestos, quimioterapia y radioterapia, para recuperarse. Si no pasa por esos momentos terribles, morirá como Chávez, y entonces sus habitantes, todos, se encontrarán convertidos en gusanos carroñeros.
La operación va ser dolorosa, y como yo, Venezuela pasará varias semanas de dolores y debilidad, rumiando su agonía, y luego tendrá que vivir varios meses de incomodidades, y algunos años de incertidumbre, hasta que pueda ser dada de alta y el cáncer se convierta en un mal recuerdo que obligue a tomar precauciones, a no cometer nunca más los errores del pasado. Nunca más.