El balance
El balance no puede ser más catastrófico. Y tan sistemático, que cabe preguntarse si ha sido consciente y malévolamente inducido para destruir a los sectores económicos y con ello a la capacidad productora privada del país con el avieso fin de convertirnos en mendicantes del Estado y terminar por hacernos esclavos del único empleador que quedaría en pié. Como en la Unión Soviética, en todos los países socialistas, en Corea y en Cuba. China es la excepción: decidió enterrar los estériles y absurdos dogmas economicistas del marxismo leninismo y montar un feroz capitalismo de Estado. En dos décadas se ha convertido en una de las principales potencias económicas del globo.
Si así fuera, estamos al borde de una auténtica tragedia. Porque la camarilla militar que se ha hecho con el Poder no tiene ni tendrá la capacidad de levantar un proyecto económico alternativo al de la economía privada. Si en 70 años no pudo la Unión Soviética al precio de decenas y decenas de millones de cadáveres, ¿por qué podría la Venezuela rojo-rojita? Si Cuba, tras cincuenta años de la más espantosa tiranía, se encuentra devastada, incapaz de satisfacer con el esfuerzo de sus habitantes las necesidades básicas y elementales de su población, ¿por qué el teniente coronel Hugo Chávez podría hacerlo acompañado de la banda de chiflados que asumen la planificación de la economía nacional?
Raúl Castro denunciaba recientemente que Cuba estaba incapacitada para producir las lechugas que los cubanos debieran consumir. Y que el estado empleador ha colapsado: sobra un millón de trabajadores, utilizados en empleos improductivos para no convertirlos en zombies. Se quejaba amargamente de que en una cafetería, de esas de mala muerte que regenta el estado cubano y que no tienen más de diez mesas, se apuestan veinte empleados sin mover un dedo. No hay clientes. La población ni siquiera tiene los medios para pagarse un café, que debe ser importado. Ya no lo hay.
Sobra la queja, pues ese es el resultado necesario de un régimen que desconoce y pervierte los principios básicos de una sana economía. En Cuba ni siquiera un lustrabotas puede ejercer su oficio libre y privadamente: unos de los países con una de las poblaciones más imaginativas y emprendedoras de la región coarta todas sus ventajas comparativas y convierte a sus ciudadanos en vagos y manos muertas.
Imposible culpar a la idiosincrasia cubana: la población de inmigrantes cubanos convirtió un pantano, como el de La Florida, en uno de los emporios económicos y comerciales más potentes de los Estados Unidos. La cifra de negocios que se maneja en ese enclave cubano-norteamericano es inmensamente superior al de la Cuba castrista. Si la isla echara por la borda la tiranía y abriera sus puertas a la iniciativa privada, a las inversiones, al regreso de capitales y al trabajo productivo de todos sus hijos, volvería a ser en pocos años la potencia que un día fuera.
Lo tiene todo para lograrlo. Dos hermanos poseídos por el delirio lo han impedido con la violencia, el terror y la sangre. Al precio de miles de muertes, el destierro de lo mejor de su población y el sufrimiento de millones de seres humanos. ¿Hasta cuándo?
2.- A punto de llegar al llegadero, el tirano no tiene otro recurso que seguir al pie de la letra la chifladura de viejos e inservibles ideólogos: volverse a lo que sobrevive de la economía privada y caerle a saco. Entramos a la etapa del canibalismo. Hay que se un imbécil para no darse cuenta que al hacerlo practican el más insólito y repudiable de los crímenes: devorarse sus propias carnes. Nadie le cae a saco a la principal industria alimentaria del país sin cumplir a cabalidad el precepto de los estúpidos: pan para hoy, hambre para mañana.
El robo cometido contra Diego Arria no ha tenido hasta ahora otra recompensa que el saqueo de sus pertenencias por unos pocos rufianes y celebrar la apropiación indebida con unos cientos de niños cebados en el odio a la prosperidad y el irrespeto a los bienes ajenos. Ha sido un auténtico aquelarre de la ignominia. Avergüenza a la conciencia nacional y reproduce los peores crímenes de las innumerables revoluciones del siglo XIX. Desde hace once años no me canso de citar a Luis Level de Goda que escribiera en 1889, en su Historia Contemporánea de Venezuela: «Las revoluciones no han producido en Venezuela sino el caudillaje más vulgar, gobiernos personales y de caciques, grandes desórdenes y desafueros, corrupción, y una larga y horrenda tiranía, la ruina moral del país y la degradación de un gran número de venezolanos.» Respecto de la obra de Ezequiel Zamora, tan admirada por quien se dice su sucesor, escribe: «El triunfo de la revolución federal… llevó a la superficie social y a los más altos cargos públicos una parte del elemento bárbaro de Venezuela, con menosprecio de los liberales más notables y de saber… Natural era que el desgobierno, los desórdenes y la anarquía creciesen con rapidez en todo el país.»
El pretexto, esta vez, ha sido el socialismo. Una ideología fracasada, culpable de las más horrendas tiranías y la más espantosa mortandad en la historia universal. El auténtico propósito: volver a apoderarse del poder del Estado, saquear los bienes de la nación y sacar a flote «una parte del elemento bárbaro de Venezuela» para situarlo en los más altos cargos públicos. Allí están: tirapiedras, gamberros, analfabetas, resentidos autorizados por el déspota a hacer y deshacer contra una Nación que fuera orientadora de los más severos principios republicanos y democráticos. Exactamente como sucediera con los grandes desafueros colectivos del siglo XIX. Nada nuevo bajo el sol.
La solución a estos graves problemas económicos no es económica. Es política. Mientras continúe al frente del estado un teniente coronel ambicioso hasta el delirio, megalómano como ningún otro e irresponsable y posiblemente no del todo en sus cabales, Venezuela continuará hundiéndose en la ruina y la devastación. Hago absolutamente mías las palabras de Oswaldo Alvarez Paz, uno de los más honorables servidores públicos con que hemos contado en nuestra atribulada historia contemporánea: es esencial salir de Hugo Chávez cuanto antes. La Constitución nos da todos los medios. La agenda política, dos fechas emblemáticas: el 26 de septiembre para reconquistar la asamblea y el 2012 para terminar de aventarlo del Poder. Si así no fuera, sobran los medios que la Constitución establece. La economía ha desplazado a la política. Es hora que la política la vuelva a poner en su sitio.