Opinión Nacional

El buen gusto

TODAVÍA SE ESCUCHA HABLAR POR GUSTO Y CON GUSTO

Se habla por hablar como se vive por vivir, o se quiere por querer, o se piensa por pensar, o se sueña por soñar… Por gusto. Y con gusto, que es lo bueno. El buen gusto es ese gustoso vivir y pensar y querer y decir o hablar por ese gusto, que, por serlo, ya es bueno. El mal gusto nunca es gustoso, sino disgustado. Y si se habla por el gusto de hablar, también a veces se habla por no hablar, porque no sentimos ese gusto. Un hablar a gusto y otro a disgusto. El que habla por no hablar suele hacerlo a disgusto, y su habla no tiene gusto propio, o lo tiene malo. El mal gusto puede serlo de mil maneras, como el bueno. Lo malo en él es que no es gustoso, sino disgustado. Cuando callamos a la fuerza no callamos a gusto. Cuando callamos por callar podemos hacerlo gustosamente. Callar por callar. Que hay silencios gustosos como disgustados. Silencios elocuentes, fabulosos (maravillosos les llamó Cervantes), silencios que hablan y silencios mudos. Estos últimos se abren como tumbas. Señalándonos como a Hamlet, como a nuestro Larra, su espantoso vacío y desesperanza. ¡Silencios sepulcrales!

¡Dios nos dé habla! Y no nos la quite la muerte. El habla es fabulosa vida. Del habla española dicen que dijo Napoleón que era un habla para hablar con Dios. Y si decimos el dicho de Antonio Machado al revés, diríamos que es habla soliloqueante. El que habla solo, hablará con Dios algún día, nos dijo Machado. Pero si no habla, si se queda solo con su voz, con sus palabras, con sus ecos…, diríamos que está hablando con el mismísimo diablo.

¡Dios nos dé habla, poesía, vida de verdad y pensamiento: palabra y palabras verdaderas! ¿Para hablar solos? ¿Para hablar con Dios? Lo más seguro es empezar por hablar con Dios es empezar a hablar con los demás y no sólo con nosotros mismos. Que así hablaban tan divinamente Cervantes o Lope o Santa Teresa o los fray Luis que hablaban, por gusto y con gusto, en la novela, en el teatro, en el sermón o la plática; un decir, que es decir gustoso, amoroso y vivo. Un decir por decir y hablar por hablar, que abre a veces también otros “maravillosos silencios” con la palabra humana que tan fabulosamente los crea.

El lenguaje poético es habla corriente, que corre como el agua, que corre en el tiempo y con los tiempos, para hacerse clara y transparente. Por eso decimos a ese lenguaje y habla popular, tradicional: porque no es de nadie, para serlo de todos.

En nuestro país, todavía se escucha hablar por gusto y con gusto al que nos habla. Este vivo lenguaje ha cambiado naturalmente con el tiempo: añade, se enriquece de vocablos nuevos; pierde, olvida, algunos otros; pero sigue vivo, actual y remoto a la vez; tradicional, en suma. ¡Dios nos dé habla que es vida! Para hablar con los vivos. Pues dime con quién hablas y te diré quién eres. No en vano dijo el poeta: “Que el agua cuando no habla / es cuando se queda quieta. / ¡No te fíes del agua mansa!”

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