El asuntico del magnicidio
Que una persona de las características humildes de Nicolás Maduro – que ni partida tiene y menos títulos nobiliarios, como Fidel, Gran Comendador de la Orden de Santiago – esté denunciando magnicidio, en referencia a su posible asesinato, es cuando menos un asunto para reflexionar sobre la naturaleza humana, pues no es cosa de señalar tal acción en un país sin tradición en la materia, salvo la muerte de algún jefe civil en una gallera, o el asesinato en Miraflores del buenazo de Juancho Gómez ordenado por su sobrinito del alma, José Vicente Gómez, porque el homicidio de Carlos Delgado Gómez – usurpó el Chalbaud de su padre – no fue en puridad del acto un magnicidio premeditado, sino un secuestro, para obligarlo a entregar el poder y exiliarse en Francia, que salió mal, pues trató de desarmar a su guardián, Domingo Urbina, y, al ver Pedro Antonio Díaz la situación en peligro, colocó su arma por encima del hombro de su compinche y le disparó en el pecho a Delgado, cuyo cadáver presentaría después otros tiros, en la cabeza y el abdomen. Así, ejecutado por un estúpido grupo de chambones ebrios, se cometió el primer magnicidio de la historia republicana de Venezuela que puso a brillar “la estrella” de Pérez Jiménez. Por ello hay que aclarar, antes de que la historia sea cambiada para culpar a la oposición, que eso fue un asunto de caimanes del mismo charco en lucha denodada por el poder. Yo le recomendaría a Nicolás que se fije en este dato y mantenga un ojo abierto y el otro también, porque, puede ser, que le estén enseñando el dedo que señala y no lo señalado como está creyendo. Y a los ingenuos los agarra la sampablera empantuflados, como le ocurrió a nuestro querido Rómulo Gallegos, que, mientras dirigía su preocupación hacia la embajada de USA, su propio ministro de la defensa, el mencionado traidor Carlos Delgado Gómez a quien consideraba como un hijo, le propinaba su tatequieto. Que en cosas del poder en todos lares se cuecen pinochetes. Y veo con malicia demasiado interés en convencer al país de que te van a matar los gringos malucos, sobre todo si tú te prestas para la inocentada de divulgar el descubrimiento del plan maestro de bombardear Siria y siquitrillarte a ti, a la misma vez. Toda una urdimbre 007. Ya me imagino al perverso Obama frotándose las manos. Y conste que estoy tan preocupado como tú, porque no es cosa de tomarse a la ligera, que una persona de tus altas responsabilidades, al frente de un país en el cual falta de todo y todo falta, sobre todo dólares, y cuya principal productora de tales ingresos se la pasa de incendio en incendio y de explosión en explosión, tenga que ocupar su valioso tiempo frente a las cámaras para informarnos cada cinco minutos de la develación de un nuevo intento de magnicidio, que por su profusión parece ya el desembarco de Normandía. Sin embargo, y para tu tranquilidad, debo decirte que mientras los magnicidas sean como ese triste par de desnutridos con alzheimer – para reconocerte cargaban tu foto y en una maleta de cartón atada con guaral – que acaba de capturar tu ministro de “patria segura”, puedes estar tranquilo, que nadie muere a la víspera ni morrocoy come iguana. Para mí, que este asunto del magnicidio – mamadera de gallo aparte – no es otra cosa que una manera de conservar el cargo a pesar del fracaso de la gestión encomendada. Ponte las pilas y comienza a sacudirte esa cáfila de fabricantes de conspiraciones de comiquitas. Apersónate en la cárcel donde tienen a esos tristes sicarios del hambre e interpélalos. Actúa como Enrique VIII en el juicio de Ana Bolena. No les sigas la corriente a quienes te exponen al escarnio. Y al parejero ese que se te pegó en lo del “magnicidio”, sacúdetelo también, pues si va haber magnicidio tiene que ser el tuyo nomás. El otro es un pepa asomada que no calza los puntos para ser magnicidificable. Y, además, ¿a cuenta de qué tanto nicolasismo repentino?, porque todos esos carajos te despreciaban hasta antier y tú lo sabes. Y cuando gente como esa anda en tu compañía, teme algo que tú sabes o es tuya la comía. Y te lo digo en verdad, Nicolás, aunque a ti nadie, ni en la oposición ni en el chavismo, te quiere, y cada día que aumenta la escasez, la inflación y la inseguridad, te queremos menos, lo que queremos es botarte, despedirte del cargo, pero jamás matarte, que eso es pavoso, pero hay mucho pillo a tu alrededor y ahora que te dio por halar un hilito de corrupción que encontraste por allí, suelto, que comenzó a destejer la madeja por afuerita, tienes que cuidarte mucho más, porque entre más hales más gruesa será la lana y, o sueltas la madeja y te pones a cantar rancheras y a hablar de los espantos de la sabana, como hacía tu padre putativo, haciéndose el loquete con las pruebas de Urdaneta Hernández, o le pegas un templón de verdad a ese rollo y que se rompa la zaraza o se acabe la bovera. Pero mientras te sigas dejando seducir por los cantos magnicidas de tus ineficientes corifeos, la gente terminará creyendo, al verte en la pantalla, que eres un nuevo anunciante del jabón Las Llaves. Y te irás apagando en la mente del pueblo como se apagó el mito del presidente fallecido. Porque la gente apaga le mente, cuando la ladilla es mucha. Sale pa´llá.